Cierto porcentaje de colombianos no asume la grandeza de ejercer el voto reflexivo. Las causas son múltiples: manipulación por parte de medios informativos en favor del gobierno corrupto, prensa elitista, envilecida por cuanto representa la función de un periodismo imparcial. La demagogia politiquera lista a manipular el pensamiento del votante a través de la compra del sufragio.
La educación pasiva incapaz de generar pensamiento crítico en relación con el resquebrajamiento del sistema político, económico y social. La apatía hacia la política porque los politiqueros se han encargado de contrarrestar su importancia cuando esta concibe el manejo equitativo de los recursos públicos.
La falta de un laboratorio político, cuya esencia consista en implantar soluciones concretas para erradicar la pobreza en cada región del país; de esta manera, la política se torna auténtica, se convierte en instrumento activo dentro de una población paupérrima, se rescata el valor supremo del arte de administrar con honestidad la nación.
Este laboratorio debe funcionar desde las escuelas, colegios, universidades, así tendríamos personas capaces de pensar un país integro, solvente, sin actos de corrupción, hasta convertirnos en “potencia mundial de la vida”, una sociedad con capitalismo progresista, sin hambruna, en el cual todos, nuestros mayores y mayoras observen el transcurrir de la existencia sin el flagelo del ninguneo, de la guerra, del hambre.
El maniobrar descarado y cínico de pastores y sacerdotes de iglesias cristianas y la católica cuando enajenan el cerebro a sus feligreses y los inducen a votar por el candidato con el cual sus jerarcas negociaron prebendas en pro de sus intereses personales.
El arribismo colocándose velos de grandeza frente a la triste realidad del entorno. La indolencia ante el país devastado por la negligencia de los gobernantes, porque no se creen parte del problema.
Por estas y muchas otras deducciones la inercia hacia el voto reflexivo auspicia el estancamiento de una región, la tiranía de la hambruna avanza con índices desproporcionados, el régimen dictatorial disfrazado de democracia, el incremento de grupos paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes, de la fuerza pública al violar muchas veces el código disciplinario militar colombiano.
Sin voto reflexivo, a falta de este compromiso con la inteligencia la oferta vacía de caciques políticos tradicionales allana fácil la masa de coterráneos sumidos en el pensamiento oscurantista a la hora de pensar sobre lo mejor para unos compatriotas con una tasa de desempleo del 14,6 %, según el Dane en enero de 2022, una pobreza extrema de más de 7,5 millones (15,1 %) y una pobreza multidimensional de 21 millones (42,5 %). De esta manera, la politiquería perpetúa su poder.
Las propuestas mediocres y aleccionadoras no pasan por un análisis desde la perspectiva social y económica del elector. Por lo tanto, el candidato no corre riesgo de ser rebatido con tesis objetivas.
En Colombia vivimos una democracia fingida, una libertad sin cimientos invulnerables a los zarandeos constantes de degradación rayando con la miseria humana en todos sus contenidos, en una independencia aparente, espuria y putrefacta donde el desespero por la subsistencia es parte del paisaje cotidiano, la dignidad de la gente pobre es pisoteada cuando se ofrecen raciones grotescas a cambio del voto, con el agravante de ejercer el cinismo como cláusula efectiva de la autonomía, rampante patraña, para convencer a la persona incapaz de sacudir su cerebro ante la situación de angustia, de dificultades para sobrevivir un sinnúmero de colombianos.
Colombia es un país sin oportunidades: “La población de colombianos en el exterior es de 4,7 millones de connacionales, según estimativos del Ministerio de Relaciones Exteriores”.
En nuestro país se requieren 11 generaciones para salir de la pobreza, dice Jens Matthias Arnold, economista de la Ocde (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) para Colombia. El servicio de salud después de la Ley 100 implantada por Álvaro Uribe Vélez se convirtió en execrable artificio social en Colombia. Un 60 % de colombianos trabaja en labores informales.
Colombia es una de las repúblicas más ultraconservadoras del mundo. La libre expresión es reprimida, así nos quieran demostrar lo contrario, por armas asesinas del gobierno, por paramilitares empeñados en salvaguardar la regencia imperialista, por grupos fascistas y civiles serviles de la burguesía con revólver y metralletas colgadas en el hombro, al estilo del bandolero del Lejano Oeste.
Las anteriores aseveraciones sirven para comprender las dificultades de un partido político alterno, como lo es el Pacto Histórico, en el instante de salir avante con sus ideales progresistas, cómo debe enfrentar el periodismo vendido al mejor postor.
Sortear la implementación de propaganda negra, por ejemplo la de aquellos ministros cristianos confabulados con el poder de manera miserable al acusar a Gustavo Petro de ateo, con el único fin de crear fobia espiritual en sus seguidores y obtener votos en beneficio del candidato prefabricado. O cuando el gobierno se enfrenta como bestia enfurecida contra la paz. O al fomentar el libertinaje económico con impudicia a través del narcoestado.
En la actualidad el Pacto Histórico es, a mi parecer, el único partido no contaminado por la compra de votos.
Cada uno de los millones de seguidores es un líder consciente de su responsabilidad como demócrata, de la labor de construir un mundo mejor, de desearse y desearle al otro vivir sabroso, de saber de la urgencia de cambiar esta Colombia hecha trizas, de ser defensores de la anticorrupción, de crear historia de la buena, de sabernos capaces de abolir la hambruna, de coexistir satisfechos porque el salario mínimo esté por encima de la inflación, de ser gestores del cambio sin temor alguno.
Doscientos años de desesperanza son suficiente flagelo del gobierno verdugo.
El voto reflexivo es nuestra mayor arma si deseamos acabar con el continuismo. Ya es hora de demoler nuestros pensamientos de vasallos. La patria es nuestra, debemos reconquistarla, arrebatársela a quienes agrietan la estructura económica y obstaculizan el desarrollo social en provecho de la clase obrera. Si queremos podemos tener gobernantes humanistas.