¿Cómo un director con una ética periodística tan nula se atreve a pedir libertad de expresión, cuando él y el periódico que dirige son el principal obstáculo para que se sepa la verdad de lo que ocurre en Barranquilla?
Una de las peores experiencias de mi vida profesional se dio cuando me vinculé al periódico El Heraldo en el año 2012. Allí escribiría la crónica de los domingos como periodista Freelance.
Fui contratada por Ernesto McCausland después de 10 años de residencia en Alemania, adonde llegué becada como escritora por la Heinrich Boll Stiftung y posteriormente por el Pen Club Zentrum Deutschland, la organización de literatos más importantes del mundo.
Al empezar mi trabajo todo fue felicidad, pero en ese periódico pensar por sí mismo es un delito. Vi compañeros salir de allí despedidos por darle voz al pueblo, por ponerse del lado de los abusados, por ejercer mínimamente la disensión y la crítica.
Y pagan salarios que son para llorar: vi a un periodista profesional de tiempo completo y con garantías laborales ganarse solo un sueldo mínimo mensual. Carajo, ganan más los cocheros de Cartagena, con todo lo analfabetas y bestias que son.
Con Ernesto tuve fuertes altercados, a pesar del éxito del trabajo que veníamos realizando en la elaboración de las crónicas. No más al llegar a Barranquilla me enteré que la señorita Elsa Noguera, sobrina de Fuad Char, estaba construyendo un matadero de perros en Juan Mina, así como supe de la existencia de un infame e inhumano decreto firmado por Alejandro Char en su primera alcaldía, y que continua vigente a la fecha, que condena el exterminio en su totalidad de la fauna barranquillera.
McCausland me llamó varias veces a insultarme y a gritar como loco histérico, ya que Diana Alejo, quien estaba muy cerca a su corazón, era la principal impulsora de ese matadero de mascotas. Y claro, ¿Cómo me atrevía yo?, ¿Cómo osaba tocar a una intocable?.
Sus arranques de furia eran espantosos: gritaba como un animal, tanto que yo me cansaba. Su voz era un chillido, como la sirena de una fábrica y yo dejaba el celular en la mesa. Al rato volvía a acercarlo a mi oído, sentía el griterío y volvía y me alejaba. Y cuando ya sentía que se iba calmando un poco volvía a hablar con él. Claro, como no hay muerto malo, su temprano y doloroso deceso hizo que los aspectos oscuros de su personalidad fueran borrados como por ensalmo.
En el Heraldo escribí una crónica llamada “Matarte es el único propósito de mi vida” sobre una chica a la que su exnovio le propinó 18 puñaladas en el interior de la universidad del Atlántico, y en una tutela instaurada contra esa universidad, que fue asignada al magistrado Julio Ojito Palma, profesor de la U. de Atlántico -- irónicamente el mismo que acaba de conseguir que metan preso a Marco Schwartz-- se le solicitó formal y jurídicamente que se declarara impedido por el evidente conflicto de intereses. Pero no lo hizo. Y como era lo lógico en esa lógica perversa que se mueve en Barranquilla, Palma falló contra los intereses legítimos de la víctima, y le negó la tutela a la que tenía derecho.
Al ver mi artículo, Ojito Palma montó en cólera santa y empezó a buscarme. Pidió mis teléfonos en el periódico y la secretaria de Ernesto, sin ningún respeto por mi seguridad e intimidad se los entregó. Ojito Palma me acosó hasta la locura. Apagué el celular y entonces en el periódico (con una malignidad que a uno no le cabe en la cabeza) le facilitaron los números de teléfonos de familiares míos. Finalmente le concedieron a Ojito Palma una página completa en el periódico del siguiente domingo para que me insultara a gusto. Fue una medida desproporcionada ya que yo solo le había dedicado un par de líneas en mi crónica.
Murió Ernesto, lo reemplazó Marco Schwartz y mis días en el periódico terminaron de la peor manera. No solo prescindieron con una innecesaria falta de respeto de mis servicios, sino que Marco Schwartz hizo borrar de la web la totalidad de los enlaces de todas las crónicas periodísticas escritas por mí para los especiales de los domingos. Al menos conservo la prueba física de las mismas.
Marco Schwartz hizo cerrar el blog animalista, que me había concedido Ernesto dos años antes, sin motivo válido ni previo aviso. Así mismo hizo borrar de la web todos los enlaces subidos por mí a ese blog durante esos dos años, con todas las denuncias que hice.
Marco Schwartz borró de la web del Heraldo la única columna de opinión que nos apoyó en el tema del matadero de mascotas, escrita por el novelista Alonso Sanchez Baute.
Marco Schwartz negó el periódico la evidencia física real de que el matadero estaba construido; negó la existencia REAL Y CONCRETA de unos decretos expedidos por la alcaldía de Alejandro Char vigentes a la fecha, y que solo pueden ser concebidos por el alma enferma de un sádico: son una aberración que clama al cielo.
Marco Schwartz ocultó la realidad y mostró la máscara de una ciudad extraordinaria, cuando la verdad única y concreta es que vivir en Barranquilla es un completo desastre. El Heraldo es en Barranquilla, lo que el Gramma es en Cuba.
No Marco, no fue suficiente vender el alma al diablo, no fue suficiente usar unas rodilleras tan grandes, no fue suficiente --nada es suficiente-- ese sistema arbitrario, infame y abusivo que has ayudado a sostener y apuntalar tiene su propia lógica. EN ÉL NADIE VALE NADA, y es normal que te traicione y te obligue a ir a la cárcel, clavándote el puñal por la espalda. Solo eres un peón en el tablero. Eres prescindible.
¿Qué triste que te paguen tan mal cierto? A pesar de lo vendido que eres a los poderosos, a pesar de tu ausencia absoluta de independencia, de criterio, de periodismo investigativo o de denuncia, a pesar de estar íntegramente acomodado a los intereses de los políticos y los poderosos, irás a la cárcel.
Es que mal le paga el diablo a quién bien le sirve.