En tiempos tan difícil, tan volátiles y conflictivos en materia social, económica y política, la educación tiene una vos remedial en la que se deposita una posible solución liderada por los ciudadanos. Hablo de volver a una reserva de una educación moral y de una moral en la política, donde el sistema educativo puede sembrar el cambio y un devenir futuro de unión y participación efectiva del pueblo. Esto es, acoger lo que los griegos llamaban etocracia (la unión deseable de la política y la moral para lograr reformar positivamente las costumbres del pueblo). Es decir, una educación en política y una democracia liberal apalancada desde una buena educación (educación que cumpla los fines socio-políticos) constituyen la solución. Una educación donde las corresponsabilidades de las comunidades educativas compartan el deber ser, la preocupación por valorar la calidad, la palabra, la motivación y el compromiso por hacer las cosas bien, convirtiéndose en el adherente esencial para vivir mejor. La clave es, sumar tres pilares: la moral, la democracia y la educación. Tres palabras conectadas, tres vocablos plurales, con un mismo propósito, un mismo cuerpo y un mismo sentido, mejorar el ecosistema educativo y por tanto mejorar la sociedad.
Nos corresponde vestir y asumir las ciudades como grandes escuelas, donde los ciudadanos vean lo público y los espacios públicos como puntos de encuentro para la educación y para vivir la democracia que implican otras prácticas ciudadanas y en donde la sanción pedagógica y pecuniarias sea a aquellos y aquellas que no asumen que estamos en una casa común o un territorio de bienestar colectivo, una sociedad que comprenda que la mayoría de edad como lo decía Kant, es asumir responsabilidades y hacerse cargo de sí. Ello significa, dejar atrás el elogio al conflicto, el actuar aventajado y la deslealtad publica que viene degradando profundamente la ética ciudadana porque el camino indica el reconocimiento a la diversidad de lo humano y sus relaciones sociales. La respuesta la reúne la palabra "colombianidad" en la que podemos reconocer la historia del país, el estado y la nación, su morfología, su estética, su sabor o su “personalidad” que nos permita levantar la autoestima y encontrar un horizonte de unión e identidad propias de una sociedad etocrática, pero en el siglo XXI. Aquí es donde hablar de paz total, de educación para erradicar las pobrezas y permitir el desarrollo territorial y de gobernanza tiene valides porque acuña la etocracia, que es también valorar la dignidad, la identidad y nacionalidad por encima de las actuaciones personales, es pocas palabras es hacer de la democracia un ethos como impulso de vivir diariamente y proyectar el país que sigue, un país etocrático que supere el conflicto, la polarización y la guerra. En este país real, la educación es la principal herramienta para la democratización y el reconocimiento de los diversos significados de una Colombia diversa, humana y social.