Cuando empezó la pandemia de COVID19, la industria del entretenimiento y conciertos se vieron afectadas por tener una alta probabilidad de contagio. El impacto de las productoras de eventos y demás empresas complementarias quizás aun no ha sido calculado: El Festival Estéreo Picnic se vio obligado a suspender su evento a una semana luego de presentar un cartel histórico y faltaba unos cuantos meses para que Billie Eilish, siendo la artista #1 de Billboard también tuviera que bajarse del bus de presentarse en nuestro país.
A medida que iba pasando el tiempo encerrados en una de las cuarentenas más largas de la región y sin una solución a la vista para que la gente pudiera disfrutar a sus artistas favoritos en vivo, a las productoras se les ocurrió llevar los eventos a las pantallas de los espectadores. Desde artistas como Paul McCartney presentándose para quienes pagaron la boleta del Coachella hasta artistas de la talla nacional como Ana del Castillo o Jorge Oñate posaban para una pantalla donde el público eran los espectadores que pagaban una boleta virtual para disfrutar sus performance.
Y es que en su momento los videoconciertos jugaron un papel importante porque pudieron reavivar una industria que sufría con pesos y lágrimas cada vez que el presidente posaba en su programa de todas las tardes a decir que la cuarentena se extendía un mes más. Sin embargo analizando las cosas de una forma más detallada y viviendo un boom en la era de los conciertos podemos decir que los video conciertos solo fueron un momento comercial y nunca visto con un objetivo social.
La intención de los videoconciertos en su momento fue poder consumir un producto que la industria de los conciertos pudiera vender, que pudieran recaudar para pagar las nóminas de sus empleados y que los artistas que también veían un mal momento por el COVID19 también pudieran facturar. Pero ¿Nunca vieron los conciertos virtuales desde una función social?
Fueron los videoconciertos un apoyo para algunas personas que, sin poder salir de sus hogares, tenían la facultad de entretenerse, pero también fue la posibilidad de muchas personas carentes de recursos poder ver a artistas que siempre soñaron y que su capacidad adquisitiva nunca les permitió, fue una manera de las productoras de llegar un mercado más extenso que nunca había llegado y que quizás ahora que volvió todo a la "normalidad" todo sigue siendo lejano.
Ahora que los conciertos volvieron con más fuerzas y los promotores y productores se llenan las harcas como quizás nunca habían imaginado, no se volvieron a preocupar si una familia de bajos recursos de ciudad Bolívar que no tienen para pagar $160.000 por boleta estarían interesados en ver el concierto de Juan Luis Guerra en Bogotá o un muchacho de la costa que no haya podido viajar a ver a los Artic Monkeys o a Bad Bunny pueda consolarse viéndolos por una cifra menor a su boleta, simplemente se olvidaron de aquellos que no los dejaron morir en sus momentos más amargos.