Los más alborotados eran los perros…
Los gozques de los barrios populares que al batir de cola y al trotecito, seguían la euforia de sus amos en el trajinar de los preparativos decembrinos, cuando de los alumbrados colgaban serpentinas y guirnaldas, y la vecindad se armaba de cepillos, brochas y botes de pintura para rejuvenecer fachadas y decorar las calles, las mismas que el 24 y el 31 de diciembre se cerraban con camiones, taxis y busetas, dispuestas al foforro de Nochebuena y año nuevo.
Todos colaboraban con lo que pudieran. Don Memo, el de la cigarrería, ponía para la pintura. Olegario, el carpintero, oficiaba de tesorero en el recaudo de canastas de cerveza y licores de celebración. Don Ramón, el del supermercado, disponía de los insumos, incluidos los pollos Campeón para el ajiaco de la comunidad. Don Heriberto, el más pudiente, constructor, transportador y propietario de seis volquetas, compraba los regalos para los niños de familias de escasos recursos, y, Afranio, el del taller de ornamentación, el mismo que patrocinaba dos equipos de banquitas, se encargaba de comprar los voladores, porque en esa época reventaban pólvora al por mayor. Y los muchachos de las pelotas de letras, eran los que oficiaban como maestros de brocha gorda.
Las amas de casa, tan abnegadas ellas, en ese tiempo al frente del trabajo más duro y responsable, el de la crianza de los párvulos y las tareas del hogar, labor que comenzaba con las primeras luces del día y terminaba a altas horas de la noche en el cuarto de la plancha, se reunían con anticipación para coordinar y delegar la elaboración de ricuras de la gastronomía navideña, inspiradas en la cocina de la abuela con sus colaciones horneadas, buñuelos, galletas, panes especiales, tortas, natillas, postres y demás, que se compartían entre vecinos al umbral del pesebre durante las noches de la novena de aguinaldos, y en el colofón de los villancicos, mientras ellas repartían las copitas de vino Cinzano o de Oporto Z, los viejos aprovechaban el desorden para destapar los finos frascos de la licorera. Y todo el mundo a bailar. Porque hasta con el perro se bailaba.
En los hogares no faltaba el que presumía de melómano y de ufanarse con su colección de discos de música tropical. Por lo general, era el padre o el hijo mayor el que levantaba la tapa de la radiola Philips o del tornamesa Technics para activar la chispa de la parranda con los éxitos del año a punto de culminar. El maestro aguja, haciendo gala de su vanidad, extraía el vinilo del empaque, miraba de reojo a los vecinos expectantes, le daba un soplo al acetato, y ponía el alfiler de diamante sobre el primer surco que, seguido del scratch, disparaba a la concurrencia al tablado reluciente de la sala.
Adonay, La cinta verde, La maestranza, El revoliático, El pávido navido, Cariñito, Fantasía tropical, Baracunánata, Solo un cigarro, El ausente, Lloró mi corazón, Mujercita buena, Sorbito de champagne, Se va la vida, Boquita de caramelo, Fiesta en mi pueblo, El preso, El cocinero mayor, Los charcos, El patillero, Los patulekos, Tania, Las caleñas, Así fue que empezaron papá y mamá, Don Goyo, Los sabanales, La cañaguatera, La burrita, El trabalenguas, de una interminable lista de éxitos decembrinos, como repicaba el recordado Rodolfo Aicardi, para azotar baldosa…”¡Hasta las seis de la mañana!”.
Y qué bien que se bailaba. El curso del buen bailador transcurría durante el año con las tías solteras, que en los intervalos de los oficios de entrecasa, y mientras les sacaban brillo a los listones encerados con los chalecos desgastados del abuelo, adiestraban a sus sobrinos y a sus compañeros de colegio en las artes del bailoteo pachanguero, que obtenía su graduación en la temporada decembrina, y el premio mayor representado en conquistar a la muchachita más linda y codiciada de la cuadra.
Se bailaba de maravilla, porque se producía a cual más la mejor música para bailar. La que sigue vigente hasta nuestros días, de una época dorada de la melodía tropical, no solo en Colombia sino en el exterior, que fortaleció a las disqueras en los albores de los años 50, y trascendió en los 60, 70, y mediados de los 80, cuando agrupaciones y orquestas como las de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, La Sonora Dinamita, Clímaco Sarmiento Los Teen Agers, Los Golden Boys, Rodolfo Aicardi y Los Graduados; Gustavo El Loko Quintero y Los Hispanos; Los Corraleros de Majagual, Fruko y sus Tesos, Latin Brothers, El Combo Nutibara, La Sonora Cordobesa, Alfredo Gutiérrez, el gran Guillermo Buitrago, Julio Bovea, Calixto Ochoa, Aníbal Velásquez, Lizandro Meza, Eliseo Herrera, Aniceto Molina, Tony Zúñiga, Carlos Román y Los Vallenatos del Magdalena, Morgan Blanco (virtuoso del acordeón en Very very well) Nacho Paredes, Lucho Argaín, Enrique Bonfante, Julio Erazo, Pedro Laza y sus Pelayeros, José Francisco Chico Cervantes, Rosendo Martínez, Isaac Villanueva, Gabriel Rumba Romero, Edmundo Arias, el perdurable Pastor López y su combo, de una extensa lista, producían hasta cuatro y más álbumes al año, y la radio era rectora y mentora de talentos y semilleros a granel.
Era la época en que escasos colombianos sabían hablar inglés, pero se hablaba el mejor español del mundo, y los viejos letristas y juglares de provincia, la mayoría empíricos, Homeros de sombrero vueltiao y abarcas tres puntá, inspirados y purificados por el verdor y el oxígeno de la montaña, urdían melodías del amor inocente, de los romances imposibles, del paradisiaco entorno, pero también de la picaresca de su idiosincrasia y de la sabiduría popular: qué más que el babélico Trabalenguas de Eliseo Herrera, que es el mejor ensayo festivalero del corralero mayor sobre todas las lenguas del mundo, incluidas las lenguas muertas, como sonoras y guapachosas sus fábulas: La burrita, Tres tigres, El pájaro picón, y El vampiro y la adivinanza, entre otras.
De ahí que la gente no paraba de bailar, y se bailaba rejuntadito y sabroso, no solo en diciembre sino en cualquier época del año, en las fiestas de clubes, las del santoral del almanaque más fiestero del planeta, los ágapes y celebraciones familiares, o en las que armaban cada ocho días en los vecindarios con el único pretexto de reunirse para actualizarse con los éxitos musicales del momento, departir unas copas, lubricar coyunturas, y poner al día los cuadres de caja con la amistad y los sentimientos. Cuántos noviazgos y matrimonios se formalizaron alrededor del disco, y como las vueltas que da el vinilo, las que da la vida.
14 Cañonazos Bailables: 60 años
De la avalancha de producciones musicales que desembocaba en el caudaloso afluente de fin de año, hubo una disquera, la del sello Fuentes, pionera de las discográficas en Colombia, que se craneó el proyecto de reunir en un larga duración, o L.P. (Long Play), como se le conocía, lo más sonado, vendido y representativo de la música tropical a lo largo del año.
La idea fue del ingeniero y empresario cartagenero don Antonio Fuentes, fundador, gerente y director de la prestigiosa marca, secundado por su hijo Pedro, quienes en octubre de1961 lanzaron el primer álbum de 14 Cañonazos Bailables, con hits como La cinta verde, versión de los Teen Agers; La compatible y La Negra caliente, de Pedro Laza y sus Pelayeros, y El pájaro picón, de la Sonora Cordobesa, entre los catorce temas que integraban el disco. La otra novedad fue que solo hasta esa fecha se marcaban doce temas, seis por cada lado.
El truco para completar las catorce interpretaciones corrió por cuenta del mismo don Antonio, curtido en labores técnicas, y de su trabajador de confianza, don Mario Rincón, tío de Julio Ernesto Estrada Fruko, quien mucho antes de consolidarse como el gran bastión de la salsa en Colombia, ofició en la adolescencia como técnico cortador y grabador en la fábrica de Fuentes, en Medellín, ubicada en la carrera 51 con calle 13, al lado de la planta de Leonisa, detrás de la avenida Guayabal.
Muchos años después, Fruko revelaría esa experiencia a quien suscribe este perfil:
“Ese afortunado aprendizaje se lo debo a mi tío Jaime Rincón Parra (autor de La Cuchilla), que me recomendó con su hermano, mi tío Mario, ingeniero de sonido y cortador como el mejor. Fuentes fue la universidad, y don Antonio, el gran maestro: músico, ingeniero de sonido, ingeniero electrónico, grabador, productor, relacionista público, mánager, fotógrafo, radioaficionado y hasta ingeniero de calderas. Qué más facultad que esa, la de la polifuncionalidad y la practicidad. Y a mí me pagaban por aprender. Cuando yo llegué a Fuentes todavía no había cumplido los 15 años y ya repicaba los timbales en la que sería mi primera agrupación como músico profesional: Los Corraleros de Majagual, que viene a ser mi tesis de grado como músico”.
No es labor fácil conseguir hoy en día el volumen 1 de 14 Cañonazos Bailables, pero entre pesquisas y averiguaciones lo encontramos en las bodegas de vinilos del Almacén de Calzado Cosmos, de don Élkin Giraldo, en el centro de Bogotá (calle 17#8-40), como también varios álbumes, muy bien conservados, de esa formidable colección de música tropical que ha hecho historia en Colombia, con amplia repercusión en países vecinos.
Según Jacobo Vargas Torres, el popular Paso fino, comerciante y coleccionista de música desde la edad de dieciséis años, fundador con su hermano Pedro de las casetas de música de la avenida Diecinueve, de Bogotá, el volumen 1 de 14 Cañonazos Bailables salió al mercado a un precio de 60 centavos unidad: “Un pasaje en trolley (bus ruso que funcionaba con tirantas), valía 5 centavos. Un corrientazo en San Victorino, 30 centavos. Un paquete de cigarrillos Pielrroja, 5 centavos”, remarca Vargas Torres que desde hace años tiene su fortín de vinilos en el centro comercial Nutabes.
La foto del volumen 1 es de Ivo Romani, tomada en las murallas de Cartagena: un cañón herrumbroso que desde la heroica fortaleza proyecta a la bahía. De todos estos datos da cuenta Ángel Villanueva, ejecutivo del sello Fuentes, compositor e intérprete barranquillero, hijo del maestro Isaac Villanueva, que a mediados de los 70 asumió la dirección artística del concierto tropical de la compañía.
Cuenta Villanueva hijo, que cuando él estaba adolescente veía el desfile de artistas de la enjundia de Alfredo Gutiérrez, Lizandro Meza, Calixto Ochoa, Julio Erazo, Eliseo Herrera, entre otros, que eran atendidos por su padre en el patio trasero de su casa (del barrio Delicias Olaya, de Barranquilla) con sendas bateas de sancocho trifásico (pollo, cerdo y carne de res), y el infaltable Tres esquinas, y entre suculentas presas y copas de ron puro desarrollaban talleres que consistían en que cada uno aportara lo mejor de su cosecha, esto con el objetivo de dirimir la selección de los temas de 14 Cañonazos Bailables, que contaba con el criterio de los directivos de la empresa encabezada por don Antonio Fuentes, Julio Ernesto Estrada Fruko, productor y arreglista, de los mismos artistas convocados, y de la opinión de los directores y programadores de las estaciones de radio.
Ángel Villanueva recuerda cuando el propio Fruko le puso la tarea de crear una canción juvenil para agregarla en uno de los compilados de cierre de año, “algo juvenil, porque de niños y muchachos es la navidad”, y fue cuando el jovencito, que apenas frisaba los trece años, pegó La Piñata, con la agrupación Los Pico Pico, incluida en el volumen 18, y al año siguiente con Los enanos, para el volumen 19.
En 1962, el volumen 2 repitió en su carátula la misma foto de su antecesor con el cañón apuntando a la bahía. Traía entre sus catorce temas, éxitos como: La candelilla, de Pedro Laza y sus Pelayeros; El molinillo, de Los Corraleros de Majagual; Palenque, de Clímaco Sarmiento y su Orquesta; y Caminito verde, del Negro Alejo Durán y su conjunto, entre otros.
Para el volumen 3, de 1963, el cañón de las murallas cartageneras sigue su curso en la carátula, pero esta vez acompañado de una esbelta chica de sombrero y jeans ajustados, que hace la pantomima de encender con un taco la mecha del poderoso artefacto, mientras un hombre entrado en años, de cachucha roja volteada y calzones marraneros, aparece con los oídos tapados para simular el estruendo. Entre los poderosos cañonazos de este álbum se registran: Que me entierren borracho, El calabacito, Del tingo al tango y La adivinanza, con Los Corraleros de Majagual; La ceiba y La piojosa, de la Sonora Cienaguera; y La culebra cabezona, de Carlos Martelo.
A partir del volumen 4, en 1964, y en conceso de la junta directiva de Fuentes, la portada del disco da un vuelco con la aparición de una modelo curvilínea en traje de baño de una sola pieza, con unas gafas de sol, en una piscina. La presencia femenina con sus encantos y redondeces, que no obstante al principio diera lugar a los escándalos y protestas de la curia y de las asociaciones de padres de familia, cobraría vigencia hasta la fecha. Del volumen 4 se destacan cañonazos como El twist del guayabo, de los Golden Boys; Very very well, de Carlos Román y la Sonora vallenata; Festival en Guararé, de Los Corraleros de Majagual, con la potente voz y el acordeón de Alfredo Gutiérrez; El cocotero, de los Reyes del Ritmo; y Ojos chinos, de la Sonora Marinera.
Dice Ángel Villanueva que la consecución de las modelos a partir del volumen 4, corrían por cuenta de los fotógrafos de los principales periódicos y revistas, que gozaban del ojímetro y la complicidad de las chicas que conocían en los concursos de modelaje y en reinados de provincia, o de las vecinas más atractivas del barrio; una oportunidad para ellas de figurar en la portada del más sonado y codiciado álbum de fin de año, que al correr del tiempo inspiró a otras discográficas con el fin de editar lo más significativo de sus compositores e intérpretes, como el Disco del año, Los hits bailables del año y Lo mejor del año, entre otros.
“A partir del volumen 20 —argumenta Villanueva— se empezaron a adquirir fotos con agencias de modelaje de Colombia y de otros países, pero no se puede descartar que la belleza colombiana es insuperable. Las cubiertas de los discos se hacían directamente en la sala de diseño de la compañía, que integraba en la misma planta oficinas administrativas, tres estudios de grabación para audio y video, talleres de corte, prensaje, mezcladoras, calderas, con más de 200 empleados en la época más próspera y pujante de la industria musical en Colombia, con nuestro sello Fuentes a la cabeza”.
La celebración del volumen 25 de 14 Cañonazos Bailables coincide con la de los 50 años de la discográfica, y el repertorio no podía ser más especial para esta doble efemérides: Sobre las olas, The Latin Brothers; Picoteando por ahí; La Gran Banda Caleña; Mi morenita, Pastor López y su Combo; Boquita de cereza, Nelson Henríquez; Sufrimiento, Fruko y sus Tesos; La corazonada, La Sonora Dinamita; y Entonces cuándo, Rodolfo Aicardi con Los Hispanos, entre otros. Cabe destacar que Guillermo Buitrago, Gustavo El Loko Quintero con Los Graduados, y Rodolfo Aicardi con Los Hispanos, al igual que él Indio Pastor López, trascienden a lo largo de 14 Cañonazos Bailables como los más sonados y aclamados en la historia del legendario compilado, a la par de sus presentaciones en tarima por la geografía nacional.
Para el volumen 50, 50 años de éxitos, en 2010, ya estaba consolidado el CD como la novedosa revelación en formato discográfico, y la disquera Fuentes se luce en estas bodas de oro con un triple trabajo que incluye las joyas más preciadas de medio siglo de éxitos parranderos, una generosa dosis de folclore vallenato, esto para matizar entre lo bailable, auténtico y romántico de la nutrida y variada creación y producción musical. En portada, la despampanante modelo paisa Patricia Montoya, incita a los bailadores a un festejo de largo aliento y sin pausas.
El volumen 60 de 14 Cañonazos Bailables en 2020 de la demoledora pandemia del COVID-19, no obstante los impedimentos y las limitaciones generadas por el azote mundial en todos los sectores de la productividad, se hace presente con los privilegios de los avances tecnológicos, en esta oportunidad con un libro interactivo que, en realidad aumentada, narra en síntesis la historia de las ediciones de antología, de las carátulas y las modelos que engalanaron sus volúmenes, y de las animadas fiestas de fin de año, como lo hemos contextualizado en párrafos anteriores.
La portada del volumen 60, 60 años de éxitos musicales, rinde homenaje a Cartagena, la bella ciudad que vio nacer al fundador de la próspera compañía discográfica, don Antonio Fuentes, con la icónica imagen de La Torre del Reloj, punto de encuentro de lugareños y turistas del mundo a lo largo de su historia, acompañada de una representación de la India Catalina a cargo de la modelo, diseñadora, empresaria y Miss Mundo Colombia 2019, la beldad antioqueña Sara Arteaga Franco (fotografía de Yeison Castaño).
De esta manera se cumple el deseo de don Antonio, el de ofrendarle una memoria al Corralito de piedra, comarca de su inspiración y piedra angular de la empresa en la que invirtió su vida.
Acompaña el libro inteligente una USB con la programación musical del volumen 60 de 14 Cañonazos Bailables, que incluye a la talentosa orquesta Los Cumbia Star y su voz líder Cristina Escamilla, interpretando el clásico Llora mi acordeón, y a su canto se agrega el de Yeison Landero (nieto de Andrés Landero), y la de Rafael Castro, de Los gaiteros de San Jacinto, producción que en el presente año fue nominada a los Grammy Latino en la categoría de mejor Álbum Cumbia/Vallenato.
Los 50 de Joselito también son protagonistas del 60/2020 de 14 Cañonazos Bailables con un mosaico de cumbias, entre ellas El pescador de Barú y He nacido para amarte.
De las novedades de este nuevo volumen no podía faltar un vacilón a El Coronavirus, con la picaresca de Nando Malo, acompañado de La Sonora Dinamita; Dime que sí, cumbia interpretada por la nueva generación de Los Corraleros de Majagual; Como la flor, versión del éxito de Selena, en la voz de Calíope; además de La paloma guarumera, interpretada por Juan Piña, con Los Corraleros; Al son del Joe, un joeson en la voz de Ricardo El Pin Ojeda; Calladita, tropical con el que el Grupo Clase celebró 40 años de actividades musicales; la salsita No hay palabras, de The Latin Brothers; Entrégate, una salsa golpe de la formidable Charanga del Sur, de Jorge Guzmán; y un remake de El Pirulino, con el aporte creativo de DJ Adriana, al estilo de Electropika, entre otros.
Este año pandémico, con todo lo acontecido, y por razones obvias de bioseguridad, en un momento crítico de los altos índices de contagio por COVID-19 en Colombia, las celebraciones en grupos reducidos de familia no serán “hasta las seis de la mañana”, como incitaba Aicardi, sino con prudencia, paciencia y resistencia, y con el espíritu y la nostalgia de aquellos auténticos y entrañables festejos decembrinos, cuando éramos felices y no lo sabíamos.