No recuerdo haber leído nunca una columna-carta en la que se solicite a un presidente que revele sus adicciones. Puede que haya antecedentes, pero en cualquier caso, deben ser pocos o ninguno en el confuso Colombia, las columnas en las que se pide que digan abiertamente: "Soy adicto a la cocaína y seguiré gobernando".
Es posible que la prensa ya tenga en sus manos alguna evidencia "borrosa" que aún no se ha utilizado, quién sabe por qué motivo.
Tal vez la periodista Duzán, que generalmente no tiene ese estilo, encontró una forma de advertir al presidente. ¿Quién sabe? En este país, buena parte de la desgracia y el mal están calculados con tanta anticipación que abundan las crónicas anticipadas de las muertes anunciadas, como el libro de aquel escritor.
Como colombiano, deseo que la columna no sea una antesala, una preparación. También deseo que, de ser cierta la supuesta adicción, el presidente no confiese nada. Los efectos serían lamentables para quienes seguimos creyendo que se debe respetar el mandato popular, tal como se hizo con Uribe, Duque o Santos.
Y tal vez parte de la razón por la que se mantuvieron en el poder hasta el final, e incluso algunos repitieron, fue porque en ningún caso se pidió revelar, con tanta minuciosidad como ahora con el presidente Petro, incluso las preferencias más privadas, por diminutas o grandes que sean.
También puede ser que la estabilidad se debiera a que sobre ninguno de esos cuatro se aplicara una regla o estándar de pulcritud. Al menos, no alguno que significara exigir comportamientos de corrección absoluta, de coherencia permanente o de neutralidad total.
Pero nada de esto se aplica al presidente actual, a quien incluso antes de llegar al gobierno le pedían que caminara descalzo como Jesucristo o que usara alpargatas. Porque, según algunos, los zurdos genuinos deben parecerse a los mendigos o pertenecer a una orden mendicante o practicar una caridad franciscana, como el bueno de Pepe Mujica, más monje que político. Ponerse zapatos Ferragamo simbolizó la hipocresía, la traición, la mentira, lo imperdonable del izquierdismo practicado por Gustavo Petro.
Prefiero, en todo caso, el problema de los Ferragamo, porque el de la cocaína podría finalmente destruir al gobierno. El clima parece perfecto. El gobierno, que ha sido sobrio y bueno, no es viral. Además, el presidente no ha sido cauteloso ni reservado. Sus asesores de medios no controlan sus redes ni su inagotable impulso tuitero, esa sí, una adicción insoportable.
La prensa capitaliza todo. Casi hay un pequeño sector de la industria dedicado a sacar provecho del presidente Petro.
El astuto Alejandro Gaviria, en un acto asqueroso de venganza quizá, aprovechó la mala hora para lanzar un libro que paradójicamente escribió gracias al trabajo y la confianza que le dio Gustavo Petro. Daniel Samper ha hecho tantas taquillas con su obra humorística sobre el mandatario que al menos debería añadir un agradecimiento de vez en cuando.
Vicky Dávila ha podido mantener la tendencia de Semana gracias a cada distorsión de mensajes, ideas o imágenes del mandatario. Es una prosperidad insospechada para ellos, supongo, viven de los rendimientos petristas.
Pero el capítulo que podría cerrar todo es el de la droga. No porque sea más grave que el de los Ferragamo, sino porque este país no aguanta vaivenes morales. Asocia la adicción con el apocalipsis, el demonio, el mal en su totalidad.
Y al adicto, con la perversión, la enfermedad y el repudio. Esto a pesar de que los poderosos adictos a las drogas en diversos sectores sociales han sido muchos. Algunos, como el director de La Silla Vacía, han dicho públicamente que disfrutan y sufren la gloria de sus viajes de cocaína. Pero el actual presidente no es parte de ese círculo, no es de esa gente de bien, que con dinero o sin él, puede hablar de sus derivas sin consecuencias.
Se ha creado un escenario de opinión brutal en contra de Gustavo Petro. Fue guerrillero con un fusil en la mano. Tiene el rostro de un indígena y el porte de un descendiente de Benito Juarez, pero de baja estatura y con raíces criollas.
Es muy mañoso decir todo esto, aunque nadie lo diga públicamente. Existe un desprecio hacia el presidente porque se ve demasiado colombiano y, en lugar de bajar la cabeza, la alza y dice lo que piensa. Ahora que la prensa se interesa por los rumores, ese rumor no tiene sentido seguirlo ocultando. Es un chivo expiatorio perfecto, es un nadie.
Ojalá el presidente termine su mandato como lo hicieron los otros que mencioné antes. Porque, objetivo o no, si lo obligan a irse, quedaría la sensación de que nos quitaron el gobierno que elegimos, nosotros, los nadie, los mismos que nos aguantamos el gobierno que eligieron esos otros de bien, esos alguien que deciden a quién defenestrar e imponen narrativas de sospecha y odio.
Y aquí vienen las hipocresías: No quiero imaginar qué habría pasado si el adicto a la comida hubiera revelado literalmente el rumor de las infidelidades con la congresista plagiaria. Tampoco qué habría pasado si el exadicto al plomo y la guerra hubiera dicho, durante alguno de sus gobiernos, que había violado a una periodista.
Menos aún si el adicto a los aplausos y los vítores hubiera dicho, durante alguno de sus gobiernos, que se hacía el de la vista gorda cuando se negociaban coimas del petróleo. La bajeza moral de todos esos la soportamos, a pesar de que el rumor a la vez nos solazaba y nos indignaba. Ahora María Jimena Duzán exige que se revele una adicción, algo que, por otro lado, es bastante menos grave que cualquiera de las perversiones mencionadas.
La carta que Duzán pide, algo que bien debe saber ella, es la de la renuncia al cargo. ¿Acaso uno de los insípidos hermanos Galán, el que se operó la cara y tiende a usar sus tardes para hablar de series en Amor Perfecto, adicto a lo mejor, no salió hablando de renuncias y de incapacidad para ejercer un cargo público al día siguiente de la carta?
Todos se ponen de acuerdo en algo que solo traería ganancias para ellos y solo perjudicaría al presidente. Al día siguiente, eso sí, después de lograr su cometido, la renuncia, la cabeza, la humillación, muchos saldremos a marchar.
Otros más violentos harán arder los territorios, añadiendo más razones al enredo y la rabia mala se reproducirá. Todos en contra de todos y los nadie que sigan molestando, porque nada va a pasar para ellos, ni siquiera un gobierno, un símbolo o el inicio de una ruta política, cuestionable o no, en todo caso, popular.
Marcharemos, una vez más...