Íntima, interesante, inteligente, insólita, inigualable, resulta Amazona, película donde Clare pone los puntos sobre las íes, y Val los puntos suspensivos...
Hace calor, la humedad se siente, las palabras taladran, los silencios lo dicen casi todo, mientras la cámara avanza. Una cámara discreta, respetuosa, sin miedo a los primerísimos planos nos cuenta de los abrazos, dedos manos que se juntan en un vientre preñado. Unas manos y unos dedos que nacieron para rasgar una guitarra y aruñar la vida y otras para obturar una cámara y señalar un quizá o un de pronto, o un por qué madre. Tantas preguntas.
Humana demasiado humana, diría Nietzsche. Nada más humano que los diálogos entre una madre, Val, Amazona y una hija Clare, la directora del documental. Con seguridad cualquier amigo de la imagen, hubiese querido hacer esta cinta porque Val, es realmente un personaje de película. Y lo hizo su hija, por eso la mirada es tan auténtica. Mientras un director o escritor necesita de años de investigación para sacar un buen producto, Clare llevaba toda una vida elaborando su guión, situación que hace de Amazona un producto impecable e implacable.
Anoche fui a ver la película Amazona a la calle 100, función de las 7:40 p.m. Llegamos un poco antes y para sorpresa estaba Valerie Meikle sentada en primera fila, sí la protagonista, la misma Val, con su hija Liliana Guarnizo. Debería ser política de Cine Colombia, que directores y protagonistas visitaran las salas durante los estrenos y se enfrentaran a preguntas del público. Y eso fue a hacer Val. No hubo ningún tipo de censura por parte de los asistentes, felicitaciones y aplausos. Y una aclaración necesaria. En la escena cuando nacen los gatos Val le da un gatito vivo a una boa, que lo engulle y devora en segundos, las boas solo comen animales vivos. No era la boa del Principito de Antoine de Saint-Exupéry, era la Boa de Valerie Meikle. Pero ese gatito nació con malformaciones porque la gata tenía mucha edad, por eso se lo dio vivo. Sería lo único de la película que me pareció de mal gusto, pero no por animalista, sino por miedo a las serpientes.
Bajando las escaleras, una madre comentaba a su hijo que ella jamás lo dejaría solo en la Sierra Nevada, episodio que sucedió con su hijo Diego, hermano de Clare, y que tampoco lo pondría a vender perejil, como sucedió con Clare cuando vivieron en Pandi (Cundinamarca) y tuvieron una huerta de perejil. Atiné a decirle, no es la vendedora de rosas, es la vendedora de perejil, además era parte de la formación de unos hijos que viven en el campo y la señora, reiteró, pues sí, pues sí, enseñar a trabajar a los hijos es la vida, eso hizo la protagonista y mire, buen trabajo de su hija.
Luego bajó Val a la cafetería del teatro y pudimos recordar sus días de Armero, del club campestre, “una ciudad donde las señoras decentes no salían después de las siete de la noche, y yo me aburría. Las putas sí salían a rumbear y uno solo del club a la casa”, asiente entre risas burlonas. En esta charla pude entender un poco más la belleza agreste y soberbia de Liliana que alborotaba a los adolescentes de la ciudad Blanca, un espíritu libre para los días de Armero, gracias a la genética seguro de su madre.
Valerie estuvo casada con Alberto Guarnizo, un abogado de Armero, por eso vivió algunos años en esta ciudad. Fue notario segundo de Bogotá, buena gente, pero santofimista. Tuvieron dos hijas, Carolina, quien murió en Armero, había llegado de Londres donde terminó cine en la mejor escuela de Inglaterra. Estaba haciendo un documental sobre Armero, quizá también Amazona sea un homenaje a Carolina. Como el que son seguridad hará Iván Guarnizo, otro hermano cineasta que vive en Barcelona.
En fin, vale la boa, ver la cinta. La película de Valerie Meikle, la película de Clare Weiskopf, no sabemos aún quién es el protagonista. Quizá vale, quizá Clare. Sí sabemos que sin la ayuda de Nicolas Van Hemelryck, el marido de Weiskopf, no hubieran salido estas imágenes, que apelan al corazón y a la razón, tan naturales como la misma selva.