Que la salud en Colombia es un negocio es una frase tan repetida que se ha vuelto un cliché. Innumerables experiencias negativas de los usuarios inundan periódicos, artículos y noticias en el país. Sin embargo, quise relatar mi experiencia personal especialmente por el marcado contraste que se evidencia con otros sistemas de salud en el mundo.
En los primeros días de enero me encontraba realizando un viaje por tierra con destino a Buenos Aires. Sin embargo, poco antes de comenzar el viaje empecé a sentir molestias de salud que se incrementaron con el paso del tiempo. Logré cruzar la frontera con Ecuador y al llegar a Quito decidí que era necesario conseguir atención médica.
Al estar acostumbrado a las interminables solicitudes de papeles, fotocopias y demás pruebas de pertenencia a una EPS en Colombia para poder acceder a un hospital, me causó una gran sorpresa que al llegar al hospital público más cercano el único documento requerido fuera mi pasaporte. Todavía más la conversación con la recepcionista:
-Disculpe, ¿Cuánto debo pagar por el servicio?
-Nada señor. Aquí la salud es un derecho.
Ante semejante respuesta, no tuve más reacción que un tímido “gracias”. Al cabo de unas 2 horas de espera en urgencias, fui atendido por un doctor que me formuló unos medicamentos, que me fueron entregados de manera inmediata dentro de las mismas instalaciones, y de igual manera: gratis.
Por sugerencia del doctor volví a Colombia. A los pocos días mi novia se enfermó y le sugerí ir a urgencias a la clínica Corpas dado que su EPS (Cafesalud) tenía convenio con dicha entidad y ella se encontraba en Bogotá en ese momento. Al llegar allá le fue negado el servicio: su lugar de atención era Tocancipá (Al parecer está prohibido enfermarse lejos del centro de atención primario).
Luego de ser atendida en Tocancipá, otra sorpresa: tenía que volver a Bogotá a reclamar los medicamentos. Decidí aprovechar que iba para allá y hacer la diligencia. Cuando llegué al sitio que me indicaron en Tocancipá (Calle 93 con autopista norte) me responden:
-No señor, aquí solo hay medicamentos de alto costo, para esa fórmula debe ir a la calle 104.
Armándome de paciencia llegue al lugar, en el cual la respuesta fue:
-Esa formula la tienen que meter al sistema, eso se lo hacen en la calle 116.
Desesperado por la lentitud e ineficiencia pero decidido a no dejarme vencer por la paquidérmica burocracia acudí al lugar. Luego de una espera de 2 horas, finalmente ponen un sello en la formula y, de nuevo, otro redireccionamiento:
-Para reclamar eso tiene que ir a la Corpas.
Viendo la luz al final del túnel por fin, llego al lugar. Cuando me atienden, la última perla:
-Señor, de esos 5 medicamentos, 2 están por fuera del POS. Le toca que los compre aparte. Y la penicilina solo se le puede entregar al paciente en persona.
3 viajes intermunicipales, 3 días de trámites y búsqueda de atención médica y como resultado el 40% de los medicamentos únicamente (Con el respectivo copago). No pude dejar de recordar (Y comparar) como fui atendido en un país que no era el mío, y como recibí un trato mínimamente humano y ágil, sin mencionar el hecho de la gratuidad en el servicio de salud.
¿Cuál hubiera sido mi situación de haberme enfermado en Colombia sin estar afiliado a una Eps? ¿Qué le hubiera esperado a un extranjero de presentarse la misma situación aquí? Es gracioso ver como hace poco se nombraba al sistema de salud colombiano como el tercero mejor del mundo al ver estas realidades. Y aunque la mía fue una experiencia molesta, solo es la punta del iceberg del problema de la salud en Colombia que incluye casos muchos más graves como paseos de la muerte, negaciones de servicio y demás consecuencias de la ley 100.