Coincidiendo exactamente con el desplome de la favorabilidad en la intención de voto de una de las candidatas en la justa presidencial, se alborota el tema de la consulta anticorrupción. Este esperpento, como todo lo que sale del alucinado cerebro de la candidata, busca volvernos buenos, probos e íntegros mediante un acto legislativo populachero e inútil para el país, pero excelente en términos electorales para su inventora.
El escenario es el siguiente: como acá todos los funcionarios del Estado son malos y corruptos, menos ella, la idea es que el pueblo, ese eterno paganini, le firme un poder en blanco para que ella, la inmaculada que votó por Santos con las narices tapadas, proceda a resolver los problemas de corrupción del país dictando una serie de normas infalibles. Solo uno de los presentes en la discusión que se llevó a cabo en el Congreso tuvo el ánimo de manifestar en público lo que los demás piensan en privado, y es que ningún decreto o ley va a mejorar el estado de cosas en nuestro lamentable Estado. Descontado está que el nuevo mejor amigo de Vargas Lleras no alzó su voz por otra razón diferente que la de hacerle contrapeso a la otra candidatura a la presidencia. Porque si algo no tiene el senador Barreras es precisamente eso, barreras a la hora de cambiar de afectos. Hagamos algo de aritmética simple.
Un congresista devenga, antes de retenciones, 32 millones de pesos mensuales. Esa suma, multiplicada por los 48 meses que dura su cargo, da algo así como 1536 millones. Se dice que una campaña al Congreso puede costar entre 2000 y 6000 millones de pesos. Si tomamos la cifra más baja, la de 2000 millones, debemos concluir que ser congresista es muy mal negocio; ya que además de aguantarse los gritos de la senadora de la mano en la nariz, terminan su período debiendo mínimo 500 millones, sin contar intereses. O sea, no tiene sentido desde la simple aritmética, razón por la que es lógico pensar que el ejercicio de la labor de congresista debe tener otros ingresos ocultos para ser tan apetecida. Nadie trabaja a pérdida. En conclusión, afirmar que bajándole el sueldo a los congresistas se va a reducir la corrupción es simple y llanamente populismo y del más barato. Lo que trata de hacer la senadora del megáfono incorporado es deslumbrar incautos. Punto.
La corrupción no es algo etéreo, no es una idea abstracta para debatir en los salones del poder. Es algo de todos los días, perfectamente identificado y cuyos orígenes, causas y soluciones son convenientemente ignorados por quienes detentan el poder y se nutren de ella. Tampoco es necesario crear y remunerar comisiones de notables para que hagan un diagnóstico, una lista de posibles escenarios en los cuales se “materializa” la corrupción, como si de una visita del espíritu santo se tratara. En lugar de hacer listas, o listados como le encanta decir a los verdugos del pobre idioma español, es importante entender que el riesgo de corrupción está presente en cualquier circunstancia en la cual una persona tiene el poder de decidir discrecionalmente a favor o en contra de otra persona, sin importar si existen o no controles a tal poder discrecional. Ilustremos lo anterior con algunos ejemplos:
Yo sí le puedo ayudar con este trámite, peeeroooo….
Claro que en esta oficina tramitamos los permisos de construcción, peerooo….
En este sitio no se permite el estacionamiento de taxis, sin embargoooo…..
Si señora, según la Ley usted y su familiar tienen derecho al subsidio, pero para que se lo concedan es necesario queee……
Este certificado de supervivencia está vencido. Yo le puedo ayudar, peeerooo….
Yo puedo acabar con la corrupción en este país, peeeroooo….. para poder hacerlo necesito que me nombren vicepresidenta. ¿Les suena familiar? Siempre quieren algo a cambio.
No es financiando las campañas ni haciendo listas únicas,
la verdadera lucha contra la corrupción se produce cuando usted, sí usted,
renuncia a participar en actos corruptos
Por supuesto que la lucha contra la corrupción necesita de normas claras y consecuencias serias para quien no las cumpla, pero, no la de ella, en costosos espectáculos de circo que, como ya vimos con el referendo por la paz, van a ser incumplidos, cuando no totalmente ignorados, por quienes se apoderen de la silla presidencial o de las curules en el Congreso y en las cortes. No es financiando las campañas ni haciendo listas únicas; esas dos medidas para nada benefician al ciudadano común y corriente, solo se les sirven a los partidos y a sus candidatos. La verdadera lucha contra la corrupción se produce cuando usted; sí, usted, renuncia a participar en actos corruptos, cuando decide no comprar el artículo robado o de contrabando, cuando resuelve no dar dinero a cambio de recibir los servicios del Estado a los que tiene derecho; cuando decide no cometer infracciones que de paso pongan al agente de tránsito en posición de pedirle dinero a cambio de no multarlo. En resumen, cuando usted; sí, usted, ejerce ciudadanía, ese conjunto de derechos y deberes que nos permiten identificarnos como parte de una comunidad; no como meros peregrinos sin arraigo y sin respeto por las normas que nos permiten vivir en grupo. Lo demás es demagogia de la peor. Es mucho lo que se puede lograr si empezamos por cambiarnos a nosotros mismos.