La ingenuidad de creer que terminar una carrera asegura un empleo bien pago

La ingenuidad de creer que terminar una carrera asegura un empleo bien pago

"De haber sabido que la sobrevivencia laboral iba a ser tan salvaje quizá le hubiera cedido el paso a otro espermatozoide"

Por: María Daniela Patiño
abril 14, 2021
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La ingenuidad de creer que terminar una carrera asegura un empleo bien pago
Foto: PxFuel

Sí, yo también creí que terminar una carrera me iba a asegurar un empleo bien pago y, por ende, un buen futuro económico. A tres meses de titularme, parece que el día después de recibir mi diploma haré parte de las cifras de desempleo para ese periodo, que a febrero de este año va en el 15,9 % según el Dane (2021).

En esta ocasión, daré mi opinión personal sobre el tema de la influencia y la repercusión de la universidad en el mundo laboral, especialmente para aquellos que sueñan o pretenden convertirse en grandes periodistas y profesionales. Todo esto “de la mano” de Jineth Bedoya, pronto entenderán por qué las comillas, quien se ha convertido en todo un icono para el país, para el periodismo y para las mujeres. 

Cada día dedico, al menos, una hora en revisar vacantes de empleo en las que pueda aplicar, especialmente, en relación con mi carrera. Pues, no me gusta la idea de que le pagaré esta vida y la otra al Icetex en un empleo que pude haber conseguido hace tres años, cuando no tenía ni título, ni experiencia laboral.

No me malinterpreten, no digo que los empleos de call center, meseros o, como fue mi caso, auxiliares en el cine no son dignos o que con ellos no se pueden pagar deudas. ¡Claro que se puede! Y hasta puedes quedar con algo de dinero extra si dedicas tu vida a ello. Sin embargo, no es la meta para cuando acabe la universidad.

Lo más triste de esta historia es que ya tuve dos empleos que se relacionaron con mi carrera. ¿Qué pasó? Bueno, nacer fue un error. Vale, no. Pero de haber sabido que la sobrevivencia laboral iba a ser tan salvaje quizá le hubiera cedido el paso a otro espermatozoide.

Hace un año, estaba decidida a tener algo de experiencia antes de graduarme, de ese modo cuando saliera de la universidad no iba a ser un ser con una base de conocimientos, sino que ya pude haberlos aplicado en el mundo laboral. Mi mejor amiga me comentó que en un medio radial, bastante conocido, estaban recibiendo hojas de vida para practicantes, así que envíe la mía. 

Un CV casi que vacío, pero que en seis meses tendría un título enorme que le daría peso. Inocente yo, aunque ya era algo: “practicante en el planeta rock”. En ese tiempo aprendí mucho sobre el corre-corre del medio, me regañaron una que otra vez, me divertí demasiado y mi jefe, Jules (a quien recuerdo con gran aprecio), fue mi punto de referencia sobre cómo ser un buen líder.

Un año después, pasé a una vacante para un medio de comunicación digital. Pensé que estaba cumpliendo mis sueños, pero no sabía lo que me corría pierna arriba. Ahí entendí a lo que se refería Jineth Bedoya cuando hablaba apasionadamente de su carrera en una entrevista que realizó para la Universidad Central: “Esto, uno necesita llevarlo en la sangre, en las venas, en el corazón. Si uno no siente el periodismo, si uno no siente la comunicación social, definitivamente es algo fallido” (Bedoya, 2014).

Escribir diez artículos al día y realizar una entrevista por semana parecía fácil. Además, ganaría dinero, no mucho, pero lo ganaría haciendo lo que me gusta y obtendría la anhelada experiencia. Dos semanas después, estaba a punto de ganarme un memorando por no cumplir esas dos “simples” tareas. También, tenía migrañas cada dos días y, como si fuera poco, no ponía atención a las clases virtuales porque estaba cumpliendo con mis labores. Todo por un mínimo y otros seis meses de experiencia.

Así que estando en mi último semestre creí que la carrera de comunicación social y periodismo no era para mí, que mi deseo de primer semestre de amplificar la voz de los que no son escuchados y que todo lo que había supuestamente aprendido en estos cuatro años no había servido para nada. 

Nuevamente cito a Bedoya, y sí otra vez ella porque me hubiera gustado haberla escuchado hace cinco años cuando estaba tomando la primera decisión crucial para mi vida o, por lo menos, antes de haber aplicado a esa vacante que iba a dejar botada al mes: “La escuela es la calle. Fue un choque durísimo porque la universidad era como un sueño y cuando salgo a hacer periodismo, realmente, uno tiene un choque muy duro... porque así es la realidad” (Bedoya, 2014).

Puede que de haberla escuchado antes igual hubiera aplicado de todos modos, pero tendría un “te lo dije”. Ahora mi insight, o mi consuelo, es ese “la escuela es la calle”. Esa frase que todos los estudiantes debimos escuchar tras terminar el colegio, o en primer semestre, para haber tenido una guía sobre lo que nos esperaba luego de tener nuestro título.

Me gustaría terminar con un mensaje de motivación como en esos finales de las charlas TED que generan inspiración en los espectadores, pero mi final, y mi consejo como estudiante de último semestre de comunicación, solo va a enfocado a aquellos que quieren meterse en este mundo del periodismo: enamórese de la carrera, no sea un carroñero de las primicias y póngase en los zapatos de los demás. Sí, también lo aprendí de Jineth.

Aún no acaba mi historia, así que no se preocupe, en el mejor de los casos encontraré un empleo y espero que usted, si está en las mismas, también.

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