Tras una pausa de 10 días, la violencia regresó el pasado sábado a las calles de Hong Kong.
Según información de agencias internacionales, al menos 28 de los participantes (18 hombres y 10 mujeres) fueron detenidos cuando tras horas de tensión en torno a las barricadas, las fuerzas de seguridad comenzaron a lanzar botes de gas lacrimógeno contra los manifestantes. A su vez, los participantes en la protesta respondieron con el lanzamiento de botellas, piedras y otros objetos. En las vallas se leían mensajes como “policías perros” o “los hongkoneses queremos ser libres”.
Es así como a lo largo de la existencia los seres humanos han luchado por sus libertades sin importar el precio de ella y estos tiempos no son la excepción. Las nuevas generaciones no estamos dispuestas a soportar las explotaciones de los gobiernos dictatoriales, criminales, explotadores y usurpadores. Es por ello que las calles hongkonesas viven con euforia los gritos de protestas liderados por un grupo conocido como la "Revolución de los paraguas".
Sus peticiones son precisas: que Carrie Lam, jefa del gobierno autónomo, abandone su cargo; la apertura de una investigación independiente sobre la represión policial de las manifestaciones; la libertad de los detenidos en esas marchas; la retirada definitiva del proyecto de ley de extradición (el origen de las 12 semanas de las protestas) y el relanzamiento del proceso de reformas democráticas en Hong Kong, suspendido hace cinco años.
Por su parte, China no se ve dispuesta a ceder un milímetro de terreno en materia de libertades o de diálogo sobre las peticiones de los ciudadanos en mención. Su presidente Xi Jinping no da el brazo a torcer y están dispuestos a intervenir militarmente de creerlo necesario (opción descartada de momento). Pero esta opción militar es tan viable que solo se necesita la solicitud del ejecutivo local, según lo establece el artículo 14 de la ley básica del territorio.
Entre las reacciones más llamativa por lo que ocurre está la del presidente Donald Trump, quien ha dicho que espera que Pekín actúe con "humanidad" respecto a Hong Kong por el bien de las negociaciones comerciales entre las dos potencias. Sin embargo, no deja de ser curioso cómo el mandatario estadounidense habla de humanidad cuando en su país arremeten contra los inmigrante y el gobierno desafía la soberanía de Siria con sus incursiones militares. También, es notable que ninguna nación sea capaz de llamarle la atención de forma tajante al gobierno comunista como sí lo han hecho con Venezuela y Nicaragua por citar ejemplos.
Es aquí donde cabe aquel viejo refrán de que "todo mico sabe en qué palo trepa". Y de seguro que sí, porque ante un panorama que no se muestra amigable económicamente, una potencia como China puede ser un socio estratégico o un obstáculo para el crecimiento.
Ojalá todo el esfuerzo de los hongkoneses tenga resultados positivos. Son peticiones justas y necesarias. Sin duda, apoyar estas manifestaciones es muy importante para el futuro de la democracia a nivel mundial, ya que sienta un precedente invaluable.
Finalmente, lo sucedido aquí no es más que una torpeza histórica, la semilla del conflicto se remonta al momento en el que Hong Kong se convirtió en lo que es (territorio autónomo y una antigua colonia británica del sureste de China). En 1997, 156 años después, la colonia británica volvió a formar parte de China.
En el acuerdo firmado por Zhao Ziyang y Margaret Thatcher en 1984 solo había una condición que quedó escrita así: “Los actuales sistemas sociales y económicos permanecerán inalterados, así como su estilo de vida”. Esta cláusula tomó cuerpo en el principio de Yiguo Liangzhi, un país, dos sistemas, según el cual Hong Kong, a diferencia del continente, disfrutaría de un régimen de “derechos y libertades asegurados por ley” y equiparables al de cualquier democracia occidental. No obstante, esta excepción tendría un final: 2047, solo 50 años. De esta manera, fueron sentenciados a un futuro predecible del modelo chino, que al fin y al cabo es lo que buscan evitar a futuro.