Del padre italiano perteneciente a la comunidad Salesiano Juan del Rizzo surgió la idea de crearle un templo en Colombia al Divino Niño. El 25 de diciembre de 1937 el artesano español con amplios conocimientos en ingeniería comenzó la obra y la terminaría cinco años después, en 1942. Lo primero que pensó el Italiano fue en conseguir un cuadro que reuniera toda la belleza del Niño Jesús. En esa época ese barrio, el 20 de julio, era un potrero inmenso ubicado al suroriente de la ciudad. Por eso fue al almacén de arte El Vaticano, propiedad de un artista genovés para hacer el cuadro que hoy es adorado cada domingo por cerca de doscientos mil bogotanos.
El fervor por el Divino Niño fue un proceso lento que vendría a explotar en la década de los ochenta cuando los Salesianos tomaron el templo y lo reformaron dejándolo tal y como se conoce hoy. De esa época es que empezó la devoción que hoy puede llevar en una madrugada a más de 70 mil personas durante la celebración de la misa de aguinaldos.
Solo dos países en el mundo tienen la costumbre de celebrar la navidad de esa forma, Colombia y Ecuador. La novena de aguinaldos empezó a celebrarse en España y Francia en plena Edad Media y tenía como objetivo celebrar los nueve meses de embarazo de la Virgen María. Sin embargo la novena que cada año celebran cientos de miles de colombianos arrancó en 1784 fue escrita por el Franciscano Fernando Jesús Larrea y fue impresa en la Imprenta Real Santa Fe. El pago de esta obra corrió a cargo de la fundadora del Colegio la Esperanza de Bogotá Clemencia de Jesús Caycedo. Salvo con pequeñas modificaciones es la misma que los católicos colombianos cantan y que transformaron nuestra navidad en algo con tanta fuerza como una fiesta nacional.
En ninguna otra parte se siente más la devoción por la navidad que en la iglesia del 20 de julio en una madrugada del 16 de diciembre. A las tres de la mañana empiezan a llegar los primeros fieles. Hay muchos desmayados, gente que viene muy enferma, casi en estado terminal que sucumbe a la aglomeración. El templo es uno de los más grandes de Colombia y, sin embargo, a veces se vuelve sofocante, estrecho, todos quieren estar muy cerca del púlpito, sentir la presencia de Dios en el cuadro creado en la década del treinta.
Lo mejor para ir a una de las misas de aguinaldo es comer una de las inmensas arepas boyacenses que hace Doña Raquel a unos cuantos metros de la entrada o tomarse una infusión aromática con yerbabuena y albaca que apenas vale 1.000 pesos. La misa arranca a las cuatro de la mañana y termina a las siete de la mañana en donde llega a entrar otras miles de personas. Hay gente que con sus familias aguantan de pie, con frijoles entre las medias, estoicamente todo por intentar que se cumplan todos los pedidos que se la hace al Divino Niño, los aguinaldos que esperan recibir, los milagros con los que buscan cambiar sus vidas. A medida que pasa el tiempo la novena de aguinaldos en el 20 de julio va ganando importancia.
