La idiotización de la humanidad

La idiotización de la humanidad

"Con tantas facilidades digitales, el análisis se lo dejamos a las aplicaciones, pero lo que no se usa se atrofia"

Por: Dario Hidalgo
noviembre 18, 2020
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La idiotización de la humanidad
Foto: Pixabay

El neurocientífico Michel Desmurget (Lyon, 1965) acaba de publicar un libro titulado La fábrica de cretinos digitales, en el que cuenta con datos en mano cómo los dispositivos digitales están afectando el desarrollo neuronal de las nuevas generaciones que crecieron y se desarrollaron con estos equipos. Entre otras cosas, señala que los jóvenes de hoy son la primera generación con un coeficiente intelectual inferior al de sus padres.

Algo nunca antes visto, ya que los hijos siempre superaban a sus padres en educación, en cultura y, en general, en calidad de vida. La humanidad progresaba a un ritmo cada vez más acelerado, gracias a la civilización y los avances científicos del ser humano. La violencia disminuía paulatinamente, el hambre y las enfermedades eran controladas y se lograba una mejor expectativa de vida.

Sin embargo, el internet, uno de los inventos más recientes del ser humano, y la democracia, otro viejo conocido, se han convertido en el cóctel perfecto que está llevando a la humanidad a su decadencia e incluso podría llevarla a su extinción.

Mientras los efectos del calentamiento global están en nuestras narices por lo fenómenos naturales que causan pérdidas catastróficas sin precedentes en las zonas costeras, y las terroríficas guerras por el agua que nos auguraban nuestros maestros hace unas décadas ya son una realidad en países como Siria y el Cáucaso, en Estados Unidos, la potencia más poderosa que ha existido en la tierra (poder alcanzado en gran medida gracias al desarrollo científico y los grandes inventos de la modernidad que tuvieron cuna en ese gran país), la mitad de sus habitantes se empeñan en elegir como su presidente a un tipo que desprecia totalmente la ciencia y que niega descaradamente el cambio climático.

Sin embargo, no son los únicos. En Alemania, un país que dedica gran parte de su presupuesto a la educación y con una calidad de vida que envidiamos el 95% de los seres humanos, cientos de miles de personas salen a las calles a exigir que vuelva un pasado nazi que los dejó humillados, diezmados y en ruinas. En Brasil, muchos de sus ciudadanos eligieron y veneraron a Bolsonaro, un ser que sin tapujo alguno afirma que la Amazonia no es patrimonio de la humanidad. En Filipinas, un psicópata confeso que mata a quien él considere dirige el país. En Ucrania, anteriormente el primer mandatario era un comediante que fingía ser presidente. En Bolivia, un país mayoritariamente indígena, destituyeron al único indígena que ha llegado al poder en toda su historia después de la colonia, y quien había logrado restituirles la gloria usurpada por los españoles desde hace más de 500 años.

Así mismo, hay otros que creen que la tierra es plana y que las vacunas son una conspiración. Eso sin contar con que ricos, poderosos y codiciosos pastores cristianos, viva reencarnación de los fariseos a quien Jesucristo aborrecía, hoy son pastores de millones de borregos que siguen sus malévolos consejos vía memes por WhatsApp. Y lo peor de todo es que ninguna de las anteriores decisiones ha sido impuesta a la fuerza, todas han sido posibles gracias a procesos democráticos o movimientos sociales. La humanidad democráticamente y por mayoría está decidiendo autodestruirse.

Con tantas facilidades digitales, el análisis se lo dejamos a las aplicaciones, pero lo que no se usa se atrofia. De hecho, la mayoría de personas utiliza la misma porción del cerebro que sus mascotas. La corteza cerebral, esa preciada porción del cerebro que nos distingue de los otros animales y donde se originan las ideas, es explotada por apenas el 1% de las personas. Y dentro de ese 1% están los que Trumps, los Bolsonaros, los Uribes y los pastores cristianos, tipos astutos y codiciosos que saben manipular al 99% de los que dejaron de usar la corteza cerebral gracias a las computadoras.

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