Con motivo de la celebración de los 210 años del grito de independencia y de la ardua construcción de Estado nacional creemos necesario convocar a un debate que no puede ser aplazado por más tiempo. Un trayecto de más de dos siglos de devenir nacional y los últimos acontecimientos por los que atraviesan la patria y el mundo así lo ameritan.
Este debate versa sobre la siguiente cuestión: ¿qué entendemos los colombianos por independencia? Creemos, no sin tener evidencia de ello, que lo que el colombiano común comprende por independencia es una idea netamente fundacional, y por lo tanto, de rigor estrictamente pasadista. Caracterizaremos este concepto como uno de tipo estático y con el cual los colombianos sólo hemos tenido contacto a través de una actitud memorativa y performada en la simple efeméride festiva. Ya Alzate Avendaño había denunciado hace algunas décadas, por allá cuando la patria también se había puesto en cuestión bajo la criba de las ideologías modernas y la violencia, que esta actitud había sido condicionada por una educación patriotera que fomentaba visiones pueriles de la nación con el mote de “nuestro lindo país colombiano”, e infundadas bajo imaginarios fabulados y faltos de crítica.
Como todo organismo que vive y se desarrolla, creemos que 200 años de vida republicana significan el paso necesario de las fases pueriles y fabuladas del patrioterismo a un estadio maduro de nacionalismo crítico, comprometido e informado. Lo primero para realizar la anhelada evolución mental es despojarnos de la idea estática de la independencia y empezar a concebirla de manera dinámica; un estado de dinamismo absoluto que está sujeto a varios factores, que evoluciona en el tiempo, y que por lo tanto se está o se deja de estar en la medida que los factores que le determinan se vean afectados positiva o negativamente.
Segundo paso, revisar nuestra historia y preguntar: liberados del yugo español, ¿qué lugar se ha construido para sí misma nuestra patria en el concierto de las relaciones internacionales? Es decir, ¿bajo el umbral de qué potencia o de qué estados se situó la naciente patria colombiana como interlocutora internacional todavía frágil y secundaria? Debemos comprender que las relaciones entre los países son fundamentalmente relaciones de poder y que es el poder lo que determina si una nación tiene voz y mando o simplemente acata y sigue. En efecto y liberados del Imperio Español caímos bajo el espectro de dominación inglesa, y después, para nuestra desgracia, bajo la vocación mesiánica y racista de los Estados Unidos de Norteamérica. Pasamos de un colonialismo directo y confeso, provincial, a un neocolonialismo velado, subterfugio, pues no hay necesidad de que el ejercicio colonial sea directamente ejecutado a través de mecanismos militares o políticos de absorción, sino que estos mismos por la mediación del poder en la selva de las naciones devienen de facto en condiciones de subordinación. Los factores que intervienen aquí son de orden geopolítico, de las relaciones internacionales, de la geoeconomía, e incluso culturales.
El tercer paso, pasar de la relación externa a la interna. Preguntamos: ¿cuáles han sido las condiciones internas del país con las que ha contado para la construcción de una presunta autonomía e independencia? La categoría que aquí se pone en juego es la de construcción de potencia nacional. ¿Cómo y en qué grado Colombia ha construido la suficiente potencia nacional para ser auténticamente independiente? Si revisamos la historia de la construcción de nación nos damos cuenta la grave recurrencia de la necesidad de auxilio extranjero para desarrollarnos internamente en materias tan variadas como la producción nacional, la ciencia y la tecnología, la defensa, y también la educación, la farmacéutica y el sistema de salud, la explotación de recursos estratégicos, la deuda externa etc., etc., etc. No olvidemos, la deuda externa es la síntesis de una condición de debilidad nacional interna que se refleja en la dependencia de tipo externo.
Se podría replicar, esta ayuda ha sido necesaria para alcanzar la autonomía, sin embargo, ¿acaso al día de hoy no se sigue presentando en grado superlativo la necesidad de dar cualquier paso como nación y en todos los rubros posibles de la mano de alguna entidad o gobierno extranjero?, ¿cómo podemos llamarnos independientes si para explotar nuestros recursos, defender nuestra patria de agresores extranjeros o internos, generar empleo en la ciudad y en el campo, desarrollar tecnología, tenemos que recurrir a la sempiterna ayuda de capital y gobierno extranjero? Los factores que aquí intervienen estriban entre la seguridad nacional y la capacidad de defensa, el bienestar de la economía y empresariado nacional, el estatus de la fiscalidad, el desarrollo educativo, social, tecnológico y científico, la apropiación de la identidad nacional, entre otros factores que, como ya hemos dicho, dependiendo de su dinamismo y potencia pueden garantizar la independencia de la patria.
El último factor a tener en cuenta es de orden global. No se trata aquí de la relación de Colombia con las demás naciones del mundo, sino del movimiento conjunto del sistema mundial. La pregunta que corresponde es: ¿qué dirección está tomando el sistema global?, ¿cuáles son los interlocutores que dirigen y se benefician de este movimiento y cuáles no? Simplemente lo que hay que observar es cómo las potencias internacionales y los organismos hegemónicos de dominación supranacionales como las corporaciones, organismos multilaterales de control, entidades crediticias de orden global etcétera, determinan cada vez más la subordinación de los estados nacionales, convirtiéndolos en simples concesionarios del derecho y del sistema supranacional, atentando así contra la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. Preguntamos: ¿qué hace nuestra élite política para defender la soberanía nacional?, ¿en qué medida nuestra clase política está en connivencia con el proyecto de abolición nacional?
Llegamos finalmente a dos conclusiones: la primera, que el sistema de naciones es de interdependencias, claro está, pero que la igualdad jurídica de las mismas es una vil farsa, pues lo que determina que un país sea un interlocutor de primera categoría, autónomo e independiente son las condiciones de su real poder nacional. Por lo tanto, todos los países están en alguna condición de dependencia, siempre variable, y algunos más que otros. Colombia en esta urgente cuestión no ha construido las condiciones para tener la libertad suficiente de autonomía. La segunda, que si bien Colombia no está en una condición absoluta de dependencia, su independencia sí es frágil y va en franco declive.
Por lo tanto, dejar de considerar la independencia desde una perspectiva estática y adoptar la teoría y praxis de una independencia dinámica, potenciable o perdible, esto es, concebir la independencia como una condición actualizable y que hoy más que nunca debe ser actualizada. El mito legendario de la independencia, antes que fábula, debe ser el horizonte mismo que anime las luchas de los colombianos para mantener y conquistar un verdadero estado de libertad. Las efemérides independentistas han de ser auténticos rituales donde se evalue año por año el mantenimiento o potenciamiento de la libertad nacional.