Una vez, mientras realizaba su primera película Ya nunca más en 1984, cuando apenas tenía 14 años, Luis Miguel se desmayó. La reacción de su papá Luis Rey, otro ídolo juvenil en España y Latinoamérica, fue de preocupación, no por la salud de su hijo sino por los contratos que estaba en juego. Desde que debutó en televisión cantando La Malagueña, en esta hermosa versión de 1981, Luis Miguel, conocido como el Sol de México, a pesar de haber nacido en Puerto Rico se convirtió en una mina de oro para su papá.
En una reunión privada en su camerino el médico le recomendó a Luis Rey que dejara descansar a su hijo. El hombre tomó una decisión determinante: nada pararía esa máquina de hacer pesos en el que se había convertido Micky, el diminutivo con el que llamaban al niño su familia. Por eso le pidió al médico que le recetara al niño una dosis de efedrina, una droga que alerta los sentidos, agudiza los nervios y acelera el corazón, para ahuyentarle al niño los efectos del cansancio. Así Luis Miguel podría trabajar 24 horas en sus películas, sus canciones y además cumplir con el colegio. Una noche de finales de 1984 Marcela Basteri, su mamá italiana, lo encontró haciendo tareas. Los ojos dilatados, las ojeras pronunciadas y las manos temblorosas delataban una alteración de los sentidos. Marcela no tardó en darse cuenta de que a su hijo su esposo lo drogaba para que no tuviera necesidad de descansar.
Luis Rey quiso encontrar en su hijo toda la gloria que él no pudo tener como cantante. El español, después de estar un periplo en Puerto Rico, llegó a México a finales de los setenta intentando volver a los logros del pasado. Nada le salió. Lo que sí se empezó a dar cuenta es que su hijo mayor tenía el encanto y el talento de las estrellas. Indiscriminadamente le exigió todo hasta reventarlo. Luis Miguel, a veces, era despertado en media de la noche para complacer a los amigos de su papá que no paraban de ir a su casa a beber cantidades ingentes de whisky.
En 1986, cuando ya era una estrella juvenil de ribetes mundiales, ganador incluso del siempre esquivo Grammy en una época en donde solo lo ganaban los mejores, Luis Miguel perdería a su mamá. Al principio creyó que se había ido con un general mexicano a Italia. Durante años nadie sabía dónde estaba y, eclipsado por su papá, se conformaba con la versión que él le daba. Tuvo que intervenir el hijo del presidente mexicano Salinas de Gortari para saber una verdad escabrosa: en circunstancias que aún son materia de investigación, en agosto de 1986 Marcela acompañó a su esposo a una fiesta en la colonia San Jerónimo, un evento privado lleno de narcos y políticos corruptos. El reconocido capo el Negro Durazo quien, aunque estaba detenido, tiene vía libre para hacer lo que quisiera, incluso salir de la cárcel e ir a fiestas. Marcela, que arrastraba una depresión de días, producto de la separación a la que la había sometido Luis Rey de su hijo Micky, habría ingerido drogas y se metió en la piscina de la casa a donde se habría ahogado. El papá de Luis Miguel lo habría visto todo. Lo que nunca se sabrá es que hicieron con el cuerpo de Marcela.
En 1990, después de un desfalco de casi USD$20 millones, Luis Miguel descubrió que su papá le había robado todas las regalías de sus discos. El rompimiento fue total. Ahora Luis Rey es la piñata más vendido en México: todos quieren darle con un palo y es considerado el papá más despiadado de la historia de la música latinoamericana. Luis Miguel, quien hace unos años vivía recluido en su mansión de Miami, entregado al alcohol y a los antidepresivos, ha renacido gracias a la serie de Netflix y pronto lo tendremos en Colombia