Decía el sociólogo Alvin Toffler, que los analfabetas del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino quienes no sean capaces de aprender, desaprender y volver a aprender. En la política nacional hemos renunciado por completo a la autocrítica y a la reflexión; somos parte de una suerte de feligresía que no puede hacer cosa distinta que sumarse sin inmutación a los mandamientos de un político; que bien sea de derecha, izquierda o centro, se abroga el conocimiento pleno de la verdad y contradecirlo equivale a blasfemar.
En la política hay personas que defienden hombres, esos son los fanáticos, otros que defienden ideologías que también divagan al borde del colapso, y hay algunos que defienden principios, que son en últimas el sustrato de cualquier democracia consolidada. No está mal criticar a un adversario político o a un gobernante de manera sustentada. El asedio y presión de ayer a la Corte Suprema de Justicia es un acto retardatario que merece la crítica y la reflexión profunda por parte de quienes lo propiciaron y por quienes participaron. La efervescencia, la inconformidad política o personal no puede anteponerse a ninguna institución del Estado.
Hay un gobierno elegido en democracia, pero también hay un principio medular de la misma y es la separación de poderes. Sean críticos con sus políticos favoritos, que son tan humanos como ustedes y tal vez más proclives al error. Hace poco leí una carta de 1958 donde un monstruo de las letras como Julio Cortázar le decía al inmortal escritor mexicano Carlos Fuentes: “Es precisamente porque admiro tu obra que tengo todo el derecho de criticarla”.