No sé si es que uno, por ejercer el periodismo, interpreta los hechos desde muchos puntos de vista y se imagina que los demás hacen lo mismo. También piensa que las propuestas son lo que son y afloran con sus características propias, acordes con sus creadores. Pero que una congresista como Clara Rojas, una mujer estudiada, estructurada y hasta sufrida por ser víctima de secuestro salga con una iniciativa como la de multar a quienes paguen servicios de prostitución, francamente me parece de un ingenuo subido hasta el cielo.
Entiendo perfectamente sus buenas intenciones, claro, pero es que es como cuando uno les tiene a los hijos control parental en la televisión por cable, van a visitar al amigo que uno cree muy juicioso y les enseña a burlar el asunto o no lo tienen. Siempre hay un filtro por algún lado, una grieta por donde se cuela lo prohibido y –a propósito de la prohibición- se hace más llamativo.
Ahora, pa’ pior, contrario a lo que cualquiera se imaginaría, ¡las primeras que brincaron fueron las mismas prostitutas reclamando su derecho al ejercicio! Esto sí es como el mundo al revés, diría cualquiera. Pero claro, es que uno se imagina que todas fueron y son abusadas, que todas son víctimas de trata de personas, que todas llegaron allá porque no tenían otra salida… Que todas todo, y no: ¡hay prostitutas que ejercen como tales porque les gusta! Sí señores, aunque les cueste creerlo. No son la mayoría, claro, pero las hay y han salido en televisión a decirlo.
Que una congresista como Clara Rojas, salga con una iniciativa
como la de multar a quienes paguen servicios de prostitución,
francamente me parece de un ingenuo subido
Para rematar, porque uno se imagina a la senadora liberal –pero de talante conservador- volando sola este globo, sale el senador Luis Alfredo Ramos a apoyar el proyecto porque es la manera de abolir esta forma de esclavitud. Pero claro senador, si hasta en la industria de la tecnología firmas globales tienen niños y gente de todo tipo en altamar, pagados a peso; o en fábricas subcontratadas e ilegales en distintos continentes abusando de los pobres y nadie termina por hacer nada, ahora vamos a controlar semejante monstruo que es la prostitución, consentida por sus trabajadoras o no.
No quiero decir con esto que no haya que luchar contra la trata de personas ni contra cualquier abuso; claro que hay que hacer campañas, pero la lucha no es contra lo que prefiere o necesita la gente, así nos parezca pervertida. Imagínense que en alguna ocasión, hablando en En Blu Jeans con el sexólogo José Manuel González sobre la sexualidad en personas discapacitadas mentales, contaba cómo unos padres cambiaron el temperamento agresivo de su hijo enfermo cuando descubrieron que lo que él tenía era una necesidad sexual que no sabía expresar, y que en algún momento pudieron traducir, lo llevaron a un prostíbulo “de nivel”, hablaron con “la jefa”, le asignaron una mujer joven de las que laboran allí y ella lo trataban con consideración. Suena durísimo, ¿pero muéstrenme quién presta a su hija para esta tarea? ¿O quién conscientemente quiere tener sexo con un enfermo mental, o mutilado, o cualquier patología complicada? Con todo el respeto con personas con estas y muchas características, pero no es fácil. Esa es la realidad.
Ahora, hubo un proyecto de ley en 2013 que buscaba reglamentar el ejercicio de la prostitución: “Por la cual se establece un trato digno a las personas que ejercen la prostitución, se fijan medidas afirmativas a su favor y se dictan otras disposiciones orientadas a restablecer sus derechos. [Derechos prostitutas]” Imagínense que fue aprobado en primer debate, se alcanzó a publicar la ponencia en segundo debate, hubo concepto institucional y fue archivado por tránsito de legislatura dos años después, en 2015. Se cayó la forma de “proteger” a las trabajadoras (y trabajadores, porque hombres prostitutos también los hay) de la profesión más antigua del mundo.
Como dijo Germán Uribe en su columna de Semana por ese entonces, las prostitutas son personas “sin derecho legal al trabajo, víctimas del desarraigo, con todas las carencias y el deshonor a cuestas, su cuerpo se convierte en su único capital rentable. La prostitución, más que perdón, requiere justicia y comprensión” y estoy totalmente de acuerdo. Aquí es donde uno entiende por qué ellas le salieron al paso a la propuesta de la senadora Rojas.
Francamente, veo inviable la propuesta. ¿Quiénes fiscalizan el uso? ¿Cómo “pescan” en flagrancia? Y si el pago se hace pre o posacto, ¿cómo se tipifica? ¿Quién dice que hubo pago? Habría que montar un “comando de fuerzas especiales sexuales” solo para cubrir la Caracas en Bogotá, o Bocagrande en Cartagena, por referirnos unicamente a dos sitios en dos ciudades. Mejor dicho, pasamos de combatir a las Farc, a combatir a quienes pagan por tener sexo. Hay muchos vacíos para poder viabilizar una multa en este sentido, en los que Clara Rojas definitivamente no pensó.
¡Hasta el próximo miércoles!