Norte de Santander y su capital Cúcuta se consagraron como tierra uribista al depositar 486.004 votos por la candidatura de Iván Duque a la presidencia.
El futuro no podía ser más halagüeño, eran accionistas mayoritarios en la nueva empresa encargada de administrar el territorio nacional; era cuestión de esperar una respuesta positiva de su elegido mandatario a la solución de la problemática social que lo aquejaba.
Pasaron los días, la deferencia esperada no se hizo notar. El mesiánico redentor en sus visitas a la tierra que le dio su bendición fue demostrando con su accionar un profundo desprecio por quienes depositaron la confianza electoral, acabando con la ilusión de un pueblo hastiado de promesas.
Los males se multiplicaron. Cúcuta empezó a destacarse como ciudad líder en desempleo, las bandas criminales comenzaron a dictar las normas de comportamiento colectivo, y la frontera se transformó un recuerdo de prosperidad, hoy es tierra de hampones que ejercen dominio sobre la vida y actividad de sus habitantes, manejando las llamadas “trochas”, que son caminos de obligatorio uso donde el que no paga no pasa.
El hambre gana terreno en los hogares nortesantandereanos, los llamados líderes regionales centran su atención en las próximas elecciones y en obedecer cual vasallos las órdenes de sus amos nacionales, sin importarles la suerte de las gentes que con sus impuestos hacen que el erario tenga fluidez económica para satisfacer sus necesidades particulares.
Y el ungido presidente, demostrando su agradecimiento al departamento, hará llover glifosato en el Catatumbo, para honra de su nombre.
Así paga el diablo a quien bien le sirve.