La homofobia y el acoso en las cárceles

La homofobia y el acoso en las cárceles

Una mujer entró a una para realizar talleres de género y sexualidad

Por: Adriana M. Lloreda*
julio 27, 2015
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La homofobia y el acoso en las cárceles
Foto: tomada de hsbnoticias.com

Hace unos meses que empecé a entrar a la cárcel. Uno nunca se imagina cómo es la situación ni como son las cosas al interior, pues la mayoría de las cosas uno se las imagina por las películas.  Pero en realidad una cárcel colombiana es lo menos parecido a una cárcel. Tendría tantas cosas que contar acerca de mi experiencia al ingresar a este lugar, pero me voy a enfocar en lo que siento por ser mujer y trabajar con la comunidad en una cárcel de hombres.

A veces uno cree que el acoso sexual o laboral es paranoia del mundo moderno, y que realmente a veces es exagerado llamar a todo “acoso”, que a veces es bueno usar tu sonrisa y tu físico para lograr cosas, y no lo niego, lo he hecho, pero nunca me había sentido obligada. Se trataba más de lograr conseguir que un secretario o una secretaria te ayudaran con algún trámite o que un señor guarda de seguridad no te pusiera tanto problema para entrar a un sitio.

Pero en la cárcel es diferente: desgasta y deprime. Yo creí que al ser una cárcel de hombres y por ser nosotras, en mayoría, mujeres, íbamos a recibir “piropos” y enfrentar situaciones incómodas por parte de los internos, pero no fue así. La violencia sexual, el acoso, las situaciones incómodas y el machismo es por parte de la guardia, no sé cuál es la razón, pero sienten la necesidad de demostrar su poder de “hombres” cada vez que ingresamos.

Que un guardia te pase la mano por la espalda, te coja la manos, te haga sentir vulnerable e incomoda solo con la mirada, que te pregunten una y mil veces si tienes novio o si eres casada; al parecer uno tiene que estar con “alguien” en este caso “un hombre” para que te dejen de fastidiar. Es molesto y más cuando todos estos gestos de posesión vienen acompañados de comentarios homofóbicos y discriminatorios. Ha habido casos donde un guardia, antes de dejarme pasar al otro lado de la cárcel, me ha preguntado: “¿No cree usted que deberíamos matar a todos los homosexuales? ¿Que todos deberían guardarse sus sentimientos y no expresar nada? ¿Que el racismo tenía algo de razón y que las personas negras son inferiores?” Si yo estuviera en la calle, me voy y le contesto tal vez de manera muy grosera, pero estando dentro de la cárcel, y aun sin mis chicos y chicas, me sentí de manos atadas para poder expresar lo que realmente quería decir. Después tenemos que aceptar que el guardia que nos acompaña a sacar al grupo de los distintos patios llegue diciendo “venimos por las niñas”, “sáquenme a las niñas de este patio”. Si eso no es violencia, no sé qué puede ser.

En las últimas semanas hemos sufrido la retaliación directa por  habernos puesto firmes y haber detenido unos comentarios homofóbicos por parte de un guardia de manera muy respetuosa: Nos cerraron las puertas donde anteriormente trabajábamos solo por no permitir que un hombre dijera que los hombres heterosexuales tenían más valor que los hombres gays. También nos prohibieron trabajar en la capilla y en el jardín donde está una estatua de la virgen porque los temas que tratamos son vulgares y no deben hablarse en el recinto de Dios (los temas a los que se refieren son identidad de género y orientación sexual).

Todos los jueves aguantamos cosas molestas e incomodas por la “paz del hogar”. Como mi mamá diría, por lograr que nos dejen sacar a las mujeres y hombres de cada uno de los patios y tener un espacio donde creemos por dos horas que somos libres, que podemos hablar, jugar y SER sin la prisión simbólica y material que existe en la cárcel. Es posible notar cómo los chicos y las chicas se desahogan en el espacio que compartimos. “Podemos ser tan gays como queramos, podemos hablar de sexo y hasta jugar mímica. Esta hora o dos horas valen todo el esfuerzo, las ofensas, la discriminación y el machismo que tenemos que soportar, lo vale y lo haría una y mil veces solo por lograr estar un rato con el grupo y sentir que es importante para todos”.

“No sé qué pase en las próximas semanas, pues nuestra orientación sexual, nuestra forma de hablar, el grupo con el que trabajamos no es tan aceptado como las 50 señoras que entran todos los jueves a predicar el evangelio, pero aun así seguiremos luchando e intentando

Ya para terminar los dejo con un hecho que me ha estado rondando la cabeza. Les cuento que el jueves alguien me dijo (una profesional de la salud) que un patio era como “Sodoma y Gomorra” y sus términos se referían a la cantidad de hombres que se acuestan con hombres y a las dificultades que enfrenta la cárcel con las enfermedades de transmisión sexual. Pero ¿qué habrá querido decir ella que ese patio parece Sodoma y Gomorra? , “representa la perversión humana en muchas formas”, «-Como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquellos habiendo fornicado e ido en pos de vicios en contra de la naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo castigo de fuego eterno.» (Judas,7 ). Impactante ¿no? Creo que el problema radica más en la falta de educación sexual que proporciona la cárcel, así como en la escases de codones, la falta de programas de autocuidado que en el supuesto “pecado” que los y las internas cometen por acostarse con otros hombres o mujeres (aunque en la cárcel las mujeres transgénero son para ellos solo hombres disfrazados de mujeres).

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