"La hora veinticinco —dijo Traian—. El momento en que toda tentativa de salvación se hace inútil. Ni siquiera la venida de un Mesías resolvería nada. No es la última hora, sino una hora después. El tiempo preciso de la sociedad occidental. Es la hora actual. La hora exacta" (C.V. Gheorghiu).
Ojos cerrados. Boca cerrada. Oídos cerrados. Mente cerrada. Manos en la espalda. Estómago abierto. El mejor campo de concentración. La historia se rinde a la libertad de unas cadenas. Los noticieros transmiten desde sus hogares, unos mausoleos de la muerte que malgastan la fortuna de los necesitados. Compras virtuales. Máscaras virtuales. Sexo virtual. La espiritualidad humana agotando su religar en una pantalla sin alma. El silencio de las calles acompasando una pregunta que día a día hace eco en la soledad de las pasiones: ¿qué será del mañana?
No hay mañana. No hay hoy. No existe el pasado. El ciberespacio no depende de la ternura humana, calcula y se cierra. Un tiempo fuera del tiempo. Una evolución sin experiencia cotidiana. Nunca un virus fue tan vivazmente aclamado por los gobiernos del mundo entero para controlar a la población, para cerrar la boca de los indignados, para fomentar la disciplina hacía la bota que oprime, para ver cómo mueren miles y miles de viejos, de enfermos, de inútiles para la producción, mientras su boca se desencaja en medio de una carcajada siniestra. Es la hora después del juicio que nos ha sobrevenido, una simulación de hermandad en cada clic, dos tragos de artificialidad para ahondar el abismo de la esquizofrenia.
Kafka nos aseguró que el mesías vendría un día después de su llegada. Si esto es así, podemos afirmar por el mismo sentido que el antimesías, anticristo, ha llegado un día antes de su advenimiento. No habrá agujeros que oculten a los desesperados, ni tierras lejanas dónde anidar la angustia. Un solo ojo vagará por los restos de la civilización, escrutando el deseo inconsciente de los olvidados, calificando sus sonrisas, certificando su comportamiento, anudando el temblor de sus manos a cien pastillas de amitriptilina, de fluoxetina, de lithium. La sangre no volverá a nacer, a menos que las calles vuelvan a afrontar con la poderosa fuerza de unas pisadas libres el aire de su dirección.
La hora veinticinco:
Una hora después de…
Un día antes para…