Una frase atribuida a muchas personas, entre ellas a Martin Luther King, que dice “No sé qué me impresiona más, si la maldad de los malos o la indiferencia de los buenos” me volvió a la cabeza al mirar aterrada el video del cadáver de María del Pilar Hurtado, la lideresa asesinada en Tierralta, Córdoba.
Mientras su hijo daba gritos de dolor, desesperado sin saber por qué le arrebataban a su ser más querido, las gentes que los rodeaban no hacían nada, miraban con morbo el cuerpo de la mujer, en un charco de sangre, pero nadie se acercaba a consolar al muchacho, ni rechazaba (por lo menos de manera explícita) semejante atrocidad.
Tal vez lo que ocurre es que todo el mundo está paralizado de miedo, que los paramilitares controlan cada rincón del departamento o que la gente es cómplice con su silencio. Si alguno quisiera manifestar solidaridad lo piensa dos veces por precaución, no vaya a ser que sea la próxima víctima. Pero y ¿las autoridades? ¿La fuerza pública? ¿El estado nacional? ¿Los políticos de la región? No aparecieron ni en Twitter. Apenas el presidente Duque mandó un trinado trino, que al parecer tiene listo para publicar cada que matan un líder social… y eso pasa cada día.
Esta situación reproduce casi de manera idéntica lo que pasaba hace algunos años cuando los paras mandaban sin que los incomodaran las autoridades. Es lo mismo ahora cuando se informa de listas “negras” de condenados a muerte por estos grupos infames que pretenden dominar el país, como lo hicieron antes.
Esta situación reproduce casi de manera idéntica
lo que pasaba hace algunos años cuando los paras mandaban
sin que los incomodaran las autoridades
Parecen maleza que nace y renace así la fumiguen con glifosato o cualquier producto parecido. Están apertrechados detrás de la misma clase política que antes fue condenada, pero que al parecer está de regreso. Ahora las sospechas recaen sobre el papá del alcalde del municipio de Tierralta, que aparece como dueño de un terreno que María del Pilar y otras personas habían invadido. No se sabe si las investigaciones “exhaustivas” que de nuevo ofrecen adelantar en el gobierno, van a confirmar está hipótesis, pero lo más probable es que este crimen se sume a los miles de otros, achacados a líos de faldas por el ministro de Defensa y sea visto como un hecho aislado, como los calificó el fatídico Néstor Humberto Martínez.
Se dé el resultado que sea, lo triste es ver una sociedad acorralada, atemorizada que no puede expresar dolor, ni solidaridad sin convertirse en cómplice a los ojos de los paras y de las autoridades indiferentes.
El presidente Duque y su equipo se asombra de que, en Europa, unas personas le gritaran “asesino”. Llegaron a decir que resultaba una injusticia calificar así a semejante prohombre, defensor de la legalidad y los DD. HH. Es posible, que Duque no haya cogido nunca un arma y estoy segura de que no se le ha pasado por la cabeza dispararle a nadie… pero es que un presidente de una nación es culpable por acción y por omisión y Duque resulta culpable por las dos razones.
La acción que lo condena como asesino, no es matar directamente a nadie, sino permitir que en las fuerzas militares y de policía pelechen mandos ineficientes, que lo único que se les ha ocurrido es ordenar “muertes” o “bajas” sin detenerse en los detalles de los operativos. También es culpable de mantener en su cargo a un petardo como el ministro Guillermo Botero que no da pie con bola en la lucha contra la criminalidad organizada, mucho menos contra los nuevos paras, que son los mismos de siempre.
Y por supuesto, Duque es culpable por omisión, por no gobernar sino dejar que gobierne por él esa sombra fatídica que lo precede. Cosa rara, las sombras generalmente van detrás del cuerpo real, pero en este caso, cuando Duque da un paso, la sombra de Álvaro Uribe ya va dos o tres pasos adelante. De eso sí es culpable, señor Presidente.