El establecimiento, los poseedores y beneficiarios del poder en Colombia, históricamente han practicado el exterminio físico de aquellas personas que consideran una amenaza para sus privilegios. Es una práctica de vieja data. Asesinaron al Mariscal Sucre en 1830, cuando se perfilaba como sucesor incuestionable de Simón Bolívar; asesinaron al general Uribe; a Carlos Pizarro y a Bernardo Jaramillo. Exterminaron todo un partido político, la Unión Patriótica. No se limitaron a asesinar a sus dirigentes, persiguieron hasta a los militantes y simpatizantes de base, quizá buscando borrar hasta el último remanente de un proyecto político que en su momento generó grandes esperanzas entre los colombianos. La vocación homicida del establecimiento está fuera de dudas.
Hoy el establecimiento tiembla ante la aceptación popular de Gustavo Petro, la Colombia Humana, y las nuevas ciudadanías que emergen en todos los rincones del país. A las armas de la calumnia y la persecución judicial y administrativa de sus dirigentes, han sumado el exterminio sistemático de los líderes sociales de Colombia, esas personas que tienen el potencial de alentar el cambio desde la base, en las comunidades de todo el país.
Adicionalmente, el establecimiento y la ilegalidad apuntan hacia el senador de los Decentes, Gustavo Bolívar. El mismo senador Bolívar ha denunciado recientemente la multiplicación de las amenazas en contra de su vida, la vida de su hijo, y de su familia. Bolívar pide que, en caso de que los asesinos lograsen acabar con su vida, los colombianos nos mantengamos en la lucha por una Colombia con justicia e igualdad de oportunidades para todos.
La figura de Gustavo Bolívar se erige como un formidable reto a las castas políticas de siempre: no está en la política por herencia familiar; no hay un solo escándalo de corrupción que lo afecte, ha sido exitoso en su profesión, y paga más impuestos que toda la bancada del Centro Democrático junta; no ha usado el Estado para enriquecerse. Contra él no pueden usar la frase de cajón que la derecha lanza contra los estudiantes: son vagos que todo lo quieren gratis. Y para completar, Gustavo Bolívar no se amilana para gritar claramente que la clase política está llena de hampones, y que el congreso "está lleno de ratas que exprimen el tesoro público" como ya lo ha hecho. Un hombre de tales características sin duda resulta inaceptable para el establecimiento, y ya sabemos cómo es que el establecimiento trata a quienes le cae mal. Así mismo, la existencia de personas como Bolívar, dispuestas a correr los riesgos que sea necesario correr para construir una Colombia mejor, es condición necesaria para que la sociedad colombiana derrote cualquier establecimiento que nos mal gobierne.
Proteger la vida de personas como Gustavo Bolívar es un imperativo para mantener viva la posibilidad de transformar a Colombia y arrancarla de las garras de la corrupción. Igual de importante lo es detener el genocidio que se cierne sobre los líderes sociales y sobre los desmovilizados, firmantes de un acuerdo de paz con el estado colombiano.
Adenda: la gran prensa que hoy descalifica las declaraciones de la Merlano, señalándola de fugitiva condenada, es la misma que denominó perseguido político a Andres Felipe Arias, cuando este trató de escapar de la justicia colombiana escondiéndose en Estados Unidos.
