A veces, las nubes grises se ciernen sobre su camino, pero ella persiste, mientras ilumina la oscuridad con su determinación.
En la encrucijada de las calles polvorientas y cielos ardientes, donde el calor parece fusionarse con el pavimento, emerge como una luz de esperanza Yuly Paola Páez Martínez, una mujer valiente y fuerte. En medio del bullicio del tráfico y el vaivén incesante de vehículos, ella se erige como un faro humano en los semáforos, sosteniendo los sueños de ella y sus hijos, marcando el movimiento de la ciudad de Villavicencio. Con una sonrisa perseverante en su rostro y una determinación inquebrantable en su corazón, Yuly ha tejido una historia de vida marcada por la adversidad y la ilusión.
Nacida en Villapinzón, Cundinamarca. Con su mirada serena pero firme, se presenta como una madre luchadora, cuya vida está tejida con los hilos de sacrificio y amor incondicional.
Llego a Villavicencio hace una década junto con el padre de su hija enferma. Una enfermedad que le mantuvo a su pequeña hospitalizada durante un año en cuidados intensivos en Bogotá. En ese momento, su vida dio un giro inesperado. Se terminó su hogar, se encontró sola, embarazada y con una niña pequeña por la cual ver.
Durante esta década, ha sido parte los semáforos de la ciudad, los cuales se han convertido en su escenario diario, ha enfrentado miradas de desconfianza y comentarios hirientes. La gente a menudo estigmatiza a los que trabajan en los semáforos, temiendo que todos sean iguales, pero Yuly ha desafiado esas expectativas.
Sus días comienzan a las 5:30 de la mañana, cuando el mundo aún duerme y el sol ya se está poniendo. En ese silencio matutino, ella se levanta para preparar a sus hijos para el colegio, un ritual que se convierte en el primer acto de su jornada.
Sus manos, ásperas y curtidas por el trabajo, son como raíces profundas que se aferran a la tierra, extrayendo fuerza de la misma fuente que nutre los árboles. Yuly se para en los semáforos, limpia parabrisas y farolas, esto la ha sostenido no solo a ella sino también a sus seis hijos, como un girasol que sigue la luz del sol, se adapta a las condiciones cambiantes de la vida.
Al mismo tiempo en el torbellino del tiempo, donde el pasado y el presente se entrelazan como hilos de un tapiz complejos. Antes de que los semáforos fueran su escenario diario, antes de que un pedazo de ropa vieja se convirtiera en una extensión de sus manos, había un capítulo que marcó su vida, un recuerdo gris de los días en que los semáforos eran solo luces intermitentes en el horizonte de su vida.
En las sombras de su infancia, encontró su hogar en los brazos de su abuelita y sus tíos. Sin embargo, un oscuro conflicto estalló con sus tíos, un secreto oscuro que guardaba en lo más profundo de su ser, dando un giro inesperado, donde se convirtieron en monstruos que la atemorizaban y le arrebataron la seguridad que una vez conociera. A pesar de sus ruegos a su abuelita y su madre, sus palabras cayeron en oídos sordos.
A la corta edad de doce años, se vio forzada a tomar una decisión que ningún niño debería enfrentar. Abandono su calor familiar y se aventuró sola en el mundo. En ese punto, la inocencia quedó atrás, y la soledad se convirtió en su compañera mientras enfrentaba las inclemencias de la vida. El destino es a veces un tejedor caprichoso, y los días de dicha en casa de su abuela pronto se desvanecieron como hojas llevadas por el viento. La vida llevó por caminos tortuosos y desafiantes, y fue en esos momentos de adversidad cuando encontró la fuerza para convertirse en la mujer valiente que es hoy.
Mientras tanto el destino la llevó a los semáforos, donde las luces intermitentes se convirtieron en su compañía constante. En ese escenario inusual, Yuly encontró una nueva familia, una comunidad de personas unidas por la lucha diaria. Entre trapos de ropa rotos, encontró un propósito que ilumina su camino. Cada día, en medio del caos vehicular, con su pedazo de tela, limpia los parabrisas de los autos, mientras el ruido de los motores se mezcla con las notas de su esfuerzo. Las gotas de sudor se confunden con las gotas de lluvia que caen en su piel, pero ella sigue adelante, como una guerrera en esta batalla llamada vida.
Sus hijos, seis pequeñas estrellas que iluminan su existencia, son su razón para seguir adelante. Son su fuerza y aspiración. La mayor de sus hijas, cual aliada fiel, le ayuda a vender agua en los semáforos. Juntas, forman un equipo invencible, como dos aves migratorias volando en formación, sorteando los vientos adversos del destino.
La vida de Yuly es como un poema inacabado, lleno de versos de esperanza y perseverancia. Cada día, ella se presenta en los semáforos, no solo como una mujer que limpia parabrisas, sino como un símbolo de fortaleza y resistencia. Sus manos, cuentan historias de lucha y sacrificio, pero también de amor y resiliencia.
Ella es como un río que fluye incesantemente, llevando consigo las cargas de su familia y las esperanzas de un futuro mejor. En medio del bullicio de la ciudad, su voz se eleva como un canto, recordándonos a todos que incluso en los semáforos de la vida, hay personas cuyas vidas son verdaderas epopeyas de valentía y determinación.
Y así, en medio de la cacofonía, Yuly, mujer, madre, amiga, una cara más entre las masas se convierte en un faro de luz, siendo la guía a sus hijos a través de las tormentas hacia un mañana más brillante. Su historia es un recordatorio de que, incluso en los lugares más inesperados, florecen las flores de la esperanza y el amor incondicional.
Su vida es un testimonio, a pesar de los desafíos, el espíritu humano puede elevarse como un águila en los cielos, recordándonos, en cada intersección de la vida, donde las luces destellan y los caminos se entrelazan, hay una historia que merece ser contada.