Si bien es cierto que, actualmente, el hecho de parir un niño o niña en cualquier parte del mundo debería ser catalogado como un crimen, se puede entender que una pareja de islandeses sueñe con que un hijo o hija de ellos venga al mundo en medio de la calidad de vida que les ofrece el hecho de vivir en Reikiavik. La capital del país ubicado al noroeste del continente europeo es una de las ciudades más verdes, seguras, limpias y educadas del planeta. Sobra decir, creo, que nuestra América Latina no es más que la antítesis de dicho lugar, pero como soy testarudo se los recuerdo.
Por eso, realmente, me resulta muy complicado comprender cómo una señorita o señora latinoamericana, que a duras penas puede comer diariamente, decide con emoción tener un hijo o una hija en este continente desangrado, arrodillado y tarado que a los niños y jóvenes no nos ofrece más que miseria. Sin embargo, y teniendo en cuenta el terrible momento social, cultural, económico y político por el que atraviesa Venezuela, es completamente inaceptable que una persona quiera parir una nueva vida en un país en el que, diariamente, muere gente de hambre.
No soy venezolano, pero sé muy bien cómo se vive en la actualidad en el país que, hace apenas un par décadas, era uno de los más prósperos del mundo. Tengo decenas de amigos y conocidos venezolanos que, en los últimos cinco años, no han hecho otra cosa que escapar de la macabra realidad que se vive en el país de mi tocayo Andrés Bello, el gran filólogo que amó este idioma como pocos lo hacemos. Comer un trozo de carne o verduras frescas, en la Venezuela del 2017, es una proeza. Conseguir medicamentos es prácticamente imposible. Llorar es pan de cada día. El monstruo de la corrupción ha matado a más venezolanos que el mismo cáncer en los últimos tiempos, y ha echado del país a miles y miles de profesores, ingenieros, abogados y médicos que, ahora, están regados por este planeta infame limpiando inodoros.
Pero como todos no pueden escapar de Venezuela, por x o y motivo, muchos todavía viven en el suelo miserable que maneja como se le da la gana un gordo asqueroso que asegura, ante el mundo, que Venezuela es una maravilla y que allá se vive mejor que en Noruega o Dinamarca. Nicolás Maduro, el nefasto presidente de Venezuela, es uno de los principales responsables de que en Venezuela ocurra lo que está ocurriendo. Ojalá algún día la diarrea lo tome por sorpresa y le haga pagar todo lo que ha hecho, ya que seguramente la justicia venezolana (que él también maneja) no se encargará de hacerlo.
Hay que frenar en seco la paridera en Venezuela, y en caso tal de que por accidente una mujer quede embarazada hay que ayudarla para que pueda abortar en forma segura. No podemos quedarnos de brazos cruzados viendo cómo diariamente llegan al mundo más y más niños venezolanos que, cuando no nacen casi muertos, a los pocos días, meses o años ya están desnutridos. Debemos quitarnos la venda moral de los ojos, para entender que esos niños que nacen en el país vecino vienen al mundo únicamente a sufrir.
Seguramente, por culpa de la mediocre educación que han recibido millones de hermanos venezolanos en los últimos años, muchos de ellos no van a poder entender el punto al que hago referencia, e incluso muchos dirán que la vida es sagrada, como si valiera la pena vivirla en un planeta contaminado, mentiroso y corrupto como este. Llegó el momento de dejar de parir niños para matarlos de hambre, porque hacerlo es un crimen, casi tan perverso como los que ha cometido el bigotón Maduro.