La diversidad de los gustos sexuales no se restringe a la oposición binaria entre masculino y femenino, sino que se manifiesta a través de innumerables posibilidades: algunos hallan su realización sexual procreando para dar continuidad a nuestra especie; otros sienten su vida sexual realizada al lado de parejas de su mismo sexo; existen también hombres y mujeres que deciden emprender su camino bajo el manto de la soledad –llámese religión, espiritualidad o moral–.
La homosexualidad –no es un secreto– no es un mecanismo directo de perpetuación de la especie: nuestra reproducción es tan copiosa que nos damos el lujo de que ésta no la amenace. La homosexualidad es un gusto que conjuga las circunstancias y las decisiones de los individuos a la hora de tomar postura frente a la forma de vivir su cuerpo. Los adultos, aunque por lo general pasen por alto este hecho, tienen gran incidencia en la conformación de la realidad sexual de los niños y las niñas, lo que ocurre la mayoría de las veces como consecuencia de la omisión. No obstante, la sociedad sí es implacable a la hora de estandarizar los prototipos de comportamientos y uniones de parejas.
En la formación no hay claridad alrededor de quiénes se pueden unificar en pro de la felicidad. Así, quienes desafían los cánones de pareja se exponen al escarnio público y se atreven a encarnar la contradicción y exponerse al maltrato que implica una apertura digna de acciones, hechos y conocimientos. Su decisión constituye una protesta creativa que parte de reflexiones alrededor de su inconformidad y se manifiesta el vivir prácticas que bajo el manto de la moral y la religión se han madurado y ahora son – irremediablemente– una vivencia alternativa.