La historia desconocida del abuelo de Fico: un vendedor de colchones en Cartago

La historia desconocida del abuelo de Fico: un vendedor de colchones en Cartago

Don Alfonso se instaló por los lados de la galería en la calle 12. En el fondo del local, mantenía su bodega de colchones, que distribuía por toda la Zona Cafetera

Por: Édgar Giraldo Alzate
mayo 02, 2022
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La historia desconocida del abuelo de Fico: un vendedor de colchones en Cartago
Foto: Instagram/@ficogutierrez

Al Quindío y al norte del Valle llegó esa última gran migración de antioqueños, especialmente de familias procedentes de Marinilla, Aranzazu y Salamina. Unos eran arrieros recios, otros comerciantes, aquellos descuajadores de montañas o recolectores de café; pero todos ellos gentes de buenas costumbres que se aferraron a estas breñas y abismos sin fondo de las cordilleras Central y Occidental.

A finales de los cincuenta llegó a Cartago don Alfonso Zuluaga, un paisa emprendedor nacido en Armenia, pero de esa estirpe de paisas cuyo ADN estaba muy lejos de aquellos bogotanos y popayanejos de corbata o uniforme, que solo gobernaban para ellos mismos y se olvidaban del resto del país.

Don Alfonso se instaló por los lados de la galería en la calle 12, en un local de 10 x 20 metros. El frente que daba a la calle mostraba todo tipo de electrodomésticos, sillas comedores y camas. Además, era distribuidor de IMP Industrias Metálicas de Palmira y Muebles Norma de Cali. En el fondo del local, mantenía su bodega de colchones, los cuales distribuía por toda la zona cafetera. Alrededor de 20 colchoneros que trabajaban por fuera traían casi todos los días colchones y almohadas; y salían de regreso con las telas, agujas, hilo y materiales de relleno para ensamblar más productos.

El negocio crecía y no daba abasto para tanta demanda.

Pero también había tiempo para el ocio: al final de la tarde el local se alegraba con las carcajadas y las historias de “La Tertulia de Los Marinillos”, que en Cartago abundaban y casi todos eran primos entre sí.

Por la época él compró un Chevrolet Bel Air amarillo nuevo modelo 58, de aquellos con aletas traseras como si tuvieran pretensiones de volar muy alto.  

Don Alfonso y su esposa Libia atendían el negocio que se llamaba “Almacén Antioquia”. El automóvil servía para venir todas las mañanas y regresar al atardecer a Pereira, ciudad donde ambos residían. Al frente del local estaba localizado el Hotel Boy y unos metros más abajo la Cafetería Jaramillo, donde regularmente la pareja almorzaba o desayunaba.

Un mal día don Alfonso se accidentó en La Curva del Diablo, viajando para Pereira. Según cuentan, sufrió algunas heridas, pero aquello fue razón suficiente para temerle a ese viaje diario y no volver a Cartago; por lo tanto, decidió vender su negocio. El comprador fue un amigo de su tertulia; el propietario del almacén La Feria, don Ramón Herrera, quien con el tiempo fusionó ambos negocios.

Los sobrevivientes de la tertulia recuerdan aún con nostalgia el temperamento alegre y contagioso de don Alfonso, hasta el punto que citan siempre su típica respuesta cuando le preguntaban, como estaba. Entonces, él respondía con su característico optimismo paisa:

—¡Más bien qui’un verracu!

Esa era la clave de su éxito.

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