Los venezolanos, y muy especialmente los dirigentes de la oposición, no estamos calificados para decirle a ninguna sociedad, ni a su clase política, cómo deben defender su democracia. ¿De cuándo acá somos expertos en defender la democracia? Que estemos viviendo en dictadura no nos hace expertos en la defensa de la democracia. Por el contrario, que estemos en dictadura habla muy mal del liderazgo político venezolano. Lo he dicho cientos de veces: porque no supimos o no quisimos defender la democracia, perdimos nuestra libertad.
La historia de Venezuela entre 1992 y 1998 y años subsiguientes es lamentable. Hemos escrito una antología de errores políticos que ninguna otra sociedad podrá superar. Afirmar lo contrario es un acto de cinismo, rayano en la impostura.
Los dirigentes opositores, cualquiera que sea su bandera, han sido incompetentes en la defensa de la democracia, y no solo eso: han privilegiado sus intereres partidistas o personales al supremo interés de defender la democracia y la libertad de nuestro país.
Excepto por breves periodos no han logrado ponerse de acuerdo para asumir una política coherente frente a la amenaza de la dictadura. Por eso los partidos y sus dirigentes están igual de desprestigiados que los responsables de la mayor tragedia humana, económica y política que ha experimentado América Latina en sus 200 años de republicanismo infantil.
Una oposición que no fue capaz de defender los resultados electorales de 2015, y que se dio el lujo en 2017 de traicionar a sus electores, participando de unas elecciones manipuladas, chucutas, cuando todavía no habíamos terminado de enterrar a los muertos de las protestas populares registradas durante los 6 primeros meses de ese mismo año, es una payasada. Y esa payasada no solo nos enterró como opción política sino que además legítimó la Asamblea Nacional Constituyente de Maduro, y fue corresponsable, en enero de 2018, de una enorme estampida de seres humanos desesperados por cruzar la frontera con Colombia. Esa es la historia, y no otra.
Ver a nuestros dirigentes dándole consejos o advirtiéndole a colombianos, chilenos o españoles sobre las amenazas del comunismo o del populismo es verdaderamente insólito, por no decir repulsivo.
España fue capaz de salir del franquismo y transitar por los senderos democráticos que Felipe González profundizó y relanzó para incorporar a su España rural en la gran Europa. Aún recuerdo que en aquellos años Felipe González era la amenaza, y no sólo él, sino su más ferviente admirador y aliado: Carlos Andrés Pérez, su ductor. Y ahí está España, con problemas que son connaturales a cualquier sociedad democrática que no ha logrado seguir avanzando por la vía del crecimiento económico y del bienestar social. Pero su democracia funciona. La nuestra murió.
¿Qué lecciones podemos darle los venezolanos a los chilenos? Los chilenos fueron capaces de ponerse de acuerdo, socialistas, socialdemócratas, social cristianos y comunistas para participar de un plebiscito que Augusto Pinochet perdió. Y Chile retornó a la democracia conducido por la sonrisa generosa, amable, cariñosa y sabia de Patricio Aylwin, un social cristiano. Su primera visita al exterior fue a Caracas. Un evento festivo, entrañable y de reencuentro democrático entre dos naciones amigas en el Hotel Eurobuilding de nuestra capital. Estuve ahí y llore por Chile, y por la libertad.
¿Qué podemos enseñarle a Chile que los chilenos no sepan? Los actores democráticos crearon la Concertación Democrática, y más tarde el Frente Amplio. De allí surgieron los gobiernos de Eduardo Frei, Ricardo Lagos y los dos de Michelle Bachelet, con sus diferencias notables pero con la férrea disposición de defender su democracia y mantener a raya a las fuerzas del conservadurismo que sólo tuvo los dos gobiernos de Sebastián Piñera.
Y ahí está Chile viviendo los problemas que son naturales a cualquier sociedad que no ha logrado crecimiento económico con inclusión. Pero su democracia está viva. La nuestra murió. Y feneció porque no aprendemos las lecciones de la historia: fuimos a Chile a apoyar a José Antonio Kast, la expresión más acabada de la dictadura pinochetista, es decir, de aquello que decimos combatir. Una locura que repetimos en Perú, apoyando a la heredera del dirigente más autoritario, perverso y sangriento de la vida republicana de ese país: Alberto Fujimori.
¿Qué es lo que podemos enseñarle a Colombia? Un país que tiene 200 años de guerra en guerra, de los que los últimos 70 años han sido terribles, trágicos, al punto de convertir a ese hermoso y querido país en el más grande camposanto de América Latina. Un horror a gusto de los aliados colombianos de nuestra oposición: unos tipejos que a nombre del anticomunismo han mantenido gobiernos que cometen permanentemente violaciones flagrantes de derechos humanos, políticos y civiles en una de las sociedades más desiguales e inequitativas del mundo. Y ahí están los colombianos, levantando, casi, las mismas banderas que hoy defendemos más del 80 % de los venezolanos y haciéndolo en democracia, imperfecta, es verdad, pero funcional. La nuestra murió.
Hasta nuevo aviso, los únicos venezolanos que han sido ejemplo de inteligencia, inspiración, ponderación y compromiso vehemente con la libertad y la democracia fueron aquellos adecos, copeyanos y uerredistas que a finales de los años 50, y en plena Guerra Fría, decidieron crear la Junta Patriótica y elegir a Pompeyo Márquez, el entonces Secretario General del Partido Comunista, para conducir la lucha que nos condujo a derrotar la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Los nuestros, los dirigentes de hoy, han fracasado por aquello que le sobró a esa dirigencia: amplitud, serenidad, humildad e inteligencia para entender que la causa es Venezuela y no otra.
Nuestros dirigentes deben entender, de una buena vez, que como consejeros son un desastre y eso lo sabemos todos, excepto ellos mismos. Deben entender, por el bien de la causa, que no debemos andar por el mundo dividiendo sociedades entre los amigos y los enemigos de Maduro sino entre demócratas y fascistas; entre liderazgos honestos y deshonestos y muy especialmente, entre aquellos que buscan paz, libertad, democracia e inclusión para sus sociedades y aquellos que le niegan a sus connacionales el derecho a vivir la misma vida que aspiramos todos los venezolanos.
O entendemos eso o llegará el momento en el que todas esas sociedades voltearan la mirada para no ver nuestro entierro.