La compulsa de copias para que se investigue al expresidente Uribe por la masacre del Aro y por los crímenes cometidos durante la llamada Operación Orión; los nuevos hallazgos sobre los desaparecidos del Palacio de Justicia; el llamado a indagatoria a integrantes de la escolta de José Antequera; un programa de TV en el que escuchamos, después de más de treinta años, la versión de quienes fueron acusados y torturados por el asesinato de Gloria Lara, hoy aún en el exilio. Todo esto en una semana. Estamos en la hora de la verdad, que no tiene nada que ver con la misa radial de Fernando Londoño.
El marco más grande en el que se produce esta hora está marcado también por el debate público sobre el Informe Basta Ya del CNMH, los informes de la Comisión Histórica y el anuncio de la futura creación de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, junto con la Jurisdicción Especial para la Paz y Comisión de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas. La hora de la verdad se configura a partir de un nuevo escenario en el que tendremos instituciones, recursos y atención excepcionales, y ojalá, voluntad.
Pero hay que entender que lo se viene es, como ha sido, una batalla. “La cuestión de la política más importante para el período de posguerra, y la más difícil de resolver acertadamente”, como lo planteó el italiano Antonio Gramsci. La batalla por la hegemonía. La guerra política de posiciones, en la que quienes han ejecutado más o menos coordinadamente los crímenes de lesa humanidad en Colombia y las estrategias de impunidad subsecuentes y que han anhelado la paz como su victoria, se juegan la consolidación de sus objetivos mayores: la configuración en función de sus intereses de lo que quedará como cierto o como falso, del relato emblemático que sustentará el país que creen que se merecen. La nueva relación entre el Estado y la sociedad civil basada en el consenso aceptable del modelo en términos estructurales.
Solo una verdadera resistencia heroica contra esa intensión de consolidación basada en la búsqueda incansable de la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos en nuestro país, el decoro de muchos sectores de la academia y la justicia, así como la ruptura del pacto de las élites que significa el proceso de solución política del conflicto, con diálogo y negociación, impuesto por esa misma resistencia, explican que esa batalla no se esté dando como hubieran querido los que ejecutaron el Aro, Orión, las desapariciones del Palacio, el asesinato de Antequera y las torturas en tantos cosos por esclarecer. Eso explica que también sea una batalla por los derechos de las víctimas y de la sociedad, y no una victoria segura para la refundación de la patria como intentaron cuando recibieron a los jefes paramilitares en el Congreso y esperaban que los aplausos significaran el inicio de un gobierno paramilitar al estilo de Indonesia. Y por eso, la reacción cínica del expresidente acusando al juez que compulsó las copias de ser miembro de las juventudes subversivas y el anuncio de sanción contra Iván Cepeda del procurador, son los campanazos que se producen en esta misma semana para advertirnos que hay quienes van a jugar sucio.
Lo que no alcanzamos a ver claramente es que hay personas, víctimas les llaman, que encarnan en sus vidas y en sus cuerpos el costo de esta tragedia a quienes no se les puede poner de piñata para que sigan aguantando. La hora de la verdad tiene que ser la hora del respeto, que no es retórica ni propaganda. ¿Cómo así que hay familiares del Palacio que se enteran por los medios de nuevas desapariciones? ¿No le alcanzan los algoritmos a la Fiscalía para entender la humanidad básica? ¿Cómo así que Uribe en la Comuna 13? ¿Cómo así que los medios publicando todos los avances de las investigaciones, antes de recibir las indagatorias? ¿Están trabajando por la verdad o están vendiendo morbosamente el sufrimiento de las víctimas?
