Luego de las elecciones de presidente, la Colombia Humana debe tomar fuerza de partido político, social y popular para que el movimiento que le da vida no se vuelva pasajero, etéreo e insustancial, sino que, por el contrario, sea resistente en el tiempo y permita pensar, sobre terreno seguro, en las elecciones de gobernaciones, asambleas y concejos, de octubre de 2019. Para ello se debe mirar sin prejuicios hacia todos los estratos sociales, sectores económicos y movimientos ambientales que no estén comprometidos en escándalos de corrupción. Para ello requiere de nuevos líderes y candidatos capaces de sacar adelante los proyectos de beneficio social en los municipios y departamentos. En fin, es hora de exorcizar el fantasma de que se trata de un movimiento solamente de la izquierda ortodoxa y populista.
Las elecciones demostraron que el pueblo despertó de ese embrujo centenario al que ha estado sometido por una oligarquía (entiéndase como una forma de gobierno en la que el poder político está en manos de unas pocas personas) que tiene bajo su control a una corte de caciques corruptos, también de distintos estratos sociales, que ha utilizado el poder a su antojo, con el fin de enriquecerse y mantener aceitada, con el dinero que le roban a los contribuyentes, la maquinaria política que les ha permitido aferrarse por años al poder.
Desde luego que debe ser un partido con una actitud positiva e indeclinable de los principios propuestos por Gustavo Petro, y por los que ha luchado prácticamente solo. También debe hacer una oposición válida que se constituya en una defensa y reivindique los principios constitucionales y saque adelante los acuerdos de la Habana, en especial la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Que deje claro que esta no es solo para beneficiar a antiguos guerrilleros de las Farc, como se pretende hacer creer, sino a todos los sectores que estuvieron inmersos en el conflicto armado, incluidos militares y guerrilleros.
La Colombia Humana debe ser consciente que cuenta con más de 8 millones 300 mil colombianos que creen en su proyecto político, y por tanto debe cultivarlos y multiplicarlos para que no se les pierdan. En este contexto, lo primero es generar un espacio de confianza para el diálogo interno, sin prevenciones, resistente a la crítica y autocrítica, que le permita construir una estructura política colectiva, solida, en el que el pueblo no mire solo a su líder Gustavo Petro sino hacia otros dirigentes que compartan sus ideales, incluidos exmilitares y antiguos guerrilleros. Se debe mirar hacia personas, con una conducta intachable, sin importar que sean liberales, conservadores o independientes, pero que miran con optimismo hacia las propuestas de Petro.
Este proceso de apertura lo debe hacer la Colombia Humana sin ningún tipo de sectarismos, pues a la hora de racionalizar la experiencia de las elecciones presidenciales hay que asumir, con sentido crítico, que uno de los errores que cometieron quienes lideran el movimiento, por ejemplo, en el departamento de Córdoba, fue el de creerse “petristas dueños de Petro”. Se blindaron con espíritu de secta. Y eso no está bien, pues el sectarismo a ultranza es el que más daño le ha hecho a la izquierda democrática en Colombia. Por tanto se requiere de nuevos cuadros políticos, no desgastados en la izquierda ortodoxa, capaces de construir un diálogo y un discurso moderno, adecuado a los derechos humanos, a la Constitución Nacional, y de convertir en principio el bienestar del pueblo raso e interpretar y comprender las aspiraciones de la clase media y alta, que es lo que al fin de cuentas propone Gustavo Petro.