Siempre me pareció que Samuel Moreno Rojas no era genuino, legítimo. Que su acercamiento a la izquierda era una impostura. Cuando Lucho Garzón se acercó a Uribe, a bailar el Aserejé, igual me pereció una impostura. Cuando Uribe posa de religioso, con protestantes o con católicos, o prohibiendo el “gustico”, tampoco le creo. Es teatro. No le creo a Antanas Mockus cuando monta su matrimonio en un circo o realiza una sanación con indígenas y dice que el problema en Colombia es “la cultura”. Cuando Fajardo se viste de centro, solo veo que esconde sus vergüenzas uribistas. Puedo seguir, pero usted, amable lector y lectora, ya tiene muchos otros ejemplos de imposturas para contar.
Que el gentleman Alfonso López Michelsen adoptara la postura de subirse al vagón de la revolución, resultó creíble para muchos en tiempos de guerra fría. El Partido Comunista Colombiano se comió ese cuento y por eso también lo llamaron mamerto. Cuando el Paro Cívico Nacional de 1977, que López reprimió a sangre y fuego, se hizo evidente la impostura.
¿Es la democracia una impostura para muchos?
En las universidades estadounidenses estuvo de moda pensar América Latina y el Caribe como modelos de transición a la democracia. Muchos libros se escribieron sobre la transición, tomando como caso de estudio a Chile, Brasil, Argentina, todo el Cono Sur, inclusive al “Estado Fallido” de Colombia. Como en esos relatos el concepto de “democracia” es asociado al de “libre mercado”, incluyendo el mercado electoral, perdón, la competencia electoral, en la transición siempre estaba puesta Cuba. El problema con esos tratados sobre transición a la democracia es que Colombia aparece como que no “transita”, porque siempre había sido una “democracia”, a pesar de los nueve millones de víctimas del conflicto armado.
Pero la democracia hay que tomarla en serio, no como impostura o como transición eterna.
Ahora, cuando el Congreso de Perú, ese que cuenta con 10 % de opinión favorable, declara al presidente Gustavo Petro “persona no grata” y sostiene a la señora que le dio el golpe artero al profesor Castillo, perdón, al presidente Castillo, a pesar de los pesares, me pregunto, ¿es el parlamento peruano expresión legítima de democracia o es una impostura?
Que sea una impostura no quiere decir que sea inocuo, inocente o insustancial. En política, como lo enseñó Maquiavelo, no solo cuenta lo que es sino lo que se quiere hacer creer que es. Por eso las imposturas llevan al engaño y pueden inducir al desastre.
_______________________________________________________________________________
Los impostores no cambian. Siempre tienen claro sus intereses y usan las ideologías y los discursos políticos como monedas de cambio
______________________________________________________________________________
Cosa distinta es la ideología. Hay muchos casos genuinos donde líderes y amplios grupos sociales cambian de sustrato ideológico, asumen el comunismo y luego lo rechazan, o el fascismo, el liberalismo, el cristianismo, el hinduismo, el taoísmo y luego cambian, repito, de forma genuina y franca. Al contrario, los impostores no cambian. Siempre tienen claro sus intereses y usan las ideologías y los discursos políticos como monedas de cambio. Si logran engañar a las masas, pueden arrastrarlas a desastres políticos e institucionales, con tal de usufructuar sus prebendas.
Javier Cercas, en su estupenda novela El impostor, cuenta la historia de Enric Marco que se hizo pasar por víctima de los nazi y por muchos años engañó a izquierdas y derechas, para provecho propio en España. En Neiva, Jaime Torres, un seminarista se hizo pasar por embajador de la India durante cuatro días, en 1962, hasta que otro seminarista lo delató. Cercas dice que todos tenemos algo de impostores al buscar reconocimientos mayores a lo realmente vivido. Y en Neiva el impostor fue motivado a engañar por el mismo arribismo de las élites opitas.
En Colombia, la impostura ha sido una forma muy recurrida de hacer política. Lo esperado es que el candidato a presidente, por ejemplo, asuma posiciones populares en la campaña, pero que cuando triunfe revele su verdadero sentido de compromiso con el establecimiento y los poderes retardatarios. Explican con descaro que la culpa (responsabilidad) es del vulgar populacho que les creyó en campaña.
Lo que está ocurriendo en la política nacional en Colombia, hoy, y que tiene sorprendidos a muchos, es que Petro no es un impostor.