Cada vez es más conocido por la población que las emociones tienen un rol determinante en el juego político, lo que es menos posible es que sepan que esto se debe a la forma en que se construye la comunicación política contemporánea, pero esta última está hecha para llegar al poder y entretener, no para gobernar o cambiar realidades de manera concreta.
En países suramericanos donde las necesidades sociales insatisfechas son elevadas y persistentes de modo estructural, es común que las emociones que predominen sean la esperanza (anclada a la posibilidad de un “cambio”), el miedo (relacionada con la incapacidad de los Estados de proporcionar seguridad en el territorio) y el odio (conectada a la desigualdad y a la tensión ideológica entre izquierda y derecha que no ha sido resuelta en el ámbito político de manera decisiva).
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Dicho lo anterior, es observable que las dos orillas ideológicas al momento de la contienda electoral acostumbren a tomar como fórmula emotiva la suma de la esperanza (de manera instrumental) con cualquiera de las otras dos para llevar al éxito a sus proyectos políticos.
En consecuencia, la polarización suele estar presente en las elecciones de manera ineludible porque tanto el odio como el miedo descansan en la existencia de un enemigo, el otro, ya sea real o imaginario.
Lamentablemente, después del humo, las luces, las plazas públicas, conciertos y estadios llenos de almas, los comerciales, anuncios de redes sociales y los programas de televisión (incluidos los debates) que conducen a millones a las urnas.
Lo que queda es una realidad más compleja, un grupo de personas que asumen posiciones de gobierno en medio de realidades que no responden con la misma eficacia al marketing electoral, especialmente, por causa de la falta de capacidades estatales y sociales para gestionar las soluciones a los problemas y lo que la misma sociedad reciente.
Como resultado de lo anterior, después de los periodos definidos legalmente para gobernar, quedan las mismas o más de las mismas necesidades sociales insatisfechas, a esto conocemos como: situación populista.
Muchos líderes políticos y sus asesores lo saben bien, no les son ajenas las ideas que he mencionado, algunos son más diestros que otros para sortearlas y a propósito del caso colombiano.
Para terminar, compartiré una fotografía para pre diagnosticar la capacidad de llevar los ideales del reciente proyecto político electoral que llegó a la presidencia de Colombia, con el fin de advertir que la traducción de sus ideales en un programa de gobierno son más que solo un reto:
- De acuerdo con las estadísticas oficiales del Departamento Administrativo de la Función Pública, en el año 2022, Colombia tiene poco más de 1,3 millones de empleados, que representan el 2,6% del total de la población y son en su mayoría mujeres (52%). El 56% de esos trabajadores son docentes (25%) y fuerza pública (31%). Colombia tiene, estructuralmente (antes de pandemia), a cerca de 2,5 millones personas sin empleo permanente.
- En Colombia, de acuerdo con el DANE tenemos a 20,2 millones de personas pobres. Si alguien tomara el día de mañana el total de los recursos del Presupuesto General de la Nación (absolutamente inviable porque implica despedir a 1,3 millones de personas y poner fin a todo el aparato estatal).
Para resolver las necesidades sociales de la población pobre del país, contaría con 1,4 millones de pesos mensuales para brindarles “nuevas oportunidades”, si toma una ruta un poco más viable y mantiene en funcionamiento el aparato estatal y no invierte un peso más en infraestructura, programas de salud, cultura, etc.
Es decir, toma el 100% del presupuesto de inversión del Gobierno Nacional para crear esas oportunidades para esa población más pobre, contaría con $255.604 pesos mensuales por persona.
Finalmente, para quien piensa que el Estado colombiano puede por un momento resolver esos problemas que tanto nos duelen a todos, es importante recordar dos cosas: uno, que el sector público no produce riqueza en sentido estricto y dos, que sólo pensar que puede hacerlo es por lo menos inverosímil, porque nunca será creíble que quien tiene una cuarta parte del total de los recursos en una mesa de cuatro personas pueda pagar las cuentas de todos y en caso que haga falta decirlo, la pobreza y la injusticia social es inmensamente más compleja que sólo tener o no dinero en el bolsillo.
Esto es especialmente más complejo cuando sumamos nuestra falta de respeto y observancia a la ley, a las instituciones, nuestro desmedido afecto al dinero (que se traduce en corrupción en el Estado, narcotráfico, minería ilegal, pago de bajos salarios a colaboradores, evasión de impuestos... etc.)
Dicho lo anterior, podrá imaginarse usted lo que le espera a Colombia en los próximos cuatro años para superar sus problemas sociales y a un gobierno electo para cumplir con un programa que todavía tenemos dudas de si fue o no solo un manifiesto ideológico.
Finalmente, esperar que superada la polarización exacerbada por las distintas campañas en los pasados días, tenga tiempo de evaluar esta afirmación: la Colombia que queremos la construiremos entre todos o nunca existirá. Así que bájele al odio, al miedo, al resentimiento y recuerde que usted, yo y quienes nos rodean somos los responsables de que exista una verdadera esperanza.