Poca culpa tienes en lo que te has convertido. Eres más bien el producto de unas circunstancias —que otros llaman destino— que te han conducido por el camino del servicio disfrazado de buenas intenciones y de fábulas para engañar a niñas vestidas de rojo que se conduelen de sus abuelitas.
Quizá nada de lo que dicen de tu corta leyenda sea cierto. Quizá sean verdades amañadas con la sombra de misterio y extravagancia que rodean a los que se toman a la política como el camino más próximo para vengarse de una sociedad mezquina y retardataria. Tal vez, tú mismo te has encargado de escribir o dictar el libreto que se recita en coro por el pueblo raso cuando te confunde con el Robin Hood Sabanero ante tus excesos y generosidades de todo tipo.
Lo cierto es que existes de carne y hueso, que ascendiste por la cuesta de la gloria y la fama como luz de cerilla que en ocho segundos se devora a sí misma. Algunos dirán que eres ambicioso y eso en política puede ser una virtud cuando se es proclive a defender grandes causas, pero también se castiga como pecado por los tribunales del santo oficio social cuando se desperdicia el cuarto de hora que tenemos en cultivar banalidades y acrecentar odios innecesarios en una sociedad cansada de enjuagarse la boca con sus propias tragedias.
El hecho de trepar de manera veloz hacia la cima de la fama y la gloria no siempre deja satisfacciones, en el camino se van quedando rezagados los malestares provocados, los callos pisados a los rancios pies de la dirigencia regional, los resentimientos para aquellos que desplazaste del trono y una cantidad de migajas que después de acumuladas y amasadas, produjeron una mezcla empalagosa que a más de uno atragantó y ahogó en su propia miseria.
Desde tus inicios en la política estuviste siempre acompañado de luces y sombras que ya presagiaban el final de los actos. Al mejor estilo de una tragedia griega, el oráculo había predestinado tus pasos y como en esa misma tragedia, el señalado se niega a reconocer su destino y luchará hasta el cansancio por torcerle el cuello al cisne de la desgracia. ¿Lo lograrás? Creo que aún no se ha escrito el final de la obra.
La vida misma —y no el Dios que tanto invocas— te premió con una inteligencia y sagacidad combinada de manera puntual y certera para estos avatares de la política criolla. Eso no es reprochable de ninguna manera. En una región acostumbrada a tener dirigentes casi por legado divino —como los faraones del antiguo Egipto— y que nunca fueron cuestionados ni criticados por sus hordas de seguidores; apareces tú con ese brillo de lo fugaz que enceguece en un momento de sombras y desesperanzas para los humildes y desprotegidos de estas tierras que yo prefiero llamar Su(f)re antes que Sucre; debió ser una inspiración casi divina —con razón lo invocas tanto— sentirse elegido para derribar muros que en otros tiempos parecían inquebrantables en la política regional.
Me da risa cuando tus contradictores señalan tus prácticas mafiosas o clientelistas y te elevan a la condición de pequeño demonio de las componendas electorales; cuando critican el modo de actuar con tus incondicionales alcaldes aliados y demás dirigentes a los que has llevado al curubito del poder local o de la manera como se reparten las utilidades de la inversión pública regional cuando pisa el barro nativo y el concreto advenedizo. Ellos te enseñaron con el ejemplo y tú fuiste el alumno más aplicado de la clase. Los maestros que tuviste se quedaron rezagados en la loca carrera del poder y en el amasar fortuna de una manera fácil y segura. Con pocas recriminaciones y sí muchas admiraciones.
En esta tierra de impuros se idolatra al perverso, al malo y al que posa de vivo todo el tiempo y que siempre duerme con un ojo abierto. Ese es el héroe que mejor nos interpreta desde la comodidad del taburete de la indiferencia y la banqueta del no me importa…
En lo personal no comparto muchas cosas que forman parte de tu leyenda urbana. Lo poco o mucho que te conozco ha sido más bien producto de una combinación informativa de radio bemba con la gran prensa nacional que a cada rato pone los reflectores sobre tu rostro y que la mayoría de las veces, no hace el mejor registro de tu sonrisa de niño malo, sino que te vuelve un ícono de maldad con la mirada extraviada en los vericuetos de la travesura permitida.
No sé hasta dónde vas a llegar en tu ambiciosa carrera por el poder. Cuántos obstáculos tendrás que vencer para lograr lo que quieres. No sé si eso es un deseo personal o responde a los anhelos de una masa amorfa de gentes sin voz donde nunca han tenido voz y que tampoco contigo tendrán resonancia. Posar de prestidigitador no es buen consejo en estos momentos.
Coda: Cuánto no hubiésemos dado nosotros por creer que tu juventud y origen iban a ser la mejor veta fresca con la que se iban a oxigenar las costumbres políticas regionales. Otra vez será.