La imagen humana, el problema de los reality shows

La imagen humana, el problema de los reality shows

"Es complicado determinar si el realismo puede o no reproducir fielmente la vida con sus abruptos y desatinos, pero también con el vigoroso recuerdo del momento"

Por: Alejandro Mejía Molina
agosto 17, 2018
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La imagen humana, el problema de los reality shows
Foto: Twitter @DesafioCaracol

Caracol televisión es el canal privado más influyente de Colombia. De hecho, según la medición diaria de Ratingcolombia.com, la audiencia del canal es la más alta del mercado.

Por otro lado, sus programas de televisión son vistos por millones de personas y los contenidos expuestos al público son, en su gran mayoría, reality shows. Por ejemplo, el Desafío Súper Humanos ocupa el horario estelar de este canal: las 8:00 p.m.

La dinámica de este concurso es una supuesta pelea por la permanencia en el juego entre "súper humanos", expresión esencialista y comercial que usa este canal de televisión dentro de una pelea por el rating.

En este texto argumentativo recalcaré y resaltaré la banalidad de este programa y su poco aporte a la construcción de sociedad y a la industria del entretenimiento.

Pues bien, empecemos: el Desafío Súper Humanos exalta la voluptuosidad de los cuerpos de los concursantes, pero, a mi parecer, poco su intelecto. Esto se puede observar en cualquier transmisión del programa.

Las pruebas físicas que deben afrontar los concursantes descalifican el nombre mismo del programa. ¿Súper humanos?, ¿cómo podría definir esta expresión que al mismo tiempo es grandilocuente y exagerada?, ¿es un súper humano una persona solo por tener un cuerpo bien estructurado físicamente? Estas son preguntas capciosas, pero a la vez productivas para lo que me propongo demostrar en este escrito.

Para entrar en materia definiré con exactitud qué es un reality show: es una transmisión televisiva en directo, o grabada, que se basa en la vida de un grupo de personas. La vida diaria es la materia prima para este tipo de programas, pero también el melodrama.

Así mismo, también se concibe como un espectáculo en que se enaltecen las experiencias de los participantes. El objetivo máximo del concurso es permanecer, es decir, que sus protagonistas ganen las pruebas, en este caso de supervivencia, para de esta manera seguir en la temporada.

Antes de continuar hace falta recordar que las masas, que suelen ser el público de estos programas, por lo general no tienen buen gusto, y que uno de los defectos de este formato para Chul Han, filosofo y ensayista coreano, es que “carecen de toda negatividad que pudiera desencadenar una crisis existencial”.

Sin embargo, entretejido en todo esto está, a mi modo de ver, el motivo de la trivialidad de muchos de estos programas, especialmente del Desafio Súper Humanos: la perdurabilidad de la persona como imagen.

Pretender que un ser humano es superior a otro por su complexión física sería, en todo caso, problemático. Nos remitiríamos, inmediatamente, a la discusión sobre la selección natural de El origen de las especies (Charles Darwin), que nos plantea que solo los físicamente más fuertes sobreviven. Si este fuera el caso, el ser humano, como lo postula Arnold Gehlen, en su libro El hombre, no habría sobrevivido por sus particulares capacidades físicas, que dicho sea de paso, son ínfimas comparadas a la de los grandes primates o mamíferos u otros animales que conforman nuestro entorno, sino a su inteligencia y consciencia.

Entonces, la manera en que este tipo de programa televisivo enaltece la experiencia de cierto colectivo solo por su supuesta superioridad física sobre otros  se convierte en un producto televisivo de consumo masivo que poco o nada le aporta a la racionalidad de la vida. Muchos han hablado sobre la racionalidad de este y otros productos de consumo masivo. Por ejemplo, Vargas Llosa, Nobel de literatura 2010, en su ensayo La civilización del espectáculo dice que: “La fantástica acuidad y versatilidad con que la información nos traslada hoy a los escenarios de la acción en los cinco continentes, ha conseguido convertir al televidente en un mero espectador, y, al mundo, en un vasto teatro, o, mejor, en una película, en un reality show enormemente entretenido, donde a veces nos invaden los marcianos, o se revelan las intimidades picantes de las personas”.

Pero aclaremos el concepto de espectáculo. Para la Rae es: "función o diversión pública celebrada en un teatro, en un circo o cualquier otro edificio o lugar en que se congrega la gente para presenciarla”. Otra definición es: “Que causa escándalo o gran extrañeza”. Si aceptamos esta definición tenemos que dar por sentado que los participantes de este reality saben las consecuencias de participar en el mismo, es decir que son observados por millones de personas a través de la pantalla de un televisor o tableta o celular, no como en The Truman show (Truman no sabe que es protagonista de un programa de televisión de 24 horas, o sea una estrella). ¿Podrán comportarse natural y genuinamente frente a decenas de cámaras que los siguen a donde quiera que vayan?

Evidentemente no.

Para el sociólogo canadiense Erving Goffman el comportamiento humano varía dependiendo del lugar, del momento y de la compañía. También de la confianza. Esta influye decisivamente en la espontaneidad con la que actuamos.

Ya dijimos arriba que la materia prima para el reality show es la vida diaria de un grupo de personas, o sea la vida cotidiana. Pero ¿qué tiene de extraordinaria e interesante la vida de unos desconocidos en un programa para que el mismo ose llamarse espectáculo?

Los aficionados a este tipo de programa nos responderían que la cercanía que tienen con los concursantes, o exconcursantes, es novedosa. Las redes sociales, las pautas televisivas, entre otras, hacen las veces de mediadores. Más es imposible determinar cuánto de espectáculo tiene enterarse que la participante A está enamorada del participante B y este, en su caso, enamorado de la participante C. Esto es un chisme, un trasto.

Sin embargo, novelas realistas como El coronel Chabert, de Balzac, nos muestran que la vida, vista desde el ámbito realista, está lejos de ser un espectáculo agradable para muchos. El coronel Chabert es dado por muerto en una batalla napoleónica, su cuerpo arrojado en una fosa común. Tiempo después el coronel recupera el sentido y se dirige a París a reclamar su identidad y gloria. No obstante, para sorpresa del mismo nadie lo reconoce. Ni su propia mujer. El coronel emprende una batalla legal y jurídica para que le reconozcan como el militar que fue.

Algunos fanáticos del programa dirán que el dilema emocional de la participante A es igual de problemático que al del coronel, pero en el segundo caso es evidente el gran problema que lleva la condición humana y el concepto de personas como imágenes.

Tengamos en cuenta que la experiencia humana como tal no tiene un valor artístico innato sino que ciertos personajes ingeniosos y extraordinarios a través de la historia han logrado, gracias a su intelecto, rescatar en su memoria lo que vivieron, interpretarlo de una u otra manera y materializarlo. Las sinfonías de Beethoven, Mozart o Mahler no existirían si este hubiera sido objeto de decenas de cámaras registrando cada movimiento o trazo que hacía.

Estos programas posan de realistas. Los protagonistas, o sea las personas que con el pasar de los días se convierten en estrellas, casi héroes, lloran por sus parejas que están lejos. Es el sentimiento más visceral que he notado en ellos. ¿Esto los convierte en héroes? En tal caso, todos lo seríamos, porque ¿quién no ha llorado por su novio o novia que está lejos?

Es complicado determinar si el realismo puede o no reproducir fielmente la vida con sus abruptos y desatinos, pero también con el vigoroso recuerdo del momento dichoso. La perdurabilidad de la persona como imagen, como fin total de todo, es engorrosa.

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