La ciudad de Leticia, apartada del resto de Colombia por la geografía y la negligencia estatal, ahora parece encaminarse a escribir su nombre en la larga lista de tragedias que han marcado la historia del país. El impacto de la pandemia del coronavirus en las riveras del río Amazonas hace prever una inminente catástrofe humanitaria como la que ya se lamenta en Iquitos y Manaos.
Las epidemias en la Amazonia no son infrecuentes: dengue, zika, chikunguña y malaria han asolado la región en el pasado. Sin embargo, en esta ocasión un nuevo virus está aprovechando la superautopista fluvial de mayor capacidad del mundo para desplazarse. El río Amazonas, la fuente de vida para las comunidades asentadas junto a sus orillas, ahora es su vulnerabilidad.
Loreto, el departamento amazónico del Perú, registra más de 881 casos confirmados de COVID-19 y al menos veinte muertos. Recién hace unos días se difundieron videos de cuerpos embalados en bolsas plásticas en la morgue municipal de Iquitos, su capital.
En el norte de Brasil se le ha dado cobertura a la expansión de la pandemia entre comunidades indígenas como los yanomanis, que habitan en el Estado de Roraima, y entre mineros ilegales a largo y ancho del estado de Pará, donde ya se registran 2262 casos y 129 muertes. Igualmente, la situación del estado Amazonas ha sido descrita como crítica, con 4337 casos confirmados y más de 351 muertes. Manaos, la ciudad más importante de la región y la única con capacidad significativa de cuidados intensivos en sus hospitales, se considera desbordada, presenta una de las tasas de mortalidad más altas de todo Brasil.
Las noticias que llegan desde Leticia y desde Tabatinga, su ciudad gemela, no son muy alentadoras. La población es temerosa y consciente de las noticias que llegan de Perú y Brasil, pero es imposible ejercer algún control efectivo en una conurbación binacional, más aún cuando el discurso oficial del gobierno brasilero intenta minimizar la importancia de la pandemia. Por el lado de Colombia, tampoco se observa ningún esfuerzo relevante para focalizar la prevención y mitigación de los inminentes efectos que vivirá la región. Por el contrario, resulta angustiante que una ciudad con más de cincuenta mil habitantes esté siendo dotada de sus primeras dos unidades de cuidados intensivos y esté convocando médicos intensivistas para darles un uso efectivo.
Los focos de la prensa nacional se posan sobre Leticia y parecen advertir de la calamidad inminente. Una ciudad con una planta de profesionales de salud que renunció hace algunos días en protesta por la ausencia de medidas básicas para su seguridad, mientras que otros se excusaron del juramento hipocrático argumentando ser población en riesgo por preexistencias. La situación del sistema de salud en otros poblados como Puerto Nariño o en los diversos corregimientos se puede describir como desoladora. El departamento del Amazonas con menos de ochenta mil habitantes ya presenta 77 casos confirmados de coronavirus, una incidencia por cada mil habitantes, cinco veces mayor a la de Bogotá.
Hoy todos los colombianos debemos tener a Leticia en nuestro corazón, el miedo a vivir una tragedia por culpa del COVID-19 está tomando forma en esa pequeña ciudad. Quizás el miedo que podemos tener a ese virus sea tranquilizado al saber que muchas de nuestras ciudades tienen los recursos, la infraestructura y el talento humano para hacerle frente. Los habitantes de nuestro Amazonas no tienen esa tranquilidad y como siempre las regiones más olvidadas y apartadas deberán enfrentar solas los males que el mundo les suele arrojar.