Esta semana escuché “atónito” una entrevista que Julio Sánchez Cristo le hizo al senador Luis Fernando Velasco y a otras personalidades sobre el tema de las multas a los ingenios azucareros por las prácticas ilícitas en las que incurrieron. Defendiendo los ingenios, el senador Velasco (y otros de sus homólogos) sostuvo que “esta decisión pone en riesgo una serie de empleos, pone en riesgo la estabilidad de una serie de gentes en la región”, que “si un ingenio se quiebra, pues terminan pagando el pato los trabajadores” y que “a mí me parece una sanción excesiva, casi confiscatoria”. A estos argumentos, el periodista y responde altivamente: “Señor senador, de verdad la habilidad de ustedes es sorprendente; nadie niega la importancia de esas familias durante tres generaciones, lo bien que tratan a sus empleados, la prosperidad que hay en esos municipios, municipios que están en zona de conflicto. ¡Esa no es la discusión! ¡No la desvíe! Yo no sé de dónde está usted concluyendo que unas familias se van a quedar sin trabajo. Aquí hay una multa que la van a pagar los dueños, si pierden su recusación, de SU BOLSILLO, DE SUS UTILIDADES. Esto no tiene que ver nada con el patrimonio de las empresas”.
Este caso, aunque tiene lugar en Colombia, se suma al de Wolkswagen, al de Air France (y a otros menos mediatizados), que han dado mucho de que hablar estos últimos meses en el mundo.
Esta misma semana el nuevo presidente de Volkswagen, Matthias Müller, tras las prácticas ilegales de los dirigentes de la empresa, anunció a los empleados que “se vienen tiempos difíciles”, que las medidas que se tomen van a ser “dolorosas” y que, aunque van a hacer lo posible por limitarlos, es probable que haya que reducir la plantilla.
En Francia, los desbordamientos generados por el anuncio de una serie de medidas que van a ser tomadas por una compañía emblemática en este país y en el mundo, Air France, fueron la noticia principal esta semana. En efecto, esta empresa está crisis por cuenta de la competencia de las compañías de bajo costo y las aerolíneas del golfo. Días antes del anuncio, la empresa advirtió a los empleados que, para salvar la empresa, debían trabajar más horas por el mismo sueldo; esta propuesta fue rechazada por el sindicato de pilotos y a partir de ahí se desató la crisis. Los directivos anunciaron varias medidas estructurales, entre las que se encuentra la supresión de 2900 puestos de trabajo. Esto desató la irá y la desesperación del personal, las cuales llevaron a varios sindicalistas a agredir al director de recursos humanos de la compañía; la foto del hombre escapando de una reunión sin camisa circuló por todo el mundo. Por fortuna, todo se limitó a empujones y a una camisa rasgada.
¿Qué tienen en común estos tres casos? Que estas crisis están protagonizadas por empresas altamente potentes que compiten en un contexto de comercio internacional regido por un capitalismo desregulado. En el caso de Wolkswagen y de los ingenios azucareros, los directivos hicieron trampa y por eso se impusieron sanciones financieras; en cuanto a Air France, esta compañía está en crisis por cuenta, entre otras razones, de la competencia internacional (que yo llamaría desleal porque las compañías de bajo costo y del golfo ofrecen tiquetes baratos que son compensados con contratos precarios, condiciones de trabajo deplorables, subvenciones, etc.). Para sanear las cuentas y equilibrar la empresa, los directivos ofrecieron dos soluciones a la plantilla: trabajar más sin aumento alguno, o entrar en un plan de reestructuración al final del cual varios miles de personas perderán su empleo. Es decir, señores: pierden o pierden.
Así pues, hay claramente un denominador común en estos tres casos: en una economía donde reina el capitalismo desregulado, los que pagan los platos rotos son siempre los mismos, los trabajadores.
A la par de la descarada y politiquera defensa de los ingenios por parte de algunos senadores (no son todos), más preocupados por las consecuencias de las sanciones sobre sus campañas que por los consumidores o los empleados, igualmente sorprende la “ingenuidad” de Sánchez Cristo cuando, con ahínco, argumenta que no entiende por qué los senadores, con ánimo “populachero”, defienden los ingenios sabiendo que son los accionistas los que van a pagar y no los empleados. ¿Será cierto tanta dicha, julito?