La Ingrid Betancourt que yo conocí (I)
Opinión

La Ingrid Betancourt que yo conocí (I)

Cuando apareció en la escena política, a mediados de los noventa, repartiendo condones y otras formas exóticas de capturar opinión, la vi como una muchacha simpática, hija de papi y mami…

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marzo 17, 2021
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La semana anterior a que la secuestraran, Ingrid Betancourt estuvo en San Vicente del Caguán invitada a exponer, como candidata presidencial, ante la Mesa de Negociaciones del Gobierno Pastrana y las Farc. Yo le preparé un memo, donde le proponía que aprovechara para exponer ante el país lo fundamental del programa de gobierno que preparábamos para la Colombia Nueva. Ingrid no utilizó ni una frase de lo que le propuse. Al contrario, fustigó de forma radical los incumplimientos de las Farc y las debilidades del proceso de negociación. Las cámaras pasaron el audio donde, antes de que Ingrid hablara, el comandante guerrillero Milton Toncel, en tono jocoso, le pedía condones de los que no se doblan, para otro comandante supuestamente necesitado.

Cuando apareció Ingrid Betancourt en la escena política colombiana, a mediados de los años noventa, repartiendo condones y otras formas exóticas de capturar opinión, la vi como una muchacha simpática, hija de papi y mami, recién llegada de “las Europas”, sin objetivos claros más allá de cierta distracción publicitaria. No amenazaba a nadie. Era una liberal más.

No obstante, ya en la Cámara (1994-1998), Ingrid emprendió un conjunto de denuncias sobre corrupción en las compras militares y de confrontación al Gobierno de Samper por la financiación de los narcos a su campaña, donde combinaba espectacularidad con radicalidad. Sus enfrentamientos con al Partido Liberal la llevaron a fundar el Partido Verde-Oxígeno y a ser la senadora más votada en 1998. En 1999 se retiró del Senado diciendo que este era un “nido de ratas”. Pareció entonces que su futuro estaba como analista política, gracias a su libro La rabia en el corazón (2001). Pero esa catilinaria tuvo entonces más acogida en Francia que en Colombia.

Sorpresivamente en mayo de 2001 Ingrid decidió emprender su campaña a la presidencia, sin opción alguna. Entonces la invitamos a ella, así como a Uribe y a Serpa, a exponer sus ideas en el Centro de Estudios Colombianos de la Universidad Internacional de La Florida (FIU). Allí la conocí. Aún no tenía propuestas, solo denuncias contra la corrupción, el narcotráfico y el paramilitarismo. Apoyaba también los diálogos de paz de El Caguán. Los otros candidatos eran, como ya dije, Uribe y Serpa. Lo de Lucho Garzón aún estaba crudo. Al final de la conferencia de Ingrid en FIU, Francisco Thoumi y yo decidimos ofrecerle apoyo, en mi caso por eso, porque no tenía chance de ganar pero hacía las denuncias pertinentes.

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La noche del 21 de febrero de 2002, cuando llegué a mi casa en Bogotá había varias llamadas perdidas en el contestador automático desde la oficina de Ingrid Betancourt. Era muy tarde para contestarlas

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La noche del 21 de febrero de 2002, cuando llegué a mi casa en Bogotá había varias llamadas perdidas en el contestador automático desde la oficina de Ingrid Betancourt. Era muy tarde para contestarlas. Habíamos acordado con Ingrid que cuando ella fuera a los departamentos del sur, yo la acompañaría, porque soy del sur. Por ese desfase, no viajé con Ingrid el 22, el día que la secuestraron en el Caquetá. Todo lo demás es historia bien sabida.

Lo que realmente quiero compartir con los amables lectores, tanto los que odian a Ingrid como a los que la aman, como dice Héctor Abad Faciolince, son apartes de dos textos de ella que no dejan inmune a quienes los conocen. El primero es un ensayo magistral, de la Ingrid Betancourt madura, ocho años luego de la Operación Jaque que la liberó.

 

 - La Ingrid Betancourt que yo conocí (I)

El texto magistral, de una Ingrid madura, ocho años después de la Operación Jaque

Lo leyó el 5 de mayo de 2016 en el Foro 'La Reconciliación, más que realismo mágico'. Extracto algunos apartes estremecedores, provocadores:

“A las víctimas de la violencia social, aquí en Colombia, como en el resto del mundo, nos toca rendirnos a la evidencia de que aunque hagamos el esfuerzo por buscar en nosotros mismos ese yo del antes, lo vivido nos ha transformado de tal manera, que ya no existe. Ser víctima es entonces, primero y ante todo, ser el sujeto pasivo de un violento impacto sobre la propia identidad.

Mi vida antes del secuestro quedó como borrada. Sólo comienza para muchos a partir de mi secuestro. Esa es mi nueva identidad. Pero más que víctima del conflicto, soy una sobreviviente del proceso de deshumanización del cual hemos sido, en mayor o menor medida, todos y cada uno de nosotros, víctimas en Colombia. (…)

Después de la voz, lo que intentaron arrebatarme fue mi identidad. Me di cuenta del peligro de perderla la primera vez que alcé la cabeza cuando me estaban llamando, y no era por mi nombre. Fueron muchos los nombres que me dieron: “la cucha” por vieja, “la garza” por flaca, “la perra” por mujer, “la carga” por secuestrada. (…)

El secuestro es una expresión más de esa pulsión sádica y deshumanizante que nos habita, agazapada, y que se revela con las actuaciones colectivas porque el actuar en grupo desculpabiliza y que se legitima bajo la racionalidad de las ideologías porque con ellas podemos justificar lo injustificable. (…)

Pero cuando este hombre lloró por ese niño sin nacer, vi que en él había un hombre tan secuestrado como yo, no sólo por que lo habían alienado de las decisiones más íntimas de su vida, sino porque la guerra lo había convertido en ese mismo delincuente del cual había creído huir al volverse guerrillero. Comprendí que en la selva, víctimas de la deshumanización éramos todos, los secuestrados y los secuestradores. (…)

No hay nada más fuerte que el perdón para detener la deshumanización. Es por eso que el perdón es algo que se da sin necesidad de que sea solicitado. Es, si se quiere, una estrategia individual de sobrevivencia, para deshacerse de las cadenas del odio, y descargarse del peso de la venganza. (…)

Cuando salí de la selva hace 8 años, la Colombia a la cual volví era una Colombia donde hablar de perdón era sinónimo de derrota o de entreguismo. Pensar en dialogar con la guerrilla era traicionar a la patria. La violencia verbal era uno de los indicios, con los falsos positivos, o con la existencia de 6 y medio millones de desplazados, que los deshumanizados éramos todos. La negociación con las FARC ha tenido como efecto el producir un cambio positivo de lenguaje. (…)

La realidad es que la guerra ha servido para instrumentalizar la pobreza de los más pobres con el fin de servir la codicia de los más vivos. Esto es lo que debe cesar. Si no confrontamos las raíces del conflicto ahora, estamos corriendo el riesgo de perder la paz. (…)

Para una víctima, por ejemplo, lo peor después de haber sufrido lo sufrido, es la negación de los hechos, y el desconocimiento de su condición de víctima. Así mismo, el restablecimiento de la verdad es lo que la dispone a la reconciliación porque le devuelve las dos cosas que le fueron arrebatadas: su voz y su identidad. Es dramático constatar cómo en muchos casos las víctimas no despiertan compasión, sino desconfianza. No se les cree. (…)

Nosotros como sociedad, aspiramos a que no haya impunidad. Ellos, los de las FARC, requieren seguridad jurídica. Ambas ambiciones son justas. Y no son incompatibles. (…)

La posibilidad de una justicia transicional es una propuesta creativa y madura, para resolver esta ecuación. Las críticas que buscan pintar un cuadro apocalíptico de su aplicación juegan con el miedo y quieren desconocer que hoy nuestra justicia sigue presentando índices de impunidad del 90%. Si los guerrilleros de ayer, sin haber sido derrotados y después de haber entregado voluntariamente sus armas, se ven menospreciados, perseguidos, o excluidos social, económica o políticamente, estaremos repitiendo lo que nos ha llevado a la confrontación de hoy.

La paz no se logró, ni se logrará, con intentos de cooptación ideológica o de eliminación física del otro.”

 

 - La Ingrid Betancourt que yo conocí (I)El 14 de septiembre 2020, ante la Comisión de la Verdad, un documento desgarrador y crudo

El segundo documento es la exposición de Ingrid Betancourt Pulecio ante la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad (CEV), el 14 de septiembre del año pasado, tan desgarrador y crudo que ese mismo día las Farc, por primera vez, condenaron explícitamente el secuestro. Pero eso no es todo. Volveremos sobre el tema.

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