Con ocasión del escándalo de las cartillas falsas y las verdaderas y su repercusión en el resultado del plebiscito por la paz, numerosas instituciones y personalidades han salido a los medios a afirmar que la ideología de género no existe. Por ejemplo, éste es un recorte de un artículo de Alonso Sánchez Baute en la revista Arcadia.
Respecto al último ítem de la lista, me permito discrepar. Como afirma el título, estoy convencida de que la ideología de género SI existe. Quienes han visto el aguacero de arco iris en los muros de mis redes sociales estarán preguntándose si este reversazo es producto de la juma de ayer por la victoria de la amenaza naranja. Pero, no. Empecemos por el principio.
‘Ideología’ es casi que una mala palabra. El siguiente gráfico ilustra las palabras con las que más frecuentemente se asocia ‘ideología’ en el corpus del español actual (CEA), una colección de textos que suman 540 millones de palabras, utilizada para identificar patrones lingüísticos con la ayuda de software especializado.
Es decir, las creencias que consideramos dañinas son las que tendemos a clasificar como ‘ideologías’. Siendo la comunidad hispano parlante mayoritariamente católica, no es de sorprender que la expresión ‘ideología cristiana’ se encuentre sólo 3 veces en el CEA, y en dos de ellas, se está criticando la actitud de la iglesia ante la homosexualidad.
Pero, ¿qué es ideología? La definición de este término puede llenar bibliotecas enteras. Tal vez las más conocidas son la ‘conciencia falsa’ de Engels y el muy similar ‘sistema de ideas deliberadamente engañoso’ de Marx. El problema con esta definición es que quien la predica asume que su discurso es una visión objetiva de la realidad, mientras que el de su contradictor es ‘ideológico’. Sólo pude poner los ojos en blanco al escuchar a académicos afirmar en algún congreso que el discurso de Evo, Chávez y la Kirscher no es ideológico.
La concepción más acertada de ideología me parece aquella adoptada por una de las más grandes lingüistas del siglo XX, Ruqaiya Hasan:
“un sistema de ideas construido socialmente que parece inevitable” (Hasan 1986, p.126)
Y adopto la definición de una lingüista porque yo misma soy una en construcción (no creo que el doctorado de por sí sea suficiente para ganarme este título) y porque día a día, en cada interacción, me da en la cara el hecho de que cada palabra que sale de nuestra boca o que vociferamos a través de la pantalla pone en evidencia nuestra ideología, o cosmovisión o Weltanschauung, o como lo quieran llamar. Y no sólo la manifiesta, sino que la reproduce y multiplica, ya sea como un virus o como semillas en el viento.
Entonces ¿qué es ideología de género? Pues el sistema de ideas sobre lo que significa ser hombre o ser mujer. Algunos afirman que estás diferencias son de carácter biológico, que nuestras neuronas vienen programadas para que nos guste jugar con Barbies o con tortugas ninja. Pero la ciencia no ha podido darnos una respuesta definitiva sobre la naturaleza y mucho menos la causa de estas diferencias. Por ejemplo, se afirma que las mujeres tenemos mayores habilidades verbales e interpersonales, mientras que los hombres tienen mayores aptitudes mecánicas (ergo la desproporción en el número de ingenieros o inventores). Sin embargo, al aplicar los tests que determinan si tu cerebro es femenino, masculino o balanceado, resulta que menos de la mitad de las mujeres tenemos lo que Baron-Cohen llama un cerebro femenino.
Las causas de estas supuestas diferencias son aún más difíciles de determinar. El funcionamiento de nuestro cerebro no está completamente determinado por la genética. Cada momento de nuestra existencia, cada caricia, cada grito, cada instante de miedo, cada color, cada sonido, cada palabra cambia las rutas neurológicas que determinan cómo reaccionamos ante la vida. Esto se llama neuroplasticidad. Entonces, si tratamos de manera diferente a niños y niñas incluso desde antes de nacer, ¿cómo podemos asegurar que las diferencias percibidas entre hombres y mujeres tengan origen estrictamente biológico y no estén influenciadas por la experiencia?
Una diferencia en el trato a las niñas, al parecer inocua, es el ‘siéntate como una dama’ con el que me mortificaba mi abuela desde que tuve uso de razón. ¿Sabían ustedes que el ocupar espacio aumenta los niveles de testosterona, la hormona del desempeño, y baja los de cortisol, la hormona del estrés? Por el contrario, cerrar las piernas y mantener los brazos cerca del cuerpo, le indica al cerebro que se encuentra en posición de sumisión. Se han hecho experimentos en los cuales se asigna a diferentes grupos ocupar una de estas posiciones por dos minutos antes de enfrentar un reto (e.g. presentar una entrevista de trabajo o saltar de un paracaídas). Invariablemente, el grupo que ocupa la posición dominante realiza la tarea con éxito.
Entonces, ¿qué es ser mujer y ser hombre? Además de la capacidad biológica de producir esperma u óvulos (los hombres pueden hasta lactar) ¿en qué reside la diferencia? Con el escándalo de las cartillas, muchos gritaban horrorizados; ‘es que los niños van a ir con falda al colegio’. ¿Sería eso muy terrible?
Si no es la falda y el pelo largo, ¿es entonces el maquillaje? Pues no. Los antiguos egipcios, Alejandro El Grande, George Washington y hasta Ezequiel de la Biblia se pintorreteaban.
40 Además, enviaron por hombres que viniesen de lejos, a los cuales había sido enviado mensajero, y he aquí vinieron; y por amor de ellos te lavaste, y pintaste tus ojos, y te ataviaste con adornos; (Ezequiel, 23:40)
Queda claro entonces que la experiencia de ser mujer o ser hombre varía geográfica e históricamente. No es lo mismo ser mujer en Noruega que en Arabia Saudita, en el medioevo que en el siglo 21. Y si no me creen, vayan y díganle a las ex-esposas de los ingenieros alemanes que vinieron a hacer el metro de Medellín que tendrían que haber atendido mejor a sus maridos para que no las abandonaran por las melifluas paisas.
Vuelvo a Hasan. Esta investigadora, en un estudio sobre la interacción entre madres australianas de diferentes estratos y sus hijos de 3 y 4 años de edad, encontró que, en todos los niveles, éstas usaban frecuentemente expresiones denigrantes hacia ellas mismas. Cosas por el estilo de ‘Mami es tonta’, ‘Mami no trabaja; mami te cuida’, ‘Eres muy listo; lo debiste sacar de tu papá’, ‘Pregúntale a papi; él debe saber’. El concepto de mujer como un ser intelectualmente débil, relegado a las labores domésticas (que no son un ‘trabajo’ real) empieza en la más tierna infancia, cuando los niños y niñas empiezan a tratar de entender como funciona el mundo de boca de la persona más influyente en su crianza, su propia madre. La ironía de esta visión es que, en un país industrializado como Australia, donde no hay mano de obra dispuesta a la semi-esclavitud a la que sometemos en Colombia a las empleadas domésticas, contratar a alguien para que realice todas las labores que una madre desempeña costaría una fortuna.
¿Qué es entonces la ideología de género? Pues la creencia de que el hombre es la cabeza de la mujer (así como Cristo es la cabeza de la iglesia); que somos malas para manejar, las matemáticas y programar computadores, como se lee en los libros de la Barbie; que nuestra principal obligación es vernos bellas o ‘sexies’, pero que con cada contacto sexual nuestra moneda se devalúa; que tener éxito en la vida es estar detrás de un gran hombre (por ‘gran’ entiéndase ‘con plata’ ya sea empresario o traqueto); que acostarse con un tipo equivale a entregarle las escrituras de nuestro cuerpo; que si nos violaron fue porque andábamos de borrachas y en culifalda; que no debemos alzar la voz porque entonces somos ‘mandonas’ (pero ellos son ‘líderes’).
Los hombres también son víctimas de esta ideología. La masa de lágrimas rancias que no encuentra salida los lleva a suicidarse en mucha mayor proporción que sus ‘histéricas’ contrapartes. Se pierden también de compartir con su familia, de anidar a su hijo enfermo entre sus brazos, de pasar tiempo en el parque o asistir a las obras de teatro del colegio porque el trabajo es primero y su rol no es brindar afecto sino soporte económico y ocasionalmente disciplina (‘Espera que venga tu papá’).
El problema con estas creencias es, no sólo que se desperdicia el potencial del 50% de la humanidad, sino que tienen consecuencias letales. Somos número uno en Suramérica en feminicidios y apenas estamos destapando la olla podrida de las miles de violaciones a las mujeres campesinas por parte de todos los actores del conflicto. Es difícil encontrar a una mujer que no haya sido víctima de acoso o asalto sexual. Suena alarmista, pero ¿hay alguna a la que no le hayan gritado un ‘piropo’ obsceno, a quien no le hayan restregado el bulto indeseable en un bus atestado, que no haya tenido problemas para detener a un pulpo de novio? Estas conductas empiezan en general apenas alcanzamos la pubertad, y, tristemente en ocasiones, mucho antes. La violencia de género no diferencia por estratos sociales, pero la dependencia económica, la perdida de status o la manutención de los hijos son factores que seguramente disminuyen el reporte de estos hechos en las clases altas.
Vuelvo a la definición de ideología, el sistema de ideas ‘que parece inevitable’, pero no lo es. La única manera de cambiar esta forma de concebir a mujeres y hombres en la sociedad es a través de la educación. La educación incluye obviamente las aulas, pero va mucho más allá. Las redes sociales, los medios de comunicación, la publicidad necesitan una revisión profunda de los modelos que están presentando. Hace pocos años, en una visita a Colombia, me horroricé con el siguiente diálogo entre la heroína de una novela y su madre: ‘Mami, ya estoy cansada de estarme acostando con el uno y con el otro para obtener un casting’. ‘Si, mija, por eso cásese con Fulanito (un mafioso) para que ya se deje de eso’. Esto en horario triple A cuando muchos niños todavía están despiertos. Mientras nuestros arquetipos sean la prepago y el narco, vamos a seguir en la espiral de violencia que nos consume.
Por eso celebré el enfoque diferencial y de género de los acuerdos de paz. Aunque en los nuevos se redujo la frecuencia de la palabra género a la mitad, el espíritu de promover una sociedad más igualitaria a través de la educación, la inclusión y la participación, me parece que sigue intacto. Este es ciertamente un buen comienzo.
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Referencias
Baron-Cohen, S. 2003. The Essential Difference: The Truth about the Male & Female Brain. Basic Books: New York.
Hasan, R. (1986). The ontogenesis of ideology: An interpretation of mother-child talk. In T. Threadgold et al. (Eds.), Semiotics-Ideology-Language (pp. 125- 146; Sydney Studies in Society and Culture 3). Sydney, Australia: Sydney Association for Studies in Society and Culture.