“El buque Cartagena, haciendo fuego con todas sus armas, se lanzó sobre la ribera peruana (...) De su cubierta saltó una oleada de atacantes que escalaron la pendiente hacia la resistencia”. Así describió el capitán de navío Carlos Prieto el acto heroico de uno de los buques que inició con la historia de las fuerzas navales colombianas. Era 1933 y la guerra colombo-peruana ardía. Las fuerzas cafeteras buscaban recuperar a toda costa Leticia, tomada por los peruanos en 1932, y como una forma de sortear la falta de caminos terrestres hacia el Amazonas, la solución fueron los barcos, benditos al finalizar el conflicto.
Y es que, si no hubiese sido por ellos, tal vez el territorio colombiano no tendría el conocido trapecio amazónico, ese “apéndice” que le da salida al río más caudaloso del mundo y que tiene una riqueza natural incomparable. Sin el ARC Santa Marta y el ARC Cartagena, los primeros cañoneros de las fuerzas armadas, Leticia sería peruana y el territorio colombiano tendría alrededor de 100.000 kilómetros cuadrados menos. Hoy, uno de ellos reposa en Tocancipá como un recuerdo de la valentía de los colombianos que se unieron, tal vez por única vez en la historia, por un mismo propósito.
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La llegada de los tres buques al ejercito colombiano
Para mediados de los años 20, Colombia no tenía marina de guerra, y eso se había convertido en un verdadero problema. A lo largo del río Magdalena se estaban presentando inconvenientes de orden público y no había forma de solucionarlos debido a la falta de vías terrestres. Así las cosas, el gobierno decidió decretar un crédito para financiar tres cañoneros. La mirada se fijó en tierras europeas, específicamente en el Reino Unido, y de la mano de Alejandro Michelsen se logró la negociación. La idea era que la flota llegara al país por piezas, pero lo cierto es que arribó navegando a Puerto Colombia en 1930.
Los nuevos buques fueron bautizados ARC Cartagena, ARC Barranquilla y ARC Santa Marta, y aunque el objetivo era que resguardaran los principales ríos del país de cualquier desorden, lo cierto es que, casi por casualidad, se convirtieron en el gran músculo bélico de Colombia dos años después. En 1932, un grupo de ciudadanos peruanos llegó a Leticia, desarmó a la policía local e izó la bandera del país inca en tierras colombianas, rompiendo el tratado Salomón-Lozano de 1922, que había ratificado al trapecio amazónico como territorio cafetero.

El recordado "incidente de Leticia", el detonante de la guerra colombo-peruana
Fue el 1.° de septiembre de 1932 cuando 48 ciudadanos peruanos de Loreto se tomaron Leticia, reclamándola como suya. Como es sabido, la capital del Amazonas fue fundada por el capitán peruano Benigno Bustamante en 1867 y por más de 60 años fue uno de los puertos fluviales más importantes del país inca. Aun así, tras la firma del tratado Salomón-Lozano de 1922, en 1928 pasó a formar parte del territorio colombiano, algo que no cayó muy bien entre los habitantes del nororiente peruano. Con el lema “Por la patria, todo por la patria”, cuatro años después decidieron recuperarlo sin miedo a las represalias.
Al mando del plan estaban el ingeniero Óscar Ordóñez y el alférez del ejército Juan La Rosa Guevara, y ni siquiera el presidente del Perú sabía de las intenciones. Al llegar a Leticia, se dirigieron a la estación, donde había 18 policías; entraron como Pedro por su casa y, aunque en un principio hubo un tiroteo, al final desarmaron a los uniformados, les quitaron el poder a las autoridades y los mandaron a Brasil. La noticia se regó por Colombia y Perú, y al conocer que el mandatario peruano había apoyado el accionar de sus ciudadanos, la guerra se hizo más que inminente.

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ARC Cartagena y ARC Santa Marta, los buques del Destacamento Putumayo
Desde antes del “incidente de Leticia”, como se llamó el suceso, el presidente Enrique Olaya Herrera ya había puesto sus ojos en el trapecio amazónico y había ordenado que el ARC Cartagena y el ARC Santa Marta se convirtieran en los “vigilantes” del Putumayo. Así, cuando inició la guerra, la movilización de estos dos buques no se hizo tan demorada, pues ya se encontraban en tierras del Amazonas. Aun así, no estaban específicamente en la capital, sino más hacia el occidente, hacia Puerto Asís, por lo que la reacción no fue inmediata, sobre todo por la idea del mandatario de acabar el conflicto de manera diplomática.
Sin embargo, ante la negativa de los peruanos, los colombianos se movilizaron como nunca antes. Miles de hombres se ofrecieron para entrar al ejército, y llegaron desde la costa, el interior, los llanos y el Pacífico. El Cartagena fue más que importante, pues a través del río Putumayo transportó tropas procedentes de Pasto y también víveres, municiones y combustible, elementos indispensables para la guerra, de la que iba a ser protagonista tiempo después, en una de las batallas más significativas del conflicto colombo-peruano.

La batalla del Güepí con el ARC Cartagena como protagonista
Una de las estrategias de las fuerzas colombianas no fue intentar recuperar Leticia, sino conquistar algunos puertos de gran importancia para Perú, en el río Putumayo. Uno de ellos fue el de Güepí, en la frontera con Ecuador, combate que fue uno de los puntos de partida para la resolución del conflicto. En él, el ARC Cartagena y el ARC Santa Marta fueron los buques que pusieron el músculo armamentístico del país, desembarcando el 26 de marzo arriba y abajo del fuerte. Solo bastaron minutos para que se abriera fuego contra la resistencia peruana, que no quería dar el brazo a torcer.
Entonces apareció el Cartagena, capitaneado por el general Roberto Rico. Llegó a la desembocadura del río Güepí y, lanzando fuego desde todos los frentes, batió el fortín, logrando el desembarco de más tropas. Aquí hay que resaltar la valentía de Juan Solarte Obando, soldado pastuso que abrazó a una ametralladora peruana, salvando a más de 100 activos cafeteros. Las fuerzas colombianas lograron rodear a los enemigos que, viendo a los demonios Cartagena y Santa Marta abalanzarse contra ellos, no tuvieron más remedio que retirarse.

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El final de la guerra colombo-peruana y el único cañonero sobreviviente
Dicha victoria fue un paso en el objetivo de Colombia de recuperar Leticia, que se completó con el asesinato del presidente peruano en Lima, a manos de un opositor. El 23 de mayo de 1933 se dio por terminada la guerra en Ginebra y se ratificó el tratado Salomón-Lozano. Los buques protagonistas siguieron siendo los vigilantes del Putumayo y el Caquetá, y sirvieron para hacer labores de patrullaje, evitando una futura “revuelta peruana”. Aun así, el tiempo es la peor enfermedad y empezaron a quedar obsoletos y olvidados, hasta encallar en los mismos ríos donde fueron héroes.
Hoy, solo el ARC Cartagena sigue en pie, como una leyenda flotante que evitó que nuestro país se quedara sin el Amazonas. En Puerto Asís fueron encontrados sus restos y, tras inteligencia militar, se resolvió movilizarlos hasta el Museo Militar de Tocancipá, en una travesía donde tuvieron que desarmarlo, esconderlo para que la guerrilla no lo reconociera y después reconstruirlo y restaurarlo. Ahora, puede que sea el único vestigio de una guerra de la que poco se habla, pero que significó una victoria para la soberanía geográfica del país.
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