La historia de terror del Departamento de Seguridad y Control de Envigado (I)

La historia de terror del Departamento de Seguridad y Control de Envigado (I)

En Envigado se creó un grupo de civiles adscrito a la alcaldía que debió velar por el control de precios y velar vigilancia. Pronto comenzaron a aparecer cadáveres

Por: Juan Carlos González
noviembre 03, 2022
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La historia de terror del Departamento de Seguridad y Control de Envigado (I)

Del cúmulo de historias, fábulas y leyendas que circulan alrededor del cartel de Medellín hay una que ha logrado pasar casi desapercibida. Hace 38 años un grupo de civiles investido por el Concejo Municipal recorría las calles de Envigado sembrando el terror; antes de que Colombia supiera de las Convivir y los paramilitares ya existía un monstruo llamado Departamento de Seguridad y Control:

En 1984 se registraron varias noticias de primera plana: Alfonso López Michelsen se reunió con los extraditables en Panamá, Rodrigo Lara Bonilla fue asesinado en Bogotá, se descubrió Tranquilandia, Luis Herrera ganó la vuelta a Colombia y enloqueció al país al ganar la mítica etapa Alpe D’Huez en el tour de Francia, en Madrid capturaban a Jorge Luis Ochoa y Gilberto Rodríguez, y Helmut Bellingrodt ganó medalla de plata en los juegos olímpicos de Los Ángeles…

Pero tras bambalinas, en Envigado, mediante Decreto 218 de 1984 y por iniciativa del alcalde Jorge Mesa Ramírez (reconocido emisario de Pablo Escobar), se creó un grupo de civiles adscrito a la alcaldía municipal que debió velar por el control de precios y el correcto funcionamiento de las pesas para garantizar la venta de medidas exactas en tiendas, carnicerías y abastos de la ciudad, servir como auxiliar de la Policía Nacional, prestar vigilancia diurna y nocturna, estudiar las causas de la delincuencia y la impunidad, y proponer las soluciones respectivas, colaborar en la construcción de grupos de la defensa civil y el control de su funcionamiento…

A pesar de tan “nobles objetivos” la ciudadanía imaginó cuál era su verdadera vocación al enterarse que se les había entregado vehículos de vigilancia, oficinas con calabozos, motos, armas, central de radio y radios de comunicación.

Nunca hubo un concurso de méritos para ingresar, los concejales enviaban sus recomendados (algunos con antecedentes judiciales) y por esa vía la nómina del DSC se llenó de asesinos a sueldo vinculados con la mafia. Delio Hernán Valencia, Marlon de Jesús Pérez (Petete) y Juan Sánchez Cano (la Rana) fueron los encargados de decidir quién sería aceptado y quién no. Como líderes del grupo tendrían pleno poder sobre la vida de los habitantes de Envigado.

El primer objetivo del DSC fue acabar con la venta y consumo de bazuco, algo que era evidente en las calles de la ciudad a mediados de los años ochenta. Patrullaron de día y de noche identificando a los viciosos.

Pronto comenzaron a aparecer cadáveres torturados en la Loma del Escobero. Luego el DSC puso la mira en los establecimientos de diversión. Con disciplina militar controlaban sus horarios de cierre y el desorden que hacían los borrachitos al terminar la rumba; más de un ebrio se recuperó milagrosamente al ver llegar el temido Trooper rojo del DSC o peor aún, la Bola Verde.

Ver descender a la Rana y sus hombres enfundados en chaquetas de cuero negras y con sus armas a la vista era suficiente para salir corriendo como alma que lleva el diablo. Ninguna actividad escapaba al DSC: venta de licor, juegos de azar… hasta las fiestas de fin de semana. Cuando el DSC llegaba a controlar el ruido provocado por una fiesta familiar no se ponían con aquella tontería de “hágame el favor de bajarle el volumen”, la Rana entraba con arma en mano a la vivienda y se llevaba el equipo de sonido y los parlantes.

Nadie se atrevía a protestarle. Luego siguieron con los “indeseables” sociales, los habitantes de calle, los  mendigos, prostitutas, travestis, todo aquel que deambulara sin rumbo después de las once de la noche. Al comenzar la disputa con el cartel de Cali los hombres del DSC agregaron un nuevo objetivo a su lista, los forasteros.

En ese entonces las placas negras con letras blancas no llevaban el nombre de la ciudad de origen del vehículo, entonces los hombres de Escobar, para identificar a posibles rivales haciendo inteligencia, se guiaban por las dos letras: KF era la más común en Medellín (y en las Land Cruiser anfibias de la ciudad, el último grito de la moda mafiosa). LA y QA eran de Bello. Con esas placas no había problema, eran de paisanos. Lo demás era mirado con desconfianza.

Para los paisas todo vehículo proveniente de Cali traía enemigos y debía ser seguido de cerca hasta que abandonase la ciudad rumbo al Caribe, o interceptado si sus ocupantes eran sospechosos y se internaban por las calles de la ciudad sin una ruta definida. Esa era la orden. Cuando se cerró el cerco a las placas caleñas, los enemigos de Escobar comenzaron a buscar vehículos de Pereira pensando que la cercanía con esa ciudad y el ancestro paisa en común inspirarían confianza a  los de Medellín. Grave error.

La cacería se extendió también a las placas HL (Pereira). Los hombres del DSC asesinaron a cuatro jóvenes oriundos de Pereira que iban hacia la costa y se detuvieron un rato en el parque principal de Envigado a tomar cerveza. ¿Cuál fue su delito? Ser forasteros, estar en un vehículo con placa de otra ciudad, ser hombres, jóvenes, y tomar licor durante horas en el parque principal de Envigado. Para los hombres del DSC eso los convertía en espías del B2 del ejército.

En 1989 la ciudad era presentada como un modelo de modernidad que se ponía de ejemplo a nivel nacional: Envigado era tan próspera que no existían mendigos ni drogadictos en sus calles, y a diferencia del resto de Colombia, allí no robaban (para ese momento el DSC ya había asesinado a todos los viciosos, ladrones y apartamenteros de la ciudad). Se pregonaba que cualquiera podía pasear con alhajas de oro por las calles y nada le pasaría. Envigado era la ciudad más segura de Colombia. Fue llamada por algunos “El Mónaco colombiano”.

Los miembros del DSC eran verdugo, juez y parte. Recibían denuncias anónimas y partiendo de ellas organizaban operativos y arrestaban. La tortura de los sindicados les permitía obtener nueva información para capturar más víctimas.

Si la tortura causaba la  muerte del retenido, lo arrojaban en las afueras de Envigado y uno de los miembros del grupo se dirigía a las oficinas del DSC para reportar el hallazgo de un cadáver torturado ante el inspector de policía de turno, quien laboraba en las mismas oficinas del DSC. El agente acompañaba al inspector al levantamiento y casi siempre ejercía presión para que éste desistiera de investigar a fondo el caso.

Cada noche al salir de su oficina el inspector Darío Eusse atravesaba el corredor que daba al calabozo del DSC. Los rostros suplicantes de quienes estaban allí retenidos se le quedaban grabados. Especialmente el de aquel joven que vio a las ocho de la noche tras las rejas y se volvió a encontrar cuatro horas más tarde, muerto en un potrero a las afueras de la ciudad.

A medianoche lo recogieron en su casa para realizar un levantamiento en compañía de dos miembros del DSC. No pudo disimular la molestia ni la sorpresa. Se dio cuenta que el difunto había sido sacado de las oficinas del DSC y asesinado en ese lugar por sus compañeros de oficina, quizás los verdugos eran quienes lo estaban acompañando en ese mismo momento.

Cuando comenzó a hacer preguntas incómodas cruzó una línea que lo convirtió en objetivo de la Rana. Alguien le aviso que lo matarían. Huyó y pidió ayuda al ejército en Medellín. Le contó todo lo que sabía al comandante de la Cuarta Brigada. Dos víctimas que lograron sobrevivir de forma milagrosa a los ataques (una mujer a 34 hachazos y un comerciante a seis disparos) también sirvieron de testigos contra el DSC y permitieron judicializar a los miembros del primer grupo de justicia privada que contó con autorización oficial.

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