Sentados en la sillas de la sala de su casa y rodeados por arrumes de revistas de actualidad y libros de ficción y de no ficción, como Tanja, una holandesa en la guerrilla colombiana, que escribió con el analista León Valencia, me contó que a mediados de la década de los 90 se encontraba en Urabá trabajando con una delegación internacional por las víctimas de la violencia de esa región, cuando Carlos Castaño, furioso, la mandó a llamar. La cita era en una de sus fincas y estaría presente el padre Leónidas Moreno de la diócesis de Apartadó, quien había llegado al Urabá chocoano en 1981.
Ninguno de los dos sabían de qué se trataba. Estaban nerviosos. Sabían de los riesgos. Tomaron en la madrugada una camioneta jeep sin rumbo claro. Castaño inculpaba a Liduine de haber sido la responsable de la información publicada en Amnesty Internacional London (AIL) en la que aparecía Castaño responsable de una de las tantas masacres en Urabá en los 90. “Conocia lo que había ocurrido y me comprometí a aclarar la situación con Amnesty para que rectificaran el artículo; esa masacre la había cometido las FARC”. Así logró salvar su vida y la del padre Leonidas frente a un hombre que estaba listo a dispararles en un ambiente tan difícil como que entre 1991 y 2001 se habían registrado 96 masacres que habían dejado 597 personas asesinadas. “Casi nos matan por la irresponsabilidad de una persona en Londres”, sentencia Liduine mientras se lleva la mano a su cabeza para frotarla en su cabello blanco con un peinado estilo desconectado.
Liduine había aprendido a lidiar tanto con guerrillas como paramilitares en un país, que considera un caos, por la alta corrupción del Estado, la sed de poder de la mayoría de la clase dirigente y el amiguismo entre ellos. Ya se había trasnochado en el campamento de Nicolás Rodríguez Bautista, alias de “Gabino”, comandante del ELN y había conversado junto al padre Leónidas con Carlos Castaño buscando sacar de la lista negra a posibles objetivos militares, como exguerrilleros desmovilizados o líderes políticos como Gloria Cuartas, la alcaldesa de Apartadó.
La tercera de una familia de trece hermanos, Liduine llegó a Colombia a finales de la década de los 60. Quería hacer su práctica profesional fuera de Holanda. “Me propusieron venir a conocer Colombia y la curiosidad me hizo aceptar. Poco aprendí del país en la casa de huéspedes en la que me quedé y menos en la Javeriana donde tomé un curso de español. Era una élite de buena voluntad, pero me limitaba mucho”.
Decidió entonces trasladarse a un vivir a un barrio popular para conocer la realidad social de Bogotá y trabajar con los niños de la calle. Un período que le marcó su vida y le sacó rabia, lágrimas e indignación “por la injustica de esta sociedad. Yo no conocía nada de esa crueldad que a los medios no le interesaba mostrar, había que meterse allá para uno darse cuenta”.
Con el corazón arrugado
La cercanía con los niños la llevó a trabajar en un centro de rehabilitación de menores en Cali, que todavía la estremece recordar: “un sistema fascista llena de jovencitos que recogieron de la calle”. Creyó que no regresaría a Colombia. Pero aquí regresó a mediados de la década de los 70 y se vinculó a la Universidad Externado. Ya empezaban a verse guerrillas urbanas y milicias.
Liduine sintió que sus clases en las que presentaba documentales para invitar a reflexionar incomodaba. “Me veían como un posible foco de revolución para esos ´hijos de papi´, que pertenecían a influyentes grupos sociales del país”. Y dejó la universidad para mirar mejor hacia el campo. Tuvo contacto con la Asociación Nacional de Campesinos (ANUC) y se acercó a una realidad de pobreza. “Algo que me ha indignado profundamente es la acumulación de tierras. En este país hay unos latifundistas gigantes, como el del expresidente Uribe, con una extensión que es casi media Holanda en contraste con campesinos que no tienen ni media hectárea con 8 o 10 hijos. ¡Eso no puede ser!”.
Recorrió el país junto a un compañero sociólogo holandés y dictaron cursos de capacitación, participaron en congresos campesinos y logró que su país se interesara en por el movimiento campesino y consiguió importantes recursos de cooperación para fortalecer la Anuc. “Pero como siempre la guerrilla, que es la peste, para cualquier movimiento social, lo infiltró y empezó a manipular un movimiento que comenzó autónomamente y con reclamaciones justas”, dice. La inteligencia militar les puso la lupa y este se enfocó en ellos y como consecuencias perdieron su influencia y credibilidad. Fue prácticamente el fin de esa organización.
Regresó a Holanda donde se vinculó con el Ministerio del Interior a trabajar por los refugiados de América Latina que llegaron a Europa luego de los golpes de Estado militares en Chile, Argentina y Uruguay. Su vida estaba ya cruzada por Latinoamérica, así que a pesar de haberse casado y tener dos hijos se comprometió con misiones internacionales en Nicaragua y El Salvador y terminó nuevamente en Colombia donde la persecución a los militantes de la Unión Patriótica comenzaba a hacer estragos. Asumió la causa de la defensa de los derechos humanos con Pax Christi Holanda, un movimiento de origen católico que había nacido como un movimiento civil en Francia después de la Segunda Guerra Mundial para reconciliar a los ciudadanos franceses y alemanes después de los vejámenes de esa guerra.
Quince años después, Colombia era otra. El narcotráfico había permeado todas las esferas de poder y el paramilitarismo empezaba a dejar su estela de dolor en todos los rincones del país. La muerte rondaba y para completar encontró compatriotas vinculados al negocio de narcotráfico a través de Holanda Química, una empresa importadora de insumos y químicos que terminaban en el procesamiento de la coca. Luidine levantó la voz en su país y consiguió endurecer la ley que regula la exportación de insumos y la empresa se disolvió.
El cardenal que no le dio la bendición
Entonces, la violencia no tenía límites. A las monjas y los curas los asesinaban los paramilitares acusándolos de ser comunistas pero fue el Eln la organización que en octubre de 1989 fusiló al obispo de Arauca, monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, acusándolo de cercanía con los militares. Un religioso muy reconocido en la comunidad a quien delegados de Pax Christi habían visitado en su diócesis pocos días antes.
Liduine había viajado a la diósesis de Apartadó, en el Urabá antioqueño a denunciar los asesinatos a los militantes de la UP cuando se topó con una guerrilla que buscaba intimidar a organización internacional para intentar influir en el informe que preparaban para presentar en Ginebra ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.
Pax Christi Holanda fue la primera ONG europea de peso que denunció la complicidad del estado y las fuerzas militares frente en el aniquilamiento de la UP y las violaciones a los Derechos Humanos, con lo cual terminaron señalada de ser el brazo político de las guerrillas. Publicaron dos informes, Impunidad I y II, que fueron rechazados por todo establecimiento colombiano como también generaron el apoyo de las víctimas.
Liudine no tuvo reparos en enfrentarse con la jerarquía de la Iglesia Católica colombiana, en cabeza del cardenal Alfonso López Trujillo. El cardenal reaccionò furioso a los cuestionamientos que le hizo Pax Christi por su indolencia frente al dolor que se vivía en las parroquias del país. Viajó al Vaticano a buscar a través de su colega holandés Adrianus Simonis, quitarle el apoyo a Pax Christi que tiente un rol como entidad asesora en paz y justicia social para el Vaticano.
“López Trujillo intentó evitar que se vinculara a la Iglesia Católica en el informe. Muchos conocían sus lazos con Pablo Escobar y además la manera como aprovechaba sus donaciones. Su indignación frente a Pax Christi fue el comienzo del fin de López Trujillo porque le rebosó la copa al Vaticano y lo sacaron del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano). Terminó en Roma con un cargo en el Consejo pontificio para la Familia. Era un señor de moral nefasta y enfermo de poder, inclusive dicho por muchos miembros de la iglesia católica en este país”.
De la mano con el “León”
A comienzos de los 90 la Corriente de Renovación Socialista (CRS), un ala disidente de la ELN, buscó entrar en negociaciones de paz con el gobierno de César Gaviria. Uno de los obstáculos más difíciles por los que atravesó el proceso fue el asesinato en 1993 por parte de miembros del Ejército, de dos de los negociadores: Enrique Buendía y Ricardo González. Para evitar la ruptura y buscar protección de sus militantes en proceso de desmovilización, la Corriente buscó apoyo internacional. Fue asi como dos de sus dirigentes León Valencia y José Aristizábal contactaron a Pax Christi. Liduine se apersonò del caso y trabajó durante un año ambientando la negociación para que el proceso tuviera respaldo nacional e internacional para que los exguerrilleros pudieran encontrar nuevos caminos vitales.
En efecto, el 9 de abril de 1994, en Flor del Monte, en Ovejas, Sucre, 700 hombres y mujeres firmaron la paz con el Estado y la sociedad colombiana frene a una importante representación internacional. La embajada de Holanda en Colombia se comprometió con el seguimiento durante diez años de los acuerdos. Fueron muchos los viajes que realizó Liduine a los campamentos de Carlos Castaño para evitar que sus paramilitares asesianran a los desmovilizados de la Corriente. Su amigo Leon Valencia sobrevivió a las amenazas y pasó junto a sus compañeros de la Corriente a conformar la Fundación Nuevo Arcoíris, desde donde operó hasta el año pasado cuando creo la Fundaciòn Paz y reconciliación.
El golpe de definitivo en Europa para las guerrillas
Era el alumbrar del nuevo milenio y Liduine con voz vehemente empezó con Pax Christi una campaña internacional contra el secuestro como instrumento de guerra, con Colombia como foco por su alto índice y la indolencia de la sociedad frente a este flagelo.
Una decisión que tuvo un alto costo. Pasó de ser enemiga del Estado por haber denunciado su complicidad en la violación de Derechos Humanos, ahora había pasado a ser aliada del entonces presidente Álvaro Uribe y su homólogo estadounidense George Bush y de la CIA. “¡Todos esos críticos son idiotas! Les queda corto imaginarse que uno pueda expresar con independencia su indignación moral por violaciones, vengan de donde vengan, de la derecha o de la izquierda. Los Derechos Humanos son universales y por lo tanto, donde caigan víctimas inocentes, toca denunciar.”
La industria del secuestro en Colombia, ¿un asunto que nos concierne? llegó a Bruselas y a la ONU en Ginebra. El golpe para la imagen internacional de las FARC fue drástico. Dejaron de ser considerados los ‘Robin Hood’ del conflicto. La campaña de Pax Christi los desnudó y mostró su faceta terrorista. Como resultado las Naciones Unidas tipificaron el secuestro como un crimen de lesa humanidad y la Unión Europa colocó a las FARC, y posteriormente al ELN, en la lista de grupos terroristas.
“Por esa campaña internacional contra el secuestro, el gobierno de Uribe me bendijo., Estaba feliz de que la comunidad internacional se expresara. Pero la simpatía de Uribe fue mi viacrucis, porque estaban convencidos de que yo estaba siendo pagada por el Estado colombiano, o sea el mayor enemigo de la guerrilla”.
Al otro lado de la reja
La negociación con los paramilitares en el gobierno Uribe con la Ley de Justicia y paz, asi como la persecución a los guerrilleros con su política de Seguridad democrática multiplicó la población carcelaria del país. Por esas ironías de la vida fueron precisamente unos excomandantes guerrilleros quienes le solicitaron su ayuda para que los presentara como movimiento de desmovilización, paz y reconciliación que buscaba además ser cubiertos por la Ley de justicia y paz. De allí surgió Manos por la Paz Internacional.
Esta fue la nueva causa de Liudine. Empezó a apoyar eventos de reconciliación de víctimas con victimarios organizados por los mismos presos en los patios de las cárceles. Y el árbol empezó a dar los frutos. El movimiento se popularizó y cada día más y más presos se agruparon y voluntariamente dieron información sobre familiares desaparecidos. Cientos de víctimas pudieron ubicarse y asumir procesos de reconciliación. Y gracias a Manos por la paz, en un año más de 1.300 ex guerrilleros presos entraron al proceso de justicia y paz. Pero el alto comisionado de paz de entonces Frank Pearl no entendió el proceso y lo entorpeció.
Esta mujer, amante del buen vino, dice que tanto la guerrilla como los paramilitares, miembros del ejército y del Estado colombiano violan los derechos humanos. No tiene reparos en reconocer que en la década de los 60 se habría metido a la guerrilla cuando esta luchaba por ideales y denunciaban una sociedad plagada de corrupción y sin posibilidad de otros espacios políticos cooptados por las elites de poder de siempre.
Pero se enfurece también cuando escucha a las Farc denunciar asesinatos del Estado, de los paramilitares y del Ejército. “No tienen autoridad moral para hacerlo porque son los primeros que atacan a la sociedad civil. Son una guerrilla muy cerrada, con una ideología anticuada, que se corrompió y se vulgarizó en sus métodos y propósitos. No queda absolutamente nada de la guerrilla del inicio, cuando se rebeló en defensa de los campesinos”.
No se cansa. Después hace diez años ya no trabaja con Pax Christi pero ha econtrado otros caminos para continuar impulsando sus causas a través Manos por la Paz Internacional, buscando que exguerrilleros y exparamilitares presos se reconcilien y haya reparación social. Convencida de que su obligación es denunciar lo que toca y darle voz a los que no la tienen, porque para ella la verdad de la trágica historia de violencia del país aún está al otro lado de la reja, en las cárceles, buscando ser escuchada para llegar a la tan anhelada paz.
@sebastiandiazlo