A Daniel Quintero le he venido estudiando el perfil político en el último año. No solo porque lo apoyé en campaña, sino porque creí que era la mejor opción para Medellín (en una elección sin muchas alternativas). Hoy estoy muy convencido que me equivoqué y que el discurso de “independencia” solo fue una fachada para engañar incautos y a la postre ganar la elección. A su perfil de vanidoso y ególatra se suma el de un gobernante que resiente de cuestiones ideológicas (suele decir: cuando necesito un destornillador no me fijo en el color) y que es evidente asumió la alcaldía como el inaccesible gerente de una empresa: sin la más mínima actitud de escucha y de espaldas a una ciudadanía que lo eligió, rodeado de personajes cuestionables como Óscar Hurtado (que al parecer salió bien librado de sus escándalos) e intolerante a la crítica.
A ello también se suma una variable frecuente en los políticos tradicionales: incumplir promesas. De Quintero no me extraña que incumpla algunas de sus promesas porque poco conocía la ciudad cuando se asumió como candidato. Su victoria fue el resultado de una campaña de posicionamiento excelente; una peculiar división en la derecha local y un antiuribismo cada vez más arraigado en los jóvenes. Además, Quintero es un excelente candidato y nunca lo habíamos visto gobernando, hoy ya tenemos claro el nivel de su talante. Al llegar a la alcaldía, Quintero repartió la burocracia entre ciertos caciques tradicionales y a cada uno le dio su tajada. Liberales, conservadores, verdes y por supuesto su grupo, han sido los más favorecidos de la repartija. Solo es cuestión de acercarse a los cuestionables manejos del sistema de bicicletas Encicla, para percatarse de la forma como se repartió a pedazos la administración por parte del independiente “sin partidos o jefes políticos”.
Otra promesa incumplida del alcalde y que cada mañana le recuerdan a la entrada de La Alpujarra, el mismo lugar donde le instaló a Federico Gutiérrez “las gafas más grandes del mundo”, es el de un grupo de guardas de tránsito a quienes les prometió públicamente una vinculación laboral. Así lo hizo como candidato en su cuenta en Twitter y también como alcalde en una de sus transmisiones en Facebook live. A la fecha, no solo ha incumplido, sino que se ha negado a recibir o dialogar con el grupo de huelguistas que decidieron armar campamento y encadenarse en la entrada del centro administrativo y que seguro van a pasar navidad en esas condiciones, personas que solo le están exigiendo que sea consecuente con la coherencia que tanto pregonó en campaña y con la cual se hizo elegir. Su indiferencia contrasta con la forma como se victimiza cuando se ve presionado por la opinión pública. Poco le importa la suerte de las dos mujeres y tres hombres que cada noche duermen a la intemperie; exigiendo sus derechos y pidiéndole que cumpla lo que prometió.
En su faceta de activista Quintero destacó por su creatividad y propuestas disruptivas, es algo que lo ha caracterizado desde el fallido proceso del Partido del Tomate; también se encadenó en algún momento para exigir que se le respetaran sus derechos políticos. Ya han pasado varios años y el entonces activista está enfocado en “hacer a Medellín grande otra vez” y pavimentar su camino a la Casa de Nariño, sin importarte el destino de quienes están encadenados en una situación lamentable en la entrada de su despacho. Esa es la esencia de la “Medellín Futuro”.