El 8 de Octubre de 2003, Carlos Arturo Velandia Jagua, Felipe Torres para la concurrencia, firmó la diligencia de caución por $332.000.oo y los compromisos legales para disfrutar de la libertad condicional después de haber purgado 94 meses y 27 días de prisión. Torres se ha conocido como vocero del ELN en la cárcel, vocería que compartió con Francisco Galán. Al quedar libre, y con las garantías de protección que merece, la Comisión Facilitadora de Paz de Antioquia, CFP, consideró positivo que hubiese un diálogo entre el Presidente Uribe Vélez y el dirigente guerrillero, no armado. Así que el Presidente lo invitó a su despacho en Bogotá, como acto de cortesía. Pero Torres declinó la invitación por dos razones: uno, no existe interlocución oficial entre el Eln y el gobierno; y dos, una reunión en Palacio entre un guerrillero y el Jefe de Estado solo había ocurrido una vez en el pasado cuando Carlos Pizarro León-Gómez ingresó para firmar un pacto de paz, y este no era un caso similar.
Días después, 21 de noviembre, con motivo de la visita del Presidente a la capital de Antioquia, cuando en un hotel se rindió homenaje a varias personalidades y se le hizo entrega de las conclusiones de la Asamblea Constituyente regional, organizamos la entrevista confidencial, a instancias de la Comisión y aceptada por las partes, sin presencia de periodistas y donde tres personas servimos de testigos de un hecho histórico, puntual y sin más pretensiones que dos personajes colombianos, representantes de bandos contrarios, pudieran hablar sin agenda.
Torres se encontraba en el lugar acordado desde tempranas horas de la mañana y el Presidente Uribe ingresaría allí una vez en la noche terminara sus actos públicos y protocolarios. Era una habitación normal, con televisión, una cama sencilla y unas cuatro sillas. Por lo tanto no había asiento para todos los asistentes. El saludo de manos fue cordial: “Mucho gusto en conocerlo”, dijo el Presidente. “Mucho gusto en saludarlo”, dijo Felipe Torres, quien se sentó en la mejor silla, porque Uribe escogió un taburete donde duró sentado diez segundos, para luego levantarse y hablar de pies, manoseando y moviendo el taburete desde el espaldar. Nosotros, los demás presentes, uno se sentó en la cama y el resto guardamos silencio y discreción en los asientos.
Los primeros minutos fueron aplicados a los asuntos cercanos de familia, pues una cuñada de Torres trabajó en la campaña que llevó a Uribe a la Presidencia. Además, Uribe preguntó por varios familiares de Torres que se encuentran en un país centroamericano a donde llegaron hace unos años, con la ayuda de quien entonces fuera Gobernador de Antioquia y hoy Presidente. La conversación avanzó sobre un tema públicamente desconocido. Uribe contó que se había cruzado cartas con el desaparecido comandante del ELN, Manuel Pérez, en la época de debates sobre la ley 100. Después de intercambiar apreciaciones personales, preguntas y respuestas sobre estudios y lugares de común ocurrencia, con toques elementales de personas que se quieren conocer entre si, el tema obligado fue el problema de la guerra y de la paz, tema que centró el diálogo entre Uribe y Torres. Discurrió de manera descriptiva y conceptual en donde Torres le dijo al Presidente que la guerrilla lo consideraba su peor enemigo y donde Uribe le ratificó su voluntad de llegar a acuerdos con el ELN con la sola cesación de hostilidades.
Las palabras usadas por los dialogantes fueron desapasionadas y en el tono amistoso que desde sus comienzos se dio. Uribe continuaba de pies, sobando el espaldar del taburete y a veces metía su mano izquierda en el bolsillo del pantalón. Ni un tinto, ni un vaso de agua, ni una gaseosa se ofrecieron, pues el ambiente era de tanto temple respetuoso y excepcional, que a nadie se le ocurrió gastar los minutos de historia en alimentos. Ni siquiera Torres, fecundo fumador de cigarrillo rubio, encendió alguno en aquellos cuarenta y cinco minutos donde por primera vez en la historia de Colombia, un Presidente de la República se reunía con un alto dirigente del ELN. Ni un reproche de las partes, aunque se expusieron argumentos e interpretaciones. Tampoco concesiones o propuestas que no hayan sido públicas. Lo evidente es que hubo un mutuo reconocimiento. La importancia de este encuentro no será inmediata. Pero no hay duda que servirá mucho para la historia de la paz nacional.
Torres lució un vestido azul con una corbata del mismo color y rayas blancas que perteneciera a Gilberto Echeverry, zapatos lustrosos y recién estrenados. El platillo final fue el camino que Felipe quería seguir. Le contó al Presidente su decisión de salir del país y estudiar en Europa. Uribe se sorprendió un poco porque pensó que iría a Cuba. Sin compromisos, mirándose a los ojos y sonrientes, de pies todos los asistentes, vimos de nuevo a Uribe y Torres despedirse. Uribe se fue hacia la puerta de la habitación y luego regresó hacia Torres, le extendió la mano derecha y la izquierda la puso en el hombro del guerrillero. No quedaron de volverse a ver pronto. La frase más importante de Torres fue: “Presidente, yo no se hacer otra cosa que trabajar por la paz”. Y Uribe dijo la suya: “Yo no se hacer otra cosa que trabajar por Colombia”.
*Jaime Jaramillo Panesso falleció el pasado 22 de noviembre de 2022.