Por allá en el año 2017 saludé en las afueras del edificio del DPS de Bogotá a Jesús Santrich -entonces miembro del secretariado de la FARC- quien ese día, estaba liderando una protesta contra Prosperidad Social por un incumplimiento en el marco de proceso de paz con el gobierno Santos.
Me acerqué y con tono afable me saludó; cuando le dije que era de Nariño me contó que su familia materna también era nariñense, que en su infancia estudió en Pasto y que también había sido personero en Colosó (Sucre).
Para finalizar nos tomaron foto y como todo creyente en la paz negociada y en los procesos de reconciliación democrática, la colgué en Facebook, lo que por supuesto me costó la lapidación pública, no solo de los detractores de la paz sino de los míos propios.
Dentro de las objeciones que se hacían, estaba la falta de compromiso de los negociadores de paz y muchos de los críticos, desde ese entonces, con sus facultades premonitorias auguraban el fracaso de ese proceso. Hay que tener la suficiente humildad para decir años después que tenían razón en los reparos; las FARC no se extinguieron sino que se fracturaron internamente y cambiaron de “razón social”. El Santrich con el que airosos nos tomamos fotos, vencido por la codicia cayó abatido en Venezuela poco después.
Decía Marx que la historia se repite como tragedia o como comedia; hoy vemos un empeño casi masoquista por adelantar negociaciones a pesar de la falta de correspondencia de los armados. En la toma de decisiones los hechos pesan más que las opiniones y para este caso los precedentes han sido nefastos. Los sucesos son testigos insobornables de la historia; hoy los pueblos de Cauca y Nariño están repitiendo la tragedia, mientras los supuestos gestores de paz repiten como comedia la afrenta. Sean más serios.