Colindando con los cerros orientales, en pleno sector de Rosales, se alza uno de los más emblemáticos castillos de Bogotá: el Castillo del Mono Osorio. Considerado como el único fuerte medieval de la capital, esta construcción parece perdida en el tiempo: las piedras de su fachada contrastan con los ladrillos rojizos de los edificios vecinos; y su apariencia, digna de una historia de princesas, choca con el modernismo de la ciudad. Su historia, de más de 100 años, empezó con Juan Osorio Morales, un odontólogo enamorado de las fortalezas europeas, quien, con sus propias manos, dio inicio a la historia del Castillo del Mono Osorio.
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Juan Osorio Morales, el artista que prefirió dedicarse a sacar muelas
Para hablar del Castillo del Mono Osorio, primero hay que hablar de su creador: Juan Crisóstomo Osorio Morales, un hombre que, aunque se dedicó a la odontología la mayor parte de su vida, también tenía una gran sensibilidad para los temas artísticos. Nació en el último cuarto del siglo XIX, en un lugar del que no hay información, pero se sabe que tenía tanto la nacionalidad colombiana como la española. Durante su juventud, se dedicó a explorar sus múltiples talentos, entre ellos, la pintura, aunque finalmente se decantó por estudiar odontología, una profesión que le daría cierto prestigio.
Aun así, su inclinación por el mundo de las artes nunca desapareció y fue precisamente ese amor el que lo llevó a viajar en 1908 a Bélgica, para ser Agregado Cultural en la Embajada de Colombia en Bruselas. En esa travesía diplomática, descubrió la belleza de la arquitectura medieval y, entonces, se le metió en la cabeza que debía tener su propio castillo, una empresa que comenzó en tierras del viejo continente, dibujando óleos de un fuerte que lo eclipsó en las calles belgas; pero que tendría su final feliz en Bogotá, en 1915, año en el que regresó de Europa y decidió ponerse "manos a la obra" para cumplir su sueño.
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Por una muela, una piedra: así inició la historia del Castillo del Mono Osorio
De regreso a Colombia, Juan Crisóstomo Osorio decidió replicar el castillo que lo había dejado anonadado en Bélgica, en un terreno que, para ese entonces, se encontraba a las afueras de Bogotá. Con ciertos conocimientos de arquitectura y con los bocetos que había calcado listos, decidió traer a algunos maestros de obra de Bucaramanga y Medellín, y empezar con el proyecto que, lejos de ser sencillo, iba a tomar bastante tiempo. Durante ese lapso, el Mono Osorio, como le decían sus amigos, siguió trabajando como odontólogo y la leyenda cuenta que por cada muela que quitaba, era una piedra más que añadía a la que sería su nueva casa.
El castillo terminó su construcción en 1923, 8 años después de que la primera piedra fue puesta, y, aunque por fuera parecía una fortaleza que resguardaba a una princesa, lo cierto es que en su interior era una casa normal. Tenía habitaciones, baños, salones, patios, comedores, y lo único medianamente extraño eran algunos pasadizos y cuartos secretos. Obviamente, Juan Crisóstomo Osorio se mudó allí inmediatamente, y esa fue la razón de bautizar a la edificación como “El Castillo del Mono Osorio”, haciendo alusión al hombre que lo construyó y que luego vivió dentro de sus paredes de piedra por 33 años, hasta 1956, año en el que murió.
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De los emblemáticos castillos de Bogotá que sigue en manos de la sangre que lo construyó
Con la muerte de Juan Crisóstomo, el Castillo del Mono Osorio pasó de ser un lugar residencial a albergar algunos negocios comerciales; pero finalmente la edificación poco a poco empezó a quedar a su suerte y empezó a deteriorarse. En ese momento fue cuando Hernando Osorio, hijo de Juan Osorio, quien había heredado el lugar, decidió mudarse a él y repararlo, y como su padre al momento de construirlo, el ginecólogo (también se dedicó al área de la salud) hizo remodelaciones, vivió allí hasta el día de su muerte y se lo heredó a sus 7 hijos por partes iguales.
Hoy, declarado como Monumento Arquitectónico de la ciudad, el Castillo del Mono Osorio ha sabido ser camaleónico con el paso del tiempo y se ha acoplado a la modernidad de la ciudad. En la actualidad, se alza como uno de los lugares preferidos para hacer recepciones y eventos, ya sea de 15 años, matrimonios, entre otros; y además, también le volvió a apostar a los negocios comerciales, siendo sede de, por ejemplo, ‘El Purgatorio’, uno de los cafés más bonitos de la ciudad, y también de ‘Eat’s’, un proyecto gastronómico que inició Mauricio Osorio, el hijo de Hernando y el nieto de Juan, quien sigue cuidando el castillo por el que su abuelo sacó varias muelas.
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