Con motivo del segundo centenario de la batalla de Boyacá hemos recibido una lluvia de ‘lecciones de Historia’.
La primera de ellas se concreta en la importancia que puede tener el análisis histórico para comprender e identificarnos con lo que somos como Nación. Sin embargo, dependiendo de la metodología de interpretación que se utilice, se puede acabar produciendo el resultado contrario.
La inmensa mayoría de presentaciones han girado alrededor de lo que algunos denominan como ‘historia política’, es decir aquella que se basa una secuencia de eventos y un protagonismo de unos actores políticos – personajes o colectividades-. Es esta una ‘ historia’ simplificada o lineal que desconoce o minimiza la complejidad de los procesos que conforman la evolución del pasado y la construcción que crea nuestro presente. Es decir que hasta cIerto punto evitan el tema mismo, en la medida que lo ‘mitifican’ alejándolo de la compleja realidad.
Es lo que sucede con las versiones difundidas en las que se habla de la Independencia y del Libertador como si a eso se redujeran o en eso consistieran nuestras raíces. Son como pastillas para dormir que impiden despertar y ser conscientes de dónde vienen nuestros problemas y dónde se podrían encontrar respuestas a ellos.
El control de la natalidad o la masificación del Internet
serían más relevantes para explicar el desarrollo de un país
que las determinaciones de cualquier gobernante
Según esta es el protagonismo de los sectores económicos y los efectos en los movimientos o cambios en las relaciones sociales los que caracterizan los procesos históricos. Por ejemplo, las batallas de la ‘independencia’ son menos luchas ideológicas incitadas por la publicación de los ‘derechos del hombre y el ciudadano’ o de un cuestionamiento al modelo de monarquía, y son la simple confrontación por el poder entre la élite económica peninsular y la clase emergente criolla, con el resultado de la derrota de la ‘aristocracia’ y la consolidación del poder burgués en estas tierras. Las categorías de ‘oligarquías’, ‘burguesía’, ‘criollos’ etc. son las fuerzas y las corrientes que explican la evolución de una sociedad y las que acaban construyendo la organización política derivada. Se encarnan e identifican con momentos y personajes que marcan hitos, pero estos son solo manifestaciones de procesos más complejos.
Y existe otra modalidad de ‘historia económica’ que da más énfasis a las causas que a los resultados; que analiza fenómenos como los cambios tecnológicos o demográficos. Algo como el control de la natalidad o la masificación del Internet serían más relevantes para explicar el desarrollo de un país que las determinaciones de cualquier gobernante. Y más que las leyes y las constituciones, serían las variaciones en los ‘factores de producción’ o en las ‘relaciones de producción’ las que permiten seguir y entender los pasos que nos traen a lo que hoy somos.
Pero si no involucramos modalidades de estudio más sofisticadas y nos seguimos dejando vender la idea que son los gobernantes quienes decidieron nuestro pasado, es decir que de ‘personaJes historicos’ dependieron y depende la suerte de las poblaciones y de las naciones, nos parecerá natural que la participación polítIca se reduzca a escoger mediante el voto en unas elecciones en quién delegamos nuestro futuro.
En nuestra actualidad el resumen es que ningún ‘partido’ representa nada diferente de una máquina para buscar votos; que lo que se llaman ‘candidatos’ sí son aspirantes a llegar al poder pero en su inmensa mayoría sin representación de nada ni de nadie. Que ya ni siquiera se pueden enmarcar en categorías o corrientes con alguna caracterización colectiva como clase social, intereses económicos o defensa de ideologías; que definitivamente no estamos viviendo ni haciendo la historia de una nación, sino la de unos personajes a quienes generosa pero erróneamente les atribuimos la calidad de ‘clase política’ o de ‘dirigentes’ aunque no cumplan para nada las funciones y responsabilidades que como tal les correspondería.