En un país donde las guerras civiles eran un programa anual de nuestros partidos, y en el cual una guerra de guerrillas se prolongó por más de medio siglo, un presidente que la combatió con éxito tenía que cosechar aplausos y admiración por cada victoria militar. Pero los hechos pasaron de la admiración al mito y su vigencia se transformó en endiosamiento del personaje, hasta el extremo de que se pretendió custodio de la nación con potestad –y abusos esporádicos– sobre su destino. A esto contribuyó la inconsciencia del fanatismo político. Casi que otro héroe de Carlyle para la historia futura de Colombia.
Esa conversión al mito lo indujo a considerarse un régulo predestinado e indispensable, e intentó perpetuarse en el poder, y cuando una sentencia de la Corte Constitucional le pintó la realidad real invirtió sus fuerzas en la búsqueda de validos que gobernaran bajo sus órdenes. En esas continúa con ínfulas de obstructor inexpugnable, aunque hay ya evidencias que lo desmienten y desparraman sospechas sobre la verticalidad de su comportamiento. Su mesianismo le impedía confinarse al modesto papel de espectador y contó con la suerte de tener fusibles que se sacrificaran en pro de la urna de cristal de su integridad.
Nunca se le quedó suelto ningún cabo que comprometiera su “ideal” de cacique Gran colombiano. Pero siempre hay un punto de quiebre, un resquicio que se cuela. Como el senador Iván Cepeda dudó del mito intocable y cuestionó algunos de sus actos, lo denunció por manipulación de testigos ante la Corte Suprema y, al finalizar la investigación, recularon la denuncia y un recaudo probatorio adelantado por el alto tribunal, pues ordenó compulsar copias a efecto de investigarlo por la misma infracción penal. Ni siquiera se habían compulsado las copias cuando el mítico expresidente se erigió en “perseguido de la Justicia”. Como lo predica el refrán, “Justicia sí, pero no en mi casa”.
Declararse perseguido por la Justicia sin que se hubieran constituido las salas de las dos instancias de su juzgamiento en la Corte, es desconfiar de la inocencia que la ley le presume. Una perfidia del inconsciente. El aliento profético de las frases pontificales a que nos acostumbró, cedió a la sorpresa de oírse grabado sin modo de negarlo. Como tampoco podía irse en estampida, en un bajón de lucidez repitió el lugar común más socorrido de quienes ocupan banquillo en la nutrida multitud de los sub júdice en angustiosa espera.
El teléfono de Uribe no estuvo interceptado;
os interceptados eran los de los ganaderos Villegas Uribe,
cuyas fachadas espirituales quedaron al descubierto
por el vocabulario de las grabaciones
El teléfono de Uribe no estuvo interceptado; los interceptados eran los de los ganaderos Villegas Uribe, cuyas fachadas espirituales quedaron al descubierto por el vocabulario y el tono utilizados en las grabaciones reproducidas en los medios de comunicación, inclusive cundo hablaban en clave. ¿Serían ellos los influyentes caballeros que consiguieron borrar, en la Sala Esperanza de la Fiscalía, los 33 minutos de diálogo desvanecidos como por ensalmo? Tan de malas el expresidente que, por capricho de los seguimientos legales, salió al aire su voz nítida, inconfundible y modelada de declamador. No pudo aparentar lo contrario de lo que es.
El episodio de los audios conocidos por el país sobre Óscar Monsalve nos remite a la cinematográfica escena de Job, otro paramilitar, entrando por el sótano al palacio de los presidentes con el fin de contarle, no se supo a quién (vainas de la fantasmagoría montañera), alguna travesura del magistrado instructor de la parapolítica. Hay gente que se le mide a todo con la naturalidad de quien no cree que caerá al vacío. Del 2002 en adelante, no ha corrido manso el curso de la vida pública, gracias a la fisonomía correosa de una extrema derecha que se recubre con caparazón democrática.
Esta vez Uribe quedó a punto de matar a palos al primero que se atravesara por sus ojos, porque sabe que muchos colombianos asocian varias retractaciones testimoniales favorables a Santiago Uribe con el destape de este manipuleo de testigos relacionado con los Doce Apóstoles. Ya no será igual de expedita la prestidigitación que el expresidente hace con el fanatismo nacional por su exclusiva cercanía consigo mismo. Su embarazosa cercanía con Villegas Uribe lo traslada a un terreno que le merma credibilidad y que agrava las cosas con el incidente de las grabaciones mutiladas.