Gran repercusión tuvo en Twitter el caso de un hombre que fue a rumbiar a Theatron. Pidió un trago y de ahí no recuerda nada. Lo siguiente que se sabe de él es que a las 7am aparece en casa de una amiga con barro en la cara, una hipotermia, sin sus cosas y vomitando sangre. Tres días después todavía no se sabe que pasó con el hombre entre 3 y 7 de la mañana. La información que registran las cámaras de seguridad del sitio no es del todo clara.
Mi intención no es cuestionar si Theatron tiene o no un esquema de seguridad que guarde la integridad de sus visitantes. Pienso que la seguridad es un tema que le corresponde, más que al bar, a cada persona que elige entrar ahí. Es decir, no es posible que haya gente pretendiendo ir a emborracharse por 50mil pesos hasta perder el conocimiento y que pretenda que no le pase nada. Es como renunciar voluntariamente a los cinco sentidos y esperar que haya algún amigo, o el mismo personal del bar, que haga lo que es responsabilidad de uno mismo.
Bien conocido es Theatron por su rumba alocada y que ofrece trago ilimitado. El bar se ha convertido en un templo casi que de adoración para la comunidad gay bogotana. Inclusive, su fama y acogida como uno de los mejores rumbiaderos de Bogotá ya trasciende a dicha comunidad. Hay más de un heterosexual que le encanta ir a perder el control de sí mismo en dicho bar.
Si el caso que convirtió a Theatron en tendencia es producto de la escopolamina, no lo sabemos. Pero lo que sí estoy seguro es que es una incoherencia muy grande que haya gente creyendo que Theatron, un sitio público, es lugar para perder el control de sí mismo, esperar que algún ángel guardián nos cuide, y pretender que al día siguiente estemos en casa como si nada. Señores, por favor un poco de coherencia y sentido común. No dejemos que la rumba nos enloquezca. El cuidado de uno mismo es algo que le corresponde a cada quien.
