Mi hija me preguntó hace poco cuál era el hombre más sexy que había visto en la televisión colombiana. Yo le dije que Jaider Villa. Si, el nombre hoy no suena demasiado. Muchas de las jovencitas de ahora solo conocen un amor, Maluma, pero no sabían lo que era ver a este hombre nacido en Medellín en 1977, un tipo que nadie conocía hasta que estalló su fama.
El mejor Protagonistas de novela fue el primero. De ahí salió Ana Karina Soto, a esa diva le ganó Jaider. Los televisores de todo el país se paralizaban a las ocho de la noche. Y entonces salía él. No recuerdo cuanta plata me gasté mandando mensajes para que ganara el que era el amor platónico de todos los colombianos.
Creíamos que iba a salir a despuntar, que llegaría a Hollywood. Nada podía con el encanto. No contábamos con algo tan abominable como el desprecio de los colombianos. Lo malo es que no le dieron una segunda oportunidad. Fue víctima de la envidia, de la desazón que puede llevar que alguien sea precioso, joven y talentoso. El Rating lo usó a su voluntad, la televisión como una macabra procesadora de carne que escupe el alma de los que toca, que contamina como la lepra. En Miami Jaider ganó un premio de teatro. Nunca fue profeta en su tierra. Además fue muy de malas, le tocó actuar en las peores telenovelas que recuerdo.
A Jaider Colombia se lo comió, lo escupió y ni las gracias le dio. Nos divirtió como un payaso de turno. Lo triste es que la desgracia de Jaider (que ahora vive cómodamente en la Florida) no es un ejemplo para nadie. Como es posible que todavía sigan habiendo realities, cómo es posible que los papás sigan llevando a programas como la Voz Kids que atacan y destruyen la dignidad de los niños.
Jaider estaba para otras cosas. Se repuso a algo que es muy difícil de remontar: perder cuando apenas se está empezando. Tiene 42 años y todavía mucho por dar. Tiene el fuego fatuo de los grandes. Le muestro las fotos del Instagram a mi hija. Le sigue pareciendo mejor Maluma. Yo me río para adentro y me imagino al reguetonero a los 42 años, gordo y olvidado. Amanecerá y veremos.