Finalmente se conocieron los resultados oficiales del Consejo Nacional Electoral venezolano (más confiable que el colombiano) y el presidente electo de la vecina república es Nicolás Maduro Moros, con el 51,95% de los votos.
El candidato de la extrema derecha Edmundo González –que ofició como un convidado de piedra al lado de María Corina Machado– alcanzó el 43,18%. De hecho, fue el único de los diez candidatos que no fue a la audiencia convocada por el Tribunal Supremo de Justicia para que entregara las pruebas del supuesto fraude que denunciaron, porque a los dos días de las elecciones viajó a España, donde reside y goza de las mieles de recursos envilecidos por su accionar diplomático en varios países latinoamericanos. 1’082.740 sufragios la diferencia entre el vencedor y el segundo y nada que presentan pruebas. La historia vuelve a repetirse.
Todos deberían saber que fue el italiano Américo Vespucio quien bautizó a Venezuela porque asoció los palafitos del Lago de Maracaibo (que perteneció a Colombia, bueno, a la Nueva Granada) con las casas de Venecia y llamó el lugar con una apócope: “Venezziola”.
Hoy la ciudad de las góndolas y los enamorados –que pareciera flotar en el mar– huele a cañería en verano y se inunda en invierno, mientras las bases de sus edificios se socavan. Y Venezuela huele a fraude en todas las elecciones y a dictadura en los últimos 25 años, mientras las bases de su democracia parecieran socavarse. Por supuesto que no es sano para una democracia que un gobernante o partido se perpetúe en el poder, porque el poder absoluto corrompe absolutamente. Pero hay un desconocimiento tremendo de la historia de esta nación, su realidad actual y una manipulación descomunal de la información sobre el acontecer político de la tierra de los chamos.
Lo primero y más importante que se debe decir es que el problema de fondo de Venezuela es la riqueza que subyace en su territorio: 303.8 billones de barriles de petróleo de reserva en su subsuelo. 303.8 millones de millones de barriles. Ningún país del mundo tiene esa cantidad de crudo. Ninguno. Ni Arabia Saudita, ni Qatar, ni Kuwait. Absolutamente nadie. Y jamás Estados Unidos o sus aliados se preocupan por sus sistemas de gobierno.
A los estadounidenses sólo les importan los negocios. No tienen amigos, sólo socios. Se mueven por sus intereses, no por el bienestar de nadie. No les importa si el país que les envía petróleo es una democracia o una dictadura o una monarquía, si es totalitario, autoritario o democrático. De hecho, han arropado dictaduras y sátrapas, que cuando no les sirven escupen su bagazo. Les importa el petróleo como insumo de sus medios de producción. Por eso a pérdidas incidieron en el bajón permanente del precio internacional –de 100 dólares con Chávez a 30 con Maduro–, para afectar su economía y sus programas de gobierno. Moñona. El petróleo es en Venezuela un actor político clave y la pugna desde 1900 siempre ha sido entre quienes quieren gobernar para favorecerse favoreciendo multinacionales y los que quieren gobernar para favorecerse favoreciendo en algo al pueblo venezolano.
¿Dijo algo la derecha –aupada por los gringos– cuando en Alemania o en Inglaterra, Ángela Merkel o Margaret Thatcher, se reelegían y gobernaban extensos periodos? No. Primero, porque las naciones serias son soberanas y autónomas; y no permiten injerencias de ese tipo. Y segundo, porque gobernaban bien. Es decir, buscaron siempre el bien común de sus gobernados con independencia y dignidad.
Ángela Merkel, por ejemplo, nunca dejó de vivir en su apartamento de siempre, sin lujos ni prebendas derivadas de su condición de mandataria. Y cuando fue diagnosticada con una grave enfermedad (temblor ortostático primario) dio un paso al costado. Eso es entereza. El lugar donde se debaten las leyes en Alemania queda en un sótano, cuyo techo es de cristal y desde arriba, la ciudad puede ver a sus representantes. Una bella metáfora física: El pueblo está por encima de sus gobernantes.
Ni a la derecha rancia le importa el pueblo ni a Estados Unidos la democracia. A la primera le interesa el poder para no perder el privilegio de hacerse rica a partir del extractivismo de los recursos. Y a los segundos, que aquellas naciones que tienen la riqueza natural que ellos no y que necesitan, vaya a parar a sus arcas. Sólo les importa su petróleo, tanto como nuestra cocaína, demos por caso. El pueblo venezolano no les importa, sólo su petróleo.
Si algo les importara el pueblo venezolano, no impondrían bloqueos económicos que han llevado a la postración a buena parte de su población. Porque los ricos de Venezuela migraron a Miami, donde tenían sus residencias; la clase media a ciudades capitales de Suramérica como Bogotá, Lima, Río de Janeiro, Buenos Aires e incluso algunas de Europa; y los pobres, pues a Colombia, el lumpen que sólo pudo escapar de la miseria provocada e impuesta, tanto por agentes externos como por el gobierno, salió a pie.
En Venezuela hay más condiciones que en Colombia para ejercer el derecho de elegir y su sistema es mucho más confiable que el nuestro, aunque se diga lo contrario. El voto es de carácter mixto complementario. Con la huella dactilar, el sistema electrónico arroja un testigo en papel que es con el que se vota en físico y es depositado en las urnas. Nadie que no aparezca en los listados puede sufragar y deben coincidir los votos electrónicos y los físicos. En Colombia esa modalidad no existe. Aquí se vota en papel, se apunta en papel, se altera en papel y se contabiliza en papel.
Aquí en Colombia sabemos que hasta los muertos votan y hasta hace muy poco se decía que quien cuenta los votos gana. Puede uno estar en desacuerdo con Maduro y haberlo estado con Chávez, pero no son regímenes, aunque tengan ínfulas dictatoriales, han ganado las elecciones con todo y las dinámicas y argucias y mañas politiqueras que en las democracias existen.
12’386.669 votantes. 12’335.884 votos válidos. 50.785 votos nulos. Ganador: Maduro. Esa es la realidad que escogió la mayoría. Manipulada. Convencida. Persuadida. Equivocada. Como sea, es la democracia, el menos malo de los sistemas de gobierno.
De modo que es ingenuidad e inmadurez política andar repitiendo el mandado de la derecha manejada por los Estados Unidos en las redes sociales y sus medios frente al fraude de las elecciones y el robo de las mismas cada que pierden sus dominios.
No es fácil enfrentar al Imperio y salir airoso. No es fácil gobernar con los medios de comunicación en contra. No es fácil tener una visión certera de la realidad cuando se desconoce la historia. Y buena parte de los colombianos disque solidarizados en las redes con los venezolanos a los que hasta hace una semana no bajaban de ladrones y a sus mujeres de prostitutas.