La historia de la proxeneta que le consiguió amantes a Kennedy, Sinatra y Gadafi

La historia de Madame Claude, la proxeneta francesa que le consiguió amantes a Kennedy, Sinatra y Gadafi

Netflix presenta la biopic de Fernande Grudet, la legendaria proxeneta francesa a la que acudían desde banqueros, empresarios, intelectuales y políticos

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enero 27, 2024
La historia de Madame Claude, la proxeneta francesa que le consiguió amantes a Kennedy, Sinatra y Gadafi

Se acaba de estrenar en Netflix una película que se le queda corta al personaje que la inspiró. Madame Claude es un biopic (película biográfica, término derivado del anglicismo biographical picture) sobre la vida de Fernande Grudet, la proxeneta más famosa de Francia y por esa propensión europeizante y decimonónica, dizque la más famosa del mundo.

Lo cierto es que en cada rincón de la tierra existe alguien que vende su cuerpo y otro que vive de esa explotación, de manera digamos voluntaria o consensuada. Otra ramificación –y otro tema– es la trata de personas, el tercer negocio ilícito más rentable del mundo, detrás del narcotráfico y la falsificación. En Latinoamérica acaso la más famosa sea la panameña Madame Kalalú, proxeneta y vidente (espiritista o timadora) inmortalizada en una canción por Rubén Blades y en un pregón de Lágrimas, por su hermano Roberto Blades.

Pero volvamos a la madame. En una de las muchas entrevistas que concedió retirada del negocio y luego de pagar cuatro meses de cárcel por evasión de impuestos –al igual que el legendario Al Capone– aseguró: “Muy tempranamente me di cuenta de que la mayoría de los hombres nos tratan como putas y decidí ser la reina de ellas. Hay que usar el cuerpo como un arma y una armadura. Así no sufres más”.

Con esta reflexión en voz en off comienza la película, que no logra superar la asombrosa historia de una mujer que consideraba a sus iguales como simples agujeros y a los hombres, escuetas billeteras. Un personaje complejo, admirado y odiado, como todas las personas que rompen con los cánones y estándares sociales, mucho más si es desde inversa ilegalidad, pues no se ganó el pan con el sudor de su frente.

Tal vez la escena que mejor la describe sea en la que una de sus chicas a las que llamaba “hijas”, regresa de ‘prestar un servicio’ en una gran mansión en la que fue perseguida, acorralada como un indefenso borrego por una jauría de lobos, violada y golpeada de manera brutal por varios hombres a los que nunca se les ve en pantalla.

La mujer extraordinariamente bella –como todas las que reclutaba esta proxeneta– llega a casa de Madame Claude en busca de ayuda y apoyo emocional. La mujer la recibe sin inmutarse y sólo le pregunta si le pagaron lo acordado. Toma el dinero. Le recomienda un baño y reposo con la sentencia lapidaria: ya se te pasará.

Acto seguido, en otra escena a Madame Claude se le rompe una uña y a esa situación le da toda la trascendencia que no le otorgó a la situación padecida por su “cisne”, como también solía llamar a sus trabajadoras sexuales, que no podían referirse a los hombres que las contrataban como clientes, sino como amigos.

Y fueron clientes asiduos de su prostíbulo y de sus domicilios: John Fitzgerald Kennedy, Frank Sinatra, Marlon Brando, Charles De Gaulle, George Pompidou, Porfirio Ruborosa, Marc Chagall, Pablo Picasso, Nelson Rockefeller, Aristóteles Onassis, Rex Harrison, Muamar Khadafi, el Sha de Irán, los Agnelli, los Rotschild y tres generaciones de la familia Getty, sin contar los que calló por dinero, presiones o intereses.

Madame Claude sostenía que lo que ella ofrecía no era sexo, era una experiencia y en cierto sentido tenía razón, pues negociaba todos los deseos de los clientes, por sórdidos que fueran. Al final le interesaba era el pago, que incluía los regalos que pudieran hacer los hombres a sus chicas y la información sobre sus bajas pasiones y vejámenes, de la que también se lucraba.

Para ella el mundo se reducía a hombres ricos que buscaban sexo y a mujeres bellas y pobres que buscaban dinero. No tenía sentimientos ni escrúpulos. O los manejaba con rigor estoico. Se creó un pasado y un nombre, lejos de sus orígenes pobres, casi miserables.

A su hija y a su madre solo les brindó dinero. Nada más. Jamás se enamoró, pero era posesiva con sus amantes. Detestó su cuerpo maduro. Aseguraba que la gente no debería tener sexo después de los 40, porque a esa edad el cuerpo era una vergüenza. Una precisión monstruosa.

Era una mujer pequeña pero grandiosamente astuta. Hizo carrera en Francia una anécdota que refieren varios periodistas y un biógrafo gringo cuyo texto no alcanzó a aprobar la madame, que murió en 2015 a los 92 años, pobre y tal vez olvidada por sus clientes, pero no por los medios y la baja sociedad.

Se refiere a una recepción ofrecida en París a Brigitte Bardot, el símbolo sexual y erótico más reconocido de Francia dese mediados del siglo XX, un país donde hasta el idioma traspira sexualidad y erotismo. Y estaban reunidas todas las personalidades del país y de Europa. Famosos y millonarios. Y merodeaba por allí una mujer pequeña y bien trajeada, de pocas pero sutiles palabras, que en cuanto la concurrencia supo quién era, se robó todas las miradas, atenciones y conversaciones.

Era Fernande Grudet o Madame Claude, a la que muchos de los asistentes habían escuchado el Aló oui, una especie de santo y seña con el que respondía el teléfono para atender servicios sexuales con jóvenes a las que testeaba con un par de hombres que le ayudaban a probar sus dotes y destrezas en la cama, además de proveerle seguridad.

Las vestía con las mejores marcas y las entrenaba en refinadas habilidades como damas de compañía. Muchas llegaron a ser famosas actrices y modelos; y a casarse con afamados putañeros. Su imperio duró 20 años –entre los 60 y 80– y en su mejor momento llegó a contar con 200 mujeres.

Se reseña en varios textos y con algunas variaciones la respuesta que daba al ser indagada sobre sus inicios en la prostitución. “Hay dos cosas que funcionan en la vida y por la que los hombres pagan: la comida y el sexo. Y yo no era muy buena cocinando”. Bueno, todo sería esta señora, menos tonta.

Sabía –como pocos– que el nodo cama y poder no ha sido ni estudiado ni expuesto de manera suficiente. Solo explotado. Repetir que la prostitución es la profesión más antigua, es despachar de un polvazo (sí, polvazo, no plumazo) una realidad inexorable: el negocio se ha venido a menos porque cada vez es más fácil conseguir sexo y más difícil encontrar amor verdadero, si existiese.

| También le puede interesar: Si se habla de sororidad (solidaridad entre mujeres), ¿están incluidas las 'fufas' y los trans?

* Esta nota llegó a nuestra sección Nota Ciudadana.

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